Consumatum est

Me dice Mónica que lo acorte, que un vídeo así no debería durar más de dos minutos. Pienso que tiene razón. Salgo de la consulta del médico y me meto en una cafetería. ¿Quiere una pulguita con el café? No, gracias, el café y ya está. Reviso el texto. No, Mónica no tiene razón, no podemos quitar ni un párrafo de lo que queremos contar. Sería como quitar una dovela de un arco, se desmoronaría todo. 

Me llama José Manuel Navia para decirme que si podemos convertir la sala McLuhan (la insonorizada) en un cuarto oscuro ¡Pues claro! Quiere salir con los alumnos y una cámara estenopéica a la calle, hacer fotos y revelarlas luego en el Instituto. “Javier, cuando ves el proceso completo, entiendes mejor el uso”. Me dice que va a traer muchos trastos, cámaras de cada época “para que se entienda cómo el aparato condiciona la forma de contar”. Navia también tiene razón. Sorbo el café (torrefacto, maldita sea) y pienso que ojalá poder asistir a ese programa. A algunas clases iré, sin duda.

Me llega una alerta al móvil: “los resultados de su analítica ya están dispo…” Mejor los miro luego. Quiero conservar el estado de concentración pero  se hace imposible. “Cariño, si puedes cambiarte de mesa, que van a comer los chicos en esta…”. El asiento de la silla nueva está helado. Pongo el móvil en “no molestar” y abro de nuevo el texto del video. 

No sólo no soy capaz de recortar, necesito contar más cosas. Esta gente está valorando invertir en el Instituto Tramontana, cómo no voy a contarles que estamos costeando gastos de guardería y de viajes a quienes tienen niños o quienes vienen de lejos. Cómo no contar las becas del 100% a personas sin recursos en los programas de iniciación al diseño. Cómo no mencionar que una persona del equipo de Enfoques ganó un Goya, o que a un alumno le han dado el Premio Nacional de Diseño…  Me tengo que centrar en lo que (les) va a importar, la escalabilidad del proyecto, la rentabilidad, la necesidad de producir más cursos con más equipo humano… 

Enfoques es la segunda parte del Instituto. Es un dossier que lleva tres años en un cajón, con un post-it que dice “no abrir hasta estar preparados”. Es la manera en que todo lo que hacemos, todo en lo que creemos y todo lo que nos quita el sueño y nos da la vida se puede sacar de Goya 27 y llegar a mucha gente, con precios asequibles y calidad excepcional. Es un plan de irrigación masivo que sólo podemos acometer con ayuda y complicidad de gente. Si te interesa y estás en posición de invertir, avísame.

Me salta otra alerta en el móvil. Definitivamente no soy capaz de configurar bien los modos de silencio. “Reunión Leica hoy a las 17h”. Me acuerdo de las diapos de Barnack y la Leica M, de las clases en que cuento cómo la cámara de 35mm, convertida en verdaderamente portátil, cambia la manera en que el mundo percibe la guerra. De leer crónicas a ver instantáneas, de que te la cuenten a que te la enseñen. Seguro que Navia habla de ello en su programa.

En el televisor, imágenes de tanques ardiendo, de drones grabando combates y de la matanza de Bucha. Nuestra guerra civil fue la primera guerra de las instantáneas. La del Golfo lo fue de las cámaras en misiles y esta está siendo la de los móviles. El medio es el mensaje y McLuhan enmarcado en el Instituto.

Se alternan nazarenos de Semana Santa con inocentes muertos en cunetas de Ucrania.

Consumatum est.

Tormenta inminente

Acaban de producirse dos erupciones solares importantes, casi simultáneas. Se espera que las subsiguientes tormentas solares alcancen la tierra esta noche. La doctora Tamitha Skov lo ha descrito de una forma muy evocadora:

Una ráfaga de ametralladora solar que terminará en dos puñetazos de nivel 1,2 a la Tierra.

Al escuchárselo a la Dra. Skov, lo primero que he pensado es que menudo dominio de la retórica y el verbo. Lo que un científico cualquiera te cuenta con datos aburridos, ella lo vuelve evocador y fácilmente imaginable. Ahí está la grandeza divulgadora de esta profesional: consigue contar la radiación electromagnética, que es invisible e imperceptible por nuestro cuerpo, como ráfagas que terminan en dos puñetazos ¡Pum, pum!, algo que sí vemos y podemos sentir. 

Aquí la doctora Skov dando el parte meteorológico espacial.

Da lo mismo que tengamos que describir los efectos de la próxima erupción solar, redactar una carta al rey de Marruecos o explicar el valor de una propuesta; a menudo —y más en unas profesiones que otras— trabajamos con conceptos, ideas y números cuyo valor nos cuesta trasladar porque son intangibles: ni se ven ni se sienten. Por eso, precisamente, creamos el Programa de Diseño Verbal de Iván Leal que empieza pronto. Saber contar, elegir y combinar las palabras, explicar, emocionar, legitimar…

La retórica de Aristóteles ¿recuerdas? No sólo es necesario para nuestras profesiones, sino que es diferenciador. Para mi lo ha sido y cada vez lo tengo más claro: la herramienta más poderosa de alguien que quiere que pasen cosas es el bloc de notas. No sólo para modelar el discurso hacia otros, sino para modelar el pensamiento hacia uno mismo.

Pero volvamos a la tormenta solar y a los puñetazos de radiación. Según la NASA, llegarán entre las once de la noche y las 4-5 de la madrugada.

¡Pum, pum!

Los efectos previstos son variados y siempre entretenidos: alta probabilidad de auroras boreales en las latitudes norte y sur y algo menor, pero también notable, en las medias. Si vives en una zona con buena vista del horizonte, quizás te compense levantarte mañana antes de que amanezca. 

La tormenta afectará especialmente a los satélites, por lo que se esperan interrupciones de las señales de GPS en ciertos momentos del día. Además, las comunicaciones de radio se alterarán mucho. Las frecuencias más altas (UHF y VHF) pueden sufrir apagones temporales y en onda corta, que es donde está la diversión, la propagación tendrá patrones inesperados. En otras palabras, las ondas de radio andarán como borrachas:unas de subidón, otras de bajón y otras haciendo cosas raras. ¿No es maravilloso?

A estas alturas ya lo habrás pensado: no cabe ninguna duda de que si una tormenta solar afecta a las radiocomunicaciones, es más que seguro que también lo haga a las personas ¿verdad? Yo también lo creo.

“Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Y habrá terror y grandes señales del cielo”
Lucas 21:11

Me debato entre irme al refugio, encender el fuego y la emisora o quedarme en la ciudad expectante.

¡Pum, pum!

Sin mea culpa

Me escribe Óscar Mangas al hilo de mi post Mayoría y cercanía, hablando de cómo el diseño digital ha sido (hemos sido) cómplice necesario en el desplazamiento de la gente mayor en los temas financieros. Siento que tiene tanta razón que hago mías sus palabras:

Me ha sorprendido la falta de mea culpa del mundillo con el tema del trato de la banca a nuestros mayores. Todos hemos participado (y aplaudido) ese proceso. Nos parecía genial reducir una interacción tradicionalmente humana a un único tap en el móvil. ¿Que alguien no entiende el cajero automático? Se hace la fuente más grande y listo. Hemos confundido churras con merinas. Y nos hemos quedado tan panchos mientras Negocio nos comía la tarta. Ahí la llevamos.

Mayoría y cercanía

Parece que por fin, el problema del envejecimiento de nuestra población empieza a tomarse en serio en el ámbito del diseño. Tenemos casi un tercio de la población en edad de jubilación y muchas de esas personas viviendo en soledad. 

Escribo esto un poco cabreado, siendo honestos, así que mejor doy un poco de contexto sensato antes. Veamos:

Todos los problemas del mundo importan, pero unos importan más que otros, obviamente. A la hora de priorizar hay dos criterios imprescindibles que dudo que alguien pueda discutirme: mayoría y cercanía. En otras palabras, nos importan más los problemas que afectan a muchas personas y/o aquellos que nos tocan de cerca geográfica o culturalmente.

Esto explica por qué me afecta más algo que le pasa a mi familia que algo que le pasa a la tuya (entiéndelo), o por qué priorizamos un desastre que afecta a miles de personas frente a otro que afecta a docenas. No estoy diciendo que unos sean más dolorosos que otros o que tu problema no importe, ojo. Hablo de cómo tendemos a priorizar.

Por esa misma lógica, es natural que nos afecte más la crisis de refugiados de Ucrania que una en Sudán, pese a que ambas son dramáticas. Ucrania está en una esfera cultural más próxima a la nuestra. No hay que darle más vueltas y quien quiera hacernos sentir culpables por pensar así puede irse a pastar.

Decía que la gente mayor empieza a estar, por fin, en la agenda de ciertos ámbitos del diseño más “activistas”. Menos mal. Hasta hace nada, algunos y algunas se rasgaban las vestiduras cuando un formulario en una web no ofrecía 'género neutro' y obligaba a elegir entre hombre o mujer. Sin embargo, les importaba tres pimientos que la app del banco fuese como un muro infranqueable para sus abuelos, con todos esos procedimientos y mecanismos que nada tienen que ver con el vocabulario o las maneras de la banca de toda la vida.

La disforia de género afecta al 0,01% de la población mientras que las consecuencias del envejecimiento afectan al 100%, siendo ahora un 25% de la población mayor de 65 años. No necesita mucha explicación. Prioridades. Por número de personas pero también por cercanía cultural y física: tus abuelos, la señora del portal de al lado, puede que tus padres, tus tíos… y tú, tarde o temprano.

Ya veo venir al que me dirá que es un falso dilema, pero un vistazo a la agenda moralizadora de cierto ámbito del design tuitero invalidará su comentario. De hecho, tiendo a no soportar a quienes están todo el día culpabilizándonos por problemas que nos son lejanos. A menudo esas personas calman así su conciencia incapaz de ejercer caridad o compasión por los cercanos. 

Máximo Gavete publicó el otro día una reflexión que me llegó muy fuerte y aún resuena en mi cabeza. Se titulaba "Diseñar el entre". Él hablaba de que tradicionalmente el diseño tiende a fijarse más en el objeto que en las relaciones que se trazan entre personas. Estas son sus palabras literales:

Quizá tengamos que entender el diseño en clave de relación y no de entes y objetos. Quizá no es resolver problemas, quizá es constituir relaciones afectivas lo que debe ocuparnos.

No pude aguantarme y le escribí, desde el móvil, con gazapos y dedazos, para decirle que la reflexión me recordaba a ese espíritu barroco que habla del sentir y de los conjuntos que se definen desde las relaciones, que no sitúa un objeto en el centro sino que le importa el todo. 

El día que fundamos el Instituto Tramontana di una charla en la que, al final, hablaba de cómo los asistentes de voz en altavoces se estaban usando para conectarte a tiendas online y a internet mediante el habla, mientras que podrían servir para generar espacios acústicos compartidos. He puesto este ejemplo infinidad de veces, perdona si me lo has escuchado ya antes: el Amazon Echo es una maravilla, pero sería aún mejor si sirviese para que mi madre, que vive lejos, pudiera sentirse acústicamente en el cuarto donde Javi y Jaume juegan por la tarde. Más que diseñar un dispositivo para conectarte a ‘Matrix’ mediante la voz, una manera de nutrir los vínculos familiares.

¿Por qué no lleva mi smartTV una webcam y un software de videoconferencia instalados por defecto? ¿Por qué no puede mi madre usar Alexa para operar con su dinero del banco? ¿Por qué no me avisa ningún puñetero dispositivo cuando un amigo mío lleva tres días sin salir de casa?

Toma cualquier tecnología que tengas cerca y piensa si era o no muy complicado ponerla al servicio de esas relaciones de las que habla Máximo, o de las necesidades de los muchos o los problemas de los cercanos.

No me interesa el diseño que quiere rehacer la sociedad, el que sólo se preocupa por lo nuevo, el que desprecia (porque no la entiende) la tradición, a cultura o la familia, el que vive culturalmente en California o Copenhague y después, en toda su superioridad moral, pretende imponer aquí esas tendencias y agendas, ignorando o despreciando nuestros problemas.

Leo hoy que Ikea y el Madrid Design Festival han abierto una instalación llamada NextGen Seniors. En sus palabras, se trata de:

Una experiencia de Data Art que invita a los ciudadanos a conversar sobre sus preocupaciones del futuro senior y en la que encontrar el color con el que ven el futuro a través de la tecnología.

Aparentemente, esta es una herramienta para entender y abordar mejor los problemas de nuestros mayores.

A tenor de lo que leo y veo, parece una manera de afrontar el problema bastante performativa, por decirlo con buenas palabras. Intuyo que esa instalación es más para la nota de prensa que para la gente mayor, que ni siquiera entienda el concepto data art o NextGen Seniors. Mi yo optimista dice que algo es algo. El pesimista dice que encima se lo toman con frivolidad.

Por suerte, el lunes Danny Saltaren mencionaba diseño y personas mayores mientras recogía su premio nacional de diseño de manos de los Reyes. Pudo hablar de muchas otras cosas, de los proyectos de éxito de su estudio, del estado del sector… Pero decidió hablar de responsabilidades y de lo que importa ahora.

Siento que cada vez somos más los que estamos en esos frentes, lo veo en boletines, en gestos, en actos y en palabras en alto de quienes suelen hablar poco.

Menos mal.

La pregunta

A veces la respuesta es una pregunta. En las preguntas, en las buenas preguntas, está el marco de entendimiento que necesitamos, la categorización de la realidad, el esquema, el diagrama que hace sencilla la respuesta. 

Hace unos meses me hice una que resuena en mi mente constantemente, como una sirena antiaérea, y que me hace ver la realidad con una lente diferente, como si viese en rayos X o con una cámara térmica.

Pero antes de plantearte la pregunta, tengo que darte algo de contexto:

Hace cinco años, mi hijo Javi y yo visitamos juntos la escuela de diseño de Ulm. Ese viaje era como una peregrinación para mi. Ahí nació y se gestó mucho del diseño que admiraba (hoy lo admiro pero con otros ojos ¿ves?) y ahí trabajaron, enseñaron y aprendieron algunos de los grandes del s.XX.

El pasillo de la residencia de alumnos y profesores. Un espacio de la muerte viviente, como los que describe László Földényi.

La visita, sin embargo, tuvo en mí el efecto contrario. De repente, todo ese funcionalismo, esa racionalidad, esa modernidad utilitarista me heló el corazón.  Meses después, en Cádiz con Terrés, la luz, la comida, la humanidad y la vitalidad que todo lo impregnaba y me impregnaba a mí también, me ayudaron a componer una síntesis algo personal. Ahí nació el nombre de las cartas: “De Ulm a Cádiz” y se gestó mucho de lo que hoy es el Instituto Tramontana.

Hace unos meses, visité de nuevo la Escuela de Ulm con alumnos del Instituto. Esta vez la visita fue con guía y a ella le agradezco que aclarase, que sintetizase en una frase, mucho de lo que yo sentía pero no sabía verbalizar:

“Quienes fundaron esta escuela querían rediseñar la sociedad.”

Al oirlo se me heló la sangre.

El plan de Ulm no era diseñar mejores artefactos, no era hacer mejor arquitectura, muebles, equipos de sonido, gasolineras o automóviles. No, nada de eso. El plan, el gran proyecto, era político: redefinir la sociedad conforme a su idea de cómo debería ser, conforme a su programa.

Qué ingenuo fui: pensaba que querían servir a su sociedad y su cultura, pero en realidad la rechazaban; querían convertirla en otra cosa.  Ese día entendí mejor el proyecto de la modernidad. Menuda bofetada me llevé.

La tradición no es el culto a las cenizas, es la transmisión del fuego.
Gustav Mahler 

¿Qué había de malo en la artesanía, en la vitalidad de una cocina de antes, en la madera que cuenta la vida envejeciendo como la piel de una anciana? ¿Qué les molestaba de los objetos que adornamos porque sentimos importantes, de ensalzar lo sensorial, de honrar nuestras raíces o de que queramos conservar aquello que sentimos bello y bueno? ¿Qué les llevaba a despreciar todo lo pasado e idealizar todo lo nuevo?

Pienso mucho en las casas clavo como la de UP, tan frecuentes en la china que no para de avanzar.

El mío, el del diseño y el producto digital, es un sector obsesionado con mirar hacia adelante. Se habla siempre de la novedad constante, de la revolución de esto y aquello, de que nada va a ser igual, de cambiar el mundo

¡Por qué cambiarlo, maldita sea!

¿Por qué no, simplemente, tratar de mejorar lo que está mal y de potenciar lo que está bien? ¿Qué resentimientos más grandes debéis de tener para no ver tanto bueno, para querer arrasar con todo, para hacer tábula rasa? ¿Por qué rehacerlo todo sin aceptar, sin entender, sin contemplar? 

Cuánta belleza, cultura y legado destruye vuestro proyecto. Nada se puede entender ni apreciar, nada se puede ya salvar cuando habéis iniciado los derribos, cuando entran las excavadoras y empezáis a hormigonar ese mundo nuevo que tanto anheláis.
 

Todo ser humano nace siendo heredero de un legado al que sólo puede acceder mediante un proceso de aprendizaje.

Si esa herencia fuera un patrimonio compuesto por bosques y prados, una villa en Venecia, un terreno en Pimlico y una cadena de tiendas en un pueblo, el heredero esperaría heredarlos automáticamente después de la muerte del padre o al alcanzar determinada edad. Se la traspasarían abogados y lo máximo que se esperaría de él sería un reconocimiento legal.

Pero la herencia a la que me refiero no es precisamente así; y, de hecho, no es así exactamente como lo imagino. Todo ser humano nace siendo heredero de un legado de logros humanos; una herencia de sentimientos, emociones, imágenes, visiones, pensamientos, creencias, ideas, interpretaciones, emprendimientos intelectuales y prácticos, lenguajes, relaciones, organizaciones, cánones y máximas de conducta, procedimientos, rituales, habilidades, obras de arte, libros, composiciones musicales, herramientas, artefactos y utensilios.

Michael Oakeshott

Idealizar lo futuro conlleva ignorar lo pasado. Soñar con algo que aún no existe (y quizás no exista jamás) acarrea ignorar lo que sí ha pasado y lo que ahora está siendo. Ensoñación frente a aprendizaje, insatisfacción frente a contemplación.

Me preguntan a menudo qué libros leer para aprender de diseño de interacción y experiencia de usuario. Suelo responder, con algo de sorna y cierto esnobismo, que ninguno de menos de cincuenta años, pues su vigencia es el indicador de la cantidad de verdad que contienen. Con los actuales, cautela y prudencia. Y sospecha abierta con los que hablan del futuro. Así, en general, con todo lo que atañe a aprender de diseño.

Diseñar es resolver, mediante tecnologías (cambiantes) las necesidades de personas en contextos concretos. Esas personas, esas necesidades y esos contextos son los mismos que hace diez, cien o mil años. La mitad de la ecuación del diseño tiene tres mil años de respuestas. Qué torpeza y qué desaprovechamiento el de diseñar con las anteojeras del mulo, mirando sólo hacia adelante.

Decía al principio que hay preguntas que son en si misma una respuesta. En otoño volveré a formar a doce diseñadores, a ayudarles a madurar profesionalmente. En algún momento, cuando menos se lo esperen, les pediré que respondan a la pregunta:

¿Diseñas para servir a tu sociedad o para cambiarla?
¿Diseñas para enriquecer tu cultura o para crear una nueva?

Convicciones

"Liderar significa tener algunas convicciones"

He recibido esas palabras como granos de sal en la boca. Son las que ha usado Íñigo Medina para presentar el programa de Dirección de Producto que pronto anunciaremos desde el Instituto Tramontana. Es un texto aún sin publicar, un borrador sujeto a cambios, pero cuando algo empieza con tanta certeza, difícilmente se deje modificar.

Últimamente me encuentro (quizás porque lo busco) a personas que acometen así su trabajo —y digo trabajo en el sentido más noble y sagrado—, desde una manera de entender la vida sin ambigüedades ni relativismos, con un sentido robusto de lo que está bien y lo que está mal.

Quizás sea el menos prosaico de todos los programas del Instituto, pero me queda clara una cosa: sin buenos directores y directoras de producto, nada de lo demás, ni la narrativa, ni la investigación, ni el diseño ocurrirán. Son la estructura ósea que lo sostiene todo.

Jardines

Llevo días obsesionado con esta foto por culpa de Luis Pérez. Él me habló de Fernando Caruncho, una suerte de arquitecto paisajista que propone el jardín como espacio intermedio entre el hombre y la naturaleza, entre el paisaje y la arquitectura, entre dentro y fuera.

Cuenta Malik Bendjelloul que "las películas provocan que nos emocionemos con lo vivido por otros pero la música que lo hagamos con nuestras propias vivencias”. ¿Acaso no pasa lo mismo con algunos jardines tan propicios a la introspección?

Más allá de lo obvio, lo que más me seduce de las propuestas de Caruncho es la libertad de escala. Un jardín puede ser un pequeño pasillo abierto tras la casa o un viñedo, un patio delantero o un trigal. 

Me lo imagino trabajando con un lienzo como el valle que veo desde el refugio, manteniendo su belleza natural pero añadiendo, meditadamente, algunos (muy pocos) elementos al paisaje, como granos de sal en la boca.

Se queda

No. No voy a jubilarla. Lleva veinticinco años a mi lado y no. Es que no me da la gana. No la tiro. No. Se queda como está. Me ha acompañado en tantos momentos que no concibo, no imagino, no acepto desecharla. No es una opción.

Se rompió hace cosa de un mes. Creo que fue culpa mía, no estoy seguro. El metal del asa estaba ya roto y un golpe de calor fundió el plástico precisamente en la zona de la junta. Las juntas, siempre los puntos débiles ¿verdad? Fue como perder el reloj del abuelo, como fallarle a un hijo, como ver morir uno de los entes —porque no es animado, pero tiene entidad— más importantes de la casa. De mi vida.

Probé a repararla con pegamento extremo, de ese que se genera mezclando dos tubos diferentes y produce uniones más sólidas que el adamantio. No funcionó. Sometido a presión en casa, consideré tirarla y hasta me puse a ver modelos nuevos. A los pocos segundos tomé conciencia…

¿Pero qué estás haciendo, Javier?

Esa cafetera ha acompañado, cuando no hecho posibles, los momentos más serenos de mi vida. Me ha sido leal y fiel. ¿Qué clase de ser abyecto la desecharía sin más? Igual que no nos deshacemos de alguien porque pierde las piernas, no tiraré (ni sustituiré) mi cafetera. Al contrario, duplicaré los cuidados para que pueda seguir ejerciendo. Al fin y al cabo, sigue haciendo lo que vino a hacer. 

Dignidad, lealtad e integridad. La cafetera no se va.

Me ha pasado parecido con un boletín (newsletter, si lo prefieres) que manteníamos Jesús Terrés y yo hace cosa de diez años. Se llamaba Hombres de Bien y nos servía para desahogar la necesidad de contar ciertas cosas, de hablar de ciertas personas, de agradecer la existencia de ciertos artefactos. Allí escribíamos de whisky antes de que estuviera mal hacerlo, de lo que nos puede aportar un coche antes de que fuesen objetos cancelados, de valores como el trabajo, la amistad o la dignidad.

La web para suscribirse lo planteaba así de claro.

Hace más de ocho años que no mandamos nada nuevo desde allí. Tuvo su momento y, aunque siga teniendo cuatro mil personas suscritas, otras plataformas y otros formatos la han relegado. Mantenemos, eso sí, mucha de la esencia de HdB, tanto Jesús con sus Claves para entender como yo con estas cartas que recibes. 

Hoy nos ha escrito mailchimp para decirnos que no la estamos usando, y que si no mandamos nada, mejor lo cierra… ¿Qué? ¿Que la va a cerrar? ¿QUUUUUEEEEEÉ?

No. No se cierra. No es una opción.

Quizás no mandemos nunca nada más desde ahí. Quizás la guardemos en un cajón. Puede ser. Pero será como cuidar de un coche clásico: ya no se usa, pero se conserva, se le arranca el motor cada cierto tiempo, se le hidratan los plásticos, se le da una vuelta algún domingo… Merece una existencia digna no por lo que hace sino por lo que hizo y por la integridad de haberse mantenido ahí hasta ahora. Tras años adaptándose el artefacto a nuestras vidas, ahora nosotros nos adaptamos un poquito a la suya.

Te pareceré un sentimental o un acumulador de trastos. No me importa. Mi convicción es fuerte: el objeto llega a tener espíritu precisamente cuando no sólo materializa la función sino que además encarna (sí, en su carne) la dignidad del servicio a lo largo de los años, las intenciones de quienes le dieron vida creándolo y usándolo. 

Esa cafetera registra, en su integridad ajada, en sus arañazos y sus grietas, la vida de quienes le hemos dado uso.

La cafetera se queda.

Señales

Google Maps está tratando de mandarme un mensaje. Cada vez que lo abro, en lugar de situar el mapa en mi ubicación actual o en mi domicilio,  lo hace en un lugar aleatorio de la península:

Villar del Rey en Badajoz, Tobes en Guadalajara, Santa Eulalia de Jaen, Almazul en Soria…

¿Qué quieres, Google Maps? ¿Qué tratas de decirme? 

Veo pocos patrones en esa selección. El único obvio es que casi siempre se trata de pueblos pequeños en entornos rurales. Muchos despoblados. No puedo evitarlo, paso a Street View y miro cómo son esas carreteras, me veo en ellas. Las imagenes que me da Google Maps están tomadas casi siempre en verano, con sol cenital y mucha luz. Pero yo me imagino transitando esos lugares una tarde invernal de domingo y luz azul escasa, casi de noche.
 

 Lo he hecho muchas veces, he ido a recorrer esos lugares con el coche, a forzar esa sensación de soledad. Algo de luz pero no mucha, algo de frío pero no demasiado, algo de presencia humana, en realidad apenas ninguna. Acabo, casi siempre, metiendo el coche por caminos en los que no me podría rescatar la grúa si pinchase o rompiese algo. Si tal cosa ocurriese, sin cobertura y casi a oscuras,  tendría que buscar la primera luz tras un cristal, el primer indicio de calor humano.

Cuantas más gentes de ideas utilitarias existan, más aumentará la población urbana y más disminuirá la población rural.

Julio Caro Baroja, “Del campo y sus problemas”, 1966

José Manuel Navia, el fotógrafo que tomó las dos imágenes anteriores, estuvo en el Instituto hace dos días. Tomamos café y hablamos de lo que estamos haciendo estos meses, del orgullo que siento de que hayamos arrancado un programa sobre filosofía para creadores —él se licenció en filosofía— precisamente el mes en que el Gobierno retira la filosofía de los institutos. Pero no del nuestro, maldita sea ¡No del nuestro!

Navia impartirá un programa técnico sobre fotografía documental. Será en primavera y, aunque no está aún anunciado, no me lo puedo callar porque lo siento inevitable. Contar y hacer son estados simultáneos del acto de crear y necesitamos ponerlos al servicio de lo que más importa.


· · ·


Llegaron "Me acuerdos" hermosísimos. Tengo que sortear el libro de Perec entre quienes se animaron a contribuir. No me olvido. Será pronto.

· · ·

Vuelvo a abrir Google Maps y aparezco en las coordenadas 39°07’48.1" Norte y 2°09’48.3” Este.

Está claro, es una señal.

Nos acordamos

Me acuerdo de mi padre leyendo el Marca a mediodía en la imprenta que había enfrente de casa.

Hellín, RTI

 

Me acuerdo de las tardes en la trastienda de la librería de mi madre.

Lugo, ALG

 

Me acuerdo de una mañana soleada en el jardín de mi abuela jugando a cocinitas con hojas y tierra. Y de cómo me molestaban los restos que se acumulaban en el dobladillo hecho burdamente por mi madre para ajustar los vaqueros que heredaba (inexorablemente) de mi hermano. 

Chiari (BS - Italia), ACS

 

Me acuerdo de mis abuelos jugando al scrabble cada tarde durante años junto a su enciclopedia.

Salamanca, MCB

 

Me acuerdo de los veranos que pasaba en la playa con mis abuelos. Los viernes venía mi madre y siempre me traía un cómic nuevo de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape o 13 Rue del Percebe.

Madrid, IAC

 

Me acuerdo de mi madre cantándome nanas, pero más que su voz, lo que persiste en mi memoria es la vibración de su pecho y su calor.

DHM

 

Me acuerdo de las escaleras en donde jugaba a Dungeons and Dragons todos los días del verano de 1987.

Zaragoza, EPG

 

Me acuerdo de aquellas increíbles tardes de verano jugando en el pueblo con primos y amigos a las chapas, bien partidos de fútbol o etapas de ciclismo.

Sotillo de la Adrada (Ávila), ERS

 

Me acuerdo de una camiseta amarilla que tenía con 7 años. En ella había un pez en el centro relleno de agua; me pasaba horas apretando el pez y observando las burbujas moverse.

Galicia, SHA

 

Me acuerdo de los globos de agua que, mi hermano y yo, tirábamos al balcón de los "chuchos" del 3º.

Vigo, AAI

 

Me acuerdo del dibujo del rey León que hizo mi padre para la carátula de mi primer cassette.

Gerona, CCR

Me acuerdo de la deliciosa aunque estéticamente no apetecible sopa de verduras que servían diariamente en la cantina de la facultad de arquitectura.

Oporto, SUN

 

Me acuerdo del helado de pétalos de rosa que probé un verano.

Asturias, IDM

 

Me acuerdo del globo rosa que se me explotó en una tarde de primavera en el parque de El Retiro. Mi hermano me regaló el suyo azul.

Madrid, VBB

 

Me acuerdo del frío chapuzón con mi tío Paco de cualquier sábado a la tarde en un pequeño rio de ALAVA para pescar truchas a mano para la cena de unas horas después.

Vitoria-Gasteiz, JJB

 

Me acuerdo del calentón de leña en la casa de mis padres.

Ciudad Juárez, JM

 

Me acuerdo del sonido de los esquís deslizando sobre la nieve recién caída. Al fondo el silencio de la naturaleza. 

Valgrande-Pajares (Asturias), AMS

 

Me acuerdo de la escolopendra que vimos un verano en el baño del cortijo de mi abuela.

Algodonales, PRF

 

Me acuerdo de las paredes aún grises cemento. Era el cumpleaños de mi hermana y las velas estaban sobre una Contesa.

DF

 

Me acuerdo de los cómics Marvel (en blanco y negro) que mi padre traía cada viernes a casa el año de mi verano en cama.

Villameca (León), IRGL

 

Me acuerdo del termómetro puesto en el patio de mi abuela, bajo el sol extremeño de Agosto, para ver si ya podía salir con la bicicleta.

Medina de las Torres, JCG

 

Me acuerdo de mis dos tortugas, y del día que las liberamos en la cantera del pueblo.

Madrid, JBM

 

Me acuerdo del olor al entrar al quirófano con cuatro años. Recuerdo las luces en la cara, una máscara… y ya se corta el recuerdo. 

Cuenca, GOM

 

Me acuerdo de ver a mi abuelo encendiendo las brasas en el corral de su casa, a través de un ventanuco, en invierno porque aún no tenían calefacción. 

Los Cerralbos (Toledo), AMF

 

Me acuerdo de los perros que guardaban el callejón de la casa de mi abuela.

Navaluenga, MSM

 

Me acuerdo de la cuesta empedrada que llegaba hasta la placeta de San José donde vivía mi abuela.

Granada, CCJ

 

Me acuerdo de la sensación del viento en la cara mientras me columpiaba bajo la higuera del jardín de casa. 

Cantabria, AHPV

 

Me acuerdo de bajar al mercado del pueblo en el Citroen Tiburon de mi abuelo.

Pereiro de Aguiar (Orense), MMF

 

Me acuerdo del sonido del reloj de pared de casa de mis tíos.

Madrid, MGR

 

Me acuerdo del Adagio de Albinoni al final de la película Gallipoli, abrazada a mi abuela en el sofá y llorando las dos.

Torrelavega, LDB

 

Me acuerdo de mi madre pidiéndose "un bitter" en el bar del pueblo.

Bernardos (Segovia), MJA

 

Me acuerdo de la instrucción para hacer que en el ZX Spectrum sonara un pitido cada vez que se pulsara una tecla de ese teclado de goma: POKE 23609,255.

ARP

 

Me acuerdo del olor a hierba recién cortada al subir la cuesta al cole a primera hora de la mañana. 

San Sebastián, MJL

 

Me acuerdo de un abrazo largo, interminable, eterno,  en una escalera en vondelpark, donde todo cambió y todo empezó.

Amsterdam, PQF

 

Me acuerdo de la sensación de la bolsa de agua caliente y el peso de las mantas en los fríos inviernos de Castilla la Mancha.

Atalaya del Cañavate, RSS

 

Me acuerdo de la luz turquesa reflejada en las paredes de una cueva marina.

Polignano a Mare (Italia), LSD

 

Me acuerdo de una comida en casa de mi madre este verano, en la terraza mirando al mar, mi hermano y yo hablando de los dibujos que veíamos de niños nos vinimos arriba y cantamos todas las canciones que recordábamos. Me reí tanto que me dolía la barriga y lloraba de la risa.

Luanco, LGI

 

Me acuerdo del día que el camarero del Derby nos llamó la atención por besarnos. «Esto es un sitio decente», dijo.

A Coruña, JJ

 

Me acuerdo del sonido estridente pero armónico que hacía el primer módem con el que me conecté a Internet. 

Pamplona, AVG

 

Me acuerdo de los yogures de limón, calientes por el sol, que comía de pequeño en la playa de Ondarreta.

San Sebastián, JEA 

 

Me acuerdo de aquel beso nocturno, bajo un paraguas mientras llovía a mares. Era un beso prohibido y aquello hizo que no se repitiera y que se grabara en mi memoria. 

 

Valencia, DSV

 

Me acuerdo del olor a bizcocho recién hecho al entrar en casa de mi abuela paterna.

Castalla, RGLL

 

Me acuerdo de, con la ayuda de mi padre, meter el brazo en un fango negro arenoso en el antiguo puerto de Dénia y alucinar cuando mi mano encontraba berberechos.

Xàbia, CPP

 

Me acuerdo del olor a conejos, gallinas y naturaleza, en la modesta granja que mi abuelo cuidaba con tanto amor.

La Nueva-Asturias, AG

 

Me acuerdo de las truchas pasando entre mis pies cuando me bañaba en el río.

Rascafría, OMN

 

Me acuerdo del chirrido de la tiza sobre la pizarra verde del colegio.

Madrid, AM

 

Me acuerdo de las tardes de invierno al sol del mirador de mi abuela, jugando con ella a las cartas en una mesa camilla.

Soria, KV

 

Me acuerdo del sonido de la puerta y del olor a polvo de la buhardilla de casa de mis abuelos.

Poilhes, GG

 

Me acuerdo de los cuenquitos de colores con forma de hoja donde nos ponían la fruta cortada en la casa de Punta Umbría.

GBM

 

Me acuerdo del juego de la rana, verde, de hierro, con la boca abierta esperando el lanzamiento perfecto.

IB
 

Me acuerdo del olor de la piel de las mandarinas al echarlas al fuego en las noches frías de Navidad.

Huesca, MLL

Me acuerdo de que mi abuelo cuando venía de vacaciones llevaba en el bolsillo bacalao salado porque en el norte no te ponían tapa con el vino.
FMF

Me acuerdo de mi padre leyendo el Marca a mediodía en la imprenta que había enfrente de casa.
Hellín, RTI

Me acuerdo de romper, con mi primo, las almendras con un mazo en el patio de la casa de mi abuela.
Playa de Oliva, P.A.

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Gracias, de corazón, a quienes habéis participado.