Días impostores

Están siendo días un poco impostores. Lucen sin lucir del todo, como de mentira; prometen calor sin llegar a darlo y nos retienen dentro de casa, sin poder elegir entre temor y tranquilidad. 

El fraile del tiempo dice “Bueno” pero él y yo sabemos que no es del todo cierto.

Cuando cruzo Guadalajara de camino al refugio, paso cerca de dos pueblos cuyos nombres me entristecen: Valdenoches y las Inviernas. El primero, que es pedanía de la capital arriacense, lo siento como el inicio de la España despoblada; el segundo como sus entrañas.

Me vienen a la cabeza las fotografías de Navia, sin duda el mejor fotógrafo documental de esas verdades, que pronto volverá al Instituto a enseñarnos a contar con fotografía. No hace mucho publicó la segunda edición de Alma Tierra, el libro que regalamos a profesores y empleados del Instituto el año pasado y que no me canso de hojear, si es que puede usarse ese verbo para fotografías con tanto mensaje.
 

© Fotografía de José Manuel Navia, disponible en “Alma Tierra”

El martes estuve en Vigo para alinear siguientes pasos de Vidiv, la plataforma para encuentros multitudinarios que estamos diseñando. Fue uno de esos viajes de ida y vuelta en el día. Una buena idea cuando los planificas pero terrible cuando llega la resaca de cansancio que te dejan. El miércoles no fui capaz de poner dos palabras juntas de puro agotamiento físico y mental.

En el vuelo de vuelta se colaba esa luz impostora, como de verano escandinavo, que no sabes si te gusta o la odias, pues es color sin calor.

Me quedé pensando en maneras de aprovechar Vidiv para el Instituto y eso me llevó al programa (podcast, canal, lo que sea) de Pedro Herrero, donde estuve hace unas semanas. Hablamos de la Bauhaus, de política e instituciones, de mentalidades e ideas de vida buena. Disfruté por los temas, pero creo que más por el formato, que es muy libre, nada estructurado ni parcelado.

Lo mejor del diseño es que linda con provincias maravillosas en las que hay personas que admiro y que creo que nos pueden enriquecer muchísimo, darnos ideas y enriquecer nuestro discurso. Tengo la intuición de que Vidiv, que ya permite que asistentes participen, podría servirnos bien para eso. Ya tengo una listita de personas con quien mantener un tête à tête, pero aún es corta. ¿Con quién te gustaría que mantuviésemos una de esas conversaciones? 

Quizás esos encuentros nos ayuden a sobrellevar este invierno urbano tan impostor, en el que Madrid es España vaciada y bien podrían ser escenario de fotografías de Navia.

© Fotografía de José Manuel Navia

Será sonoro

Tenía dieciocho años menos, dieciocho kilos menos y probablemente dieciocho canas menos. Pero en ciertas cosas —no muchas— pensaba igual que pienso ahora.

Un 21 de septiembre publiqué un post titulado “Una apología del sonido en las interfaces web” y ¿sabes qué pasó? Que me cayeron tortas por todos lados: “¡pero qué tontería es esa!” “Menuda chorrada”, “la gente no quiere que la web sea una feria de sonidos”… Aquí está la prueba y aquí el enlace al artículo completo:

 Desde entonces, se me quedó una espinita clavada. La realidad probó mi hipótesis, el iPhone trajo las apps, con ellas vinieron los sonidos y ya no se van a ir.

Sin embargo, ese dolorcillo se mantuvo hasta que conocí a Javier Suárez Quirós. De poco sirven las complicidades si no se converten en conspiraciones, así que decidimos convertir todas esas intuiciones y observaciones en un plan. El objetivo era incorporar el diseño de lo acústico en los productos digitales (su sonificación), en la formación de todo diseñador de interacción que pasase por el Instituto. Lo hicimos, tímidamente con algunas charlas, después con un programa técnico, un curso para BBVA y con un módulo en el programa de diseño de interacción.

Pero cuando uno siente que tiene una verdad luminosa entre las manos, no puede quedarse sin compartirla. Lo presencial no es suficiente, tenemos que conseguir que esos conceptos lleguen a más personas, no sólo a quienes puede pisar la sede de Goya 27 en Madrid.

Antes de vacaciones decidimos que Enfoques.net, nuestra plataforma de cursos en video, podría servir. Al fin y al cabo, por el momento vemos la sonificación como una herramienta al servicio de quien diseña y quizás todavía no como una especialización. Esa es la esencia de esos cursos en video.

El curso está ya en el horno y este es el trailer que lo explica. A ver qué te parece:

Nuestro reto es triple: ser capaces de profundizar, conectar conocimientos con práctica y contagiar. Nuestro convencimiento es uno: el diseño de interacción de dentro de unos años será sonoro. Puede que hasta sea, en muchos casos, únicamente sonoro. Y de nada valdrán los conocimientos de UX actuales sin entender esa dimensión, igual que de nada valieron los conocimientos de arquitectura de información previos al iphone si no se entendía la dimensión interactiva de las apps y lo táctil.

Apuesto a que en tu entorno ya has percibido cómo lo sonoro empieza a importar, quizás discretamente o de maneras no intencionadas. Si es así, me hará ilusión que compartas esas impresiones en los comentarios.

Tengo la intuición de que este es un cambio que pocos vemos llegar y que esta vez no faltan dieciocho años.

Un artefacto cultural

Me di cuenta de error nada más salir por la puerta. Pedro Herrero me había preguntado en Extremo Centro acerca de un artefacto cultural (libro, disco, película, pintura...) que me hubiese marcado especialmente o porque sintiese cercano a lo que habíamos comentado. Mencioné el Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick, que es un discazo único. Y sí, ese me marcó, pero debí mencionar otro:

Alma Tierra, el último libro de fotografía de José Manuel Navia, que acaba de anunciar segunda edición.

No me voy a extender acerca de por qué creo que Navia es el mejor fotógrafo documental de España o de por qué ese libro me marcó. Sólo diré que no es un libro de mesa de café, es un librazo, porque en cada fotografía hay una angustia, un pellizco, una nostalgia o un frío. Y en todas hay muchísima belleza.

Una de las fotos del libro.

En Extremo Centro, hablando de cultura y diseño

Hace algún tiempo que sigo con interés Extremo Centro, un programa (¿podcast? ¿canal?) donde Pedro Herrero conversa con personas de todo pelaje y de todo el espectro acerca de modos de ver el mundo, a menudo imbricados en lo político.

Hace unos días, Herrero me invitó y estuvimos charlando de la Bauhaus, de la Nueva Bauhaus, de la belleza, de la familia y de todas esas cosas que conectan quienes somos con lo que creamos y los motivos por los que lo hacemos.

Te dejo aquí el episodio en video; actualizaré el post cuando la versión podcast de audio esté disponible. Al principio estoy como un poco atontado, sin reaccionar, casi más en modo oyente que otra cosa, pero pasados unos minutos la cosa se calienta y lo pasamos bien.

Ya me contarás qué te ha parecido:

Terrés y Bataille

Publica hoy mi amigo Terrés una carta magnífica (quise ser su amigo por lo que escribía) titulada Todo al todo. Aquí mi fragmento favorito:

Productividad, cerrar los anillos (“un plus de motivación” me dice el peluco de tanto en tanto), pesas rusas, controlar esas décimas de grasa, nada de carbohidratos malos, colesterol bueno, sueño eficiente (sueños “eficientes”, a esto hemos llegado), decir lo correcto, coste de oportunidad, obviar la belleza, adorar al becerro de lo útil, pensar a largo plazo. ¿Pero qué largo plazo, alma de cántaro?

Leyendola me he acordado de Georges Bataille y su contraposición de las culturas protestantes centroeuropeas y anglosajonas a las mediterráneas, de raíz católica. Weber lo formuló primero, centrándose en el espíritu productivo. Bataille, sin embargo, lo plantea en clave de nuestra manera de consumir. Este podría ser un resumen muy muy destilado de su formulación:

Piensa en estas Navidades, en los kilómetros para apenas unos días, en la comida en la mesa, en las rondas con los amigos, los regalos innecesarios, la generosidad de padres y abuelos con los nietos, el “que no falte de nada” y “que no se respire miseria”, dicho con una copa de vino en la mano. A todo eso (y mucho más) alude el asunto.

Ornamento bendito

Ornamento es fuerza de trabajo desperdiciada y, por ello, salud desperdiciada. Así fue siempre. Hoy significa, además, material desperdiciado, y ambas cosas significan capital desperdiciado.

Ornamento y delito
Adolf Loos, 1908


No.

El ornamento es el lenguaje que emplean los objetos cuando quieren hablarnos.

El ornamento no es styling, imitación ni disfraz. Es la iluminación del espacio de transición entre forma y uso.

El objeto sin ornamento sólo sirve, el adornado alude, evoca, inspira, refiere, propone, narra.

Cada cultura y cada época marcan, con la rúbrica del ornamento, su propiedad sobre los artefactos que nos capacitan y nos mejoran, que nos civilizan.

El ornamento conecta la función con la narración, la ingeniería con la cultura y a la persona con la belleza.

Mediante el ornamento, el creador del artefacto nos manda un mensaje: “valoro mi creación, te valoro a ti por usarla y valoro el momento y la forma en que lo hagas”.

El ornamento dignifica la función del objeto, la ensalza, la sacraliza y la vuelve trascendente.

Mediante el ornamento afirmamos nuestra idea de una vida útil y hermosa. Adornamos aquellos objetos y los lugares que creemos que pueden propiciarla.

Scutum (escudo) romano del s. dC hallado en Dura-Europos (actual Siria). Este instrumento representaba los valores de Roma y del soldado que lo portaba.

Frecuencias mediterráneas

Tenía catorce años y mis padres me habían mandado a un internado franciscano, uno con claustro gótico y habitaciones austeras, sin posibilidad de posters en las paredes y con apagado de luces a las diez de la noche. Alejado de mi casa, de mis amigos y a oscuras, las noches se me hacían eternas. Un transistor de 500 pesetas me salvó la vida.

Desde entonces no concibo la soledad sin el sonido de una radio. Podría enumerar todos y cada uno de los momentos en que más solo he estado, por imposición o deseo, junto al aparato de radio y el tipo de emisión que me ha acompañado. Las voces me mantienen conectado con la sociedad como un cordón umbilical, como la línea de vida de un espeleólogo que se adentrase en la oscuridad de una cueva. Hay algo placentero ahí que me cuesta describir.

Hace unos días, volvíamos de pasar parte de la Navidad en Mallorca, en familia, y en mitad del trayecto de ferry me salí un rato a cubierta y probé a sintonizar la onda corta con un pequeño receptor. 

Las conversaciones de radioaficionados de todo el continente (llegué a escuchar hasta de Lituania) y las emisoras remotas brotaban como flores en primavera. En mitad del mar, sin cobertura de móvil, sintiéndome alejado del mundo pero notándolo vivo.

Me he venido unos días al refugio a ordenar ideas. Enfoques.net, nuestra plataforma de cursos en video, ha empezado a rodar con fuerza y se hace oportuno ampliar el capital del Instituto Tramontana a algunas personas que quieren invertir. Decidir los pasos y saber explicarlos es de lo más importante que haré en 2022. Más me vale tenerlo bien meditado. 

El refugio me da ese tipo de momentos de aislamiento radiofónico, más desde que me saqué la licencia de radioaficionado y disfruto de la sensación de poder estar donde nadie me ve ni me oye, en una aldea cuasi-abandonada, pero pudiendo hablar con alguien que está en otro continente. Las ondas salen de la antena y rebotan en tierra, mar y cielo hasta llegar a un desconocido que contesta, intercambia algo de conversación y me desea feliz Navidad antes de cerrar con un “73”, que es la manera de despedirse cordialmente entre radioaficionados.

Otro placer solitario que alterno con el anterior es escuchar Voice of Greece al atardecer. Hoy más, pues las voces mediterráneas me recordaban los cantos del campo de mi tierra. Me refiero a esto:

No podemos evitarlo, el Mediterráneo es uno y único. Su manera de sentir el deber, el placer y el dolor suena en una frecuencia que llevamos sintonizada por defecto. Intuyo cerca el día en que convertiremos eso en un impulso y un motivo para crear conforme a sus (nuestros) propios códigos.

Metaverso, lo inmersivo y lo emersivo

La idea de hacer la compra en el metaverso empujando un carrito hace más aguas que la nao Victoria en la Expo 92; sí, la que se hundió nada más se botada y casi acaba con la vida de Curro. Naufraga por dos motivos, veamos:

El primero: es un caso de efecto retrovisor McLuhaniano (usar tecnologías nuevas para afrontar retos viejos) de libro. Nos dan una tecnología que plantea escenarios completamente innovadores y a alguien se le ocurre usarla no sólo para algo ya resuelto, sino para resolverlo IMITANDO exactamente cómo se hace en el mundo real, con todos sus defectos. Es decir, confudiendo simulación con inmersión. Un clásico.

Mítin de Gaspar Llamazares en Second Life. Parecía una buena idea.

Vayamos con el segundo motivo, un error más común pero ojo, menos evidente. Lo explico con un ejemplo real:

Hace unos años, cuando Oculus sacó sus primeras gafas y Google empezó a promover sus gafas de VR hechas de cartón, aparecieron algunas empresas de consultoría de realidad virtual. El CEO de una de ellas me dijo en una ocasión que perdíamos el tiempo diseñando apps, porque en poco tiempo el correo electrónico lo despacharíamos virtualmente, pues todo el trabajo ‘ofimático’ que hacemos hoy en día (excels, presentaciones, correos electrónicos, etc.) se haría de forma virtual. Poco tiempo después, empresas como aquella malvivían haciendo demos en ferias de turismo.

Esta persona, quizás sobreentusiasmada con su propia tecnología, no entendió una cosa: hay experiencias que reclaman y demandan más inmersividad, pero hay otras que cuanta menos, mejor. En otras palabras, yo no quiero un email virtual, yo quiero poder resolver los mensajes sin siquiera mover un dedo, mientras me ducho o conduzco, gastando el mínimo de energía mental. El email es una tecnología que no quiere ser inmersiva, sino emersiva (por usar el antónimo). No me quiero meter en ella, quiero sacarla de mí. Y lo mismo pasa con hacer la compra en remoto (otra cosa es ir al mercado a comprar, mucho más senssorial y consciente, ojo).

Cómo hacemos que una tecnología sea ‘emersiva’

¿Cómo hacemos que una tecnología sea ‘emersiva’? Pues reduciendo su coste cognitivo al mínimo:

  • automatizando todo lo automatizable

  • minimizando la cantidad de interfaz

  • evitando los comandos y lenguajes específicos

  • haciendo que sea simultaneable con otras tareas

  • haciéndolo ubícuo e independiente del dispositivo

En el caso del correo electrónico, las autorespuestas y los filtros de spam son un paso, pero todos sabemos que el mejor cliente de correo será el que incorpore Alexa con su capacidad de procesar lenguaje natural. Ese día, cuando podamos contestar un mensaje en la ducha con un dile que lo apunte y lo vemos en la reunión del martes. Ah, y pregúntale que qué tal su Navidad, entonces habremos hecho un email más emersivo y, por tanto, mucho mejor.

A nadie se le ocurre hacer una interfaz virtual para la domótica del hogar, ¿verdad? Imagina tener que encender y apagar luces con las gafas y los guantes. Subir o bajar la persiana, encender una lámpara o encender la TV deberían parecerse a la magia; los comandos de voz son un avance, pero sería aún mejor, más eficiente y cómodo, poder hacerlo con un gesto de la mirada, levantando una ceja o con un sutil movimiento de la mano, que son comandos con mucha información cuando el receptor conoce tus códigos.

Habrá quien se pregunte qué usos, funciones, problemas o necesidades deben ser inmersivos y cuáles emersivos; cuál es el criterio de triaje de experiencias, cuáles van a una caja y cuáles a la otra?

La cosa se complica ahí, pero hay algunos criterios que pueden ayudarnos a decidir. Tareas tediosas y repetitivas, tecnologías que son medio y no fin… Casi todo lo que tiene que ver con finanzas, gestión o comunicación, mejor cuanto menos inmersivo.

Y qué demanda inmersividad

¿Y al revés? ¿Qué necesidades podemos resolver mejor desde la inmersividad? Partamos de tres axiomas del diseño emocional y la inmersividad:

  1. Sólo recordamos aquellas vivencias que nos han provocado una respuesta emocional.

  2. Al grabar una vivencia en el recuerdo, grabamos también el registro sensorial de la vivencia.

  3. Las experiencias inmersivas logran su intensidad desde la sensorialidad: apelan más fuerte a más de un sentido.

Está claro entonces, ¿no? Merece más la pena hacer inmersivas aquellas experiencias que tengan connotaciones emocionales, sean de ficción o no.

Las de ficción son obvias y el mundo del videojuego, que va veinte años por delante del diseño de interacción convencional, lo ha demostrado ya. En esos casos, lo virtual es ambas: simulación e inmersión. Y cuando ambas coinciden en coherencia, ocurre algo mágico en ficción: la suspensión de la incredulidad, el ingrediente imprescindible para que aceptemos como verdad, aunque sea por unos instantes, lo que en la realidad no contemplamos.

¿Y cuáles son las de no-ficción? Caben muchas respuestas ahí, dependiendo del sistema de valores en el que nos situemos como diseñadores, pues el diseño es cultura, especialmente cuando decide qué problemas y necesidades resolver y cuáles pasar a un segundo plano.

Propongo tres ejemplos y que cada uno decida con cuál se siente más representado:

Familia: mediante un sistema de altavoces y micrófonos, reproducimos el espacio acústico del salón de casa en el de casa de mi madre y viceversa, de modo que ella siente a sus nietos alrededor, los oye con altísima fidelidad, y ellos la oyen a ella, como sie estuviese sentada en el sofá con ellos. El sistema está activo toda la tarde y, aunque ella viva a seiscientos kilómetros, gracias a la realidad aumentada acústicamente, nos sentimos al lado.

Comunidad: ancianas de pueblos semi-abandonados de una comarca de Teruel se encuentran en el metaverso para habalar de sus cosas y recordar otros tiempos, ahora que su movilidad está reducida y el centro de salud donde se encontraban está cerrado.

Nostalgia y morbo: mediante imagen y sonido revivimos épocas de nuestro pasaado de las que ya hay suficientes registros digitales. Eliges un día de tu vida y lo vuelves a vivir, o incluso vives la de otra persona. La idea no es nueva, me suena de algún capítulo de Black Mirror. Pensando a futuro, quizás sirviese para revivir la vida de alguien de la familia o para que algún famoso se lucrase permitiendo que nos metiéramos en su piel y viviésemos lo que él vive.

Publicidad: nuestro proveedor de acceso al metaverso (o a la realidad modificada) nos hace un descuento por aceptar product placement constante. Nuestras amistades llevan zapatillas Nike y en la barra del bar está George Clooney tomándose un Nespresso.

Simulacro: los filtros que nos mejoraban el aspecto en Instagram van más allá, previo pago: hacen cancelación selectiva de sonido (fuera ruido de coches, fuera sonidos estridentes o incluso que todo suene con ‘skins’ acústicos que le den un toque u otro a la realidad). Yendo más allá, permiten “mutear” a ciertas personas o que cuando se hable de ciertos temas, suba o baje el volúmen de la voz de quien los emite.

Los ejemplos son infinitos y aplican a todos los ámbitos, más allá de los clichés de la educación, la cirugía y las que ya han anticipado multitud de series y películas (probablemente las que yo sugiero sean de esas sin yo saberlo).

Ficciones y futuribles aparte, el ejercicio más valioso a corto plazo para cualquier persona de diseño o producto digital está en entender que algunas necesidades mejoran con inmersividad y otras con lo contrario pues tan importante e innovador es lo inmersivo como lo emersivo, aunque lo segundo logre menos titulares.

Una conversación sobre la belleza

Las mal llamadas mesas redondas suelen ser un formato aburrido. El turno de palabra mata la espontaneidad y lo que tendría que ser una conversación, una trenza irregular pero entretenida, acaba siendo una secuencia de monólogos inconexos. Esta, sin embargo, salió bien.

Fue en primavera del año pasado, con Jesús Terrés, Maite Sebastiá y servidor, que se lo pasó en grande y estaba desatado. Hablamos sobre belleza desde varios puntos de vista con vehemencia. Fuimos de Platón a Cocó Channel, de Lutero a C. Tangana y de Dieter Rams a Lutero, no quedó títere con cabeza.

Juzga tú mismo, si te animas a verlo y dame tu opinión, de la charla o de los temas que tocamos, en los comentarios, que para eso están.

HfG, final.

En 1968, tras muchos conflictos, disputas y problemas de financiación, la Escuela de diseño de Ulm cerró sus puertas. Era primavera y la decisión ya estaba tomada. Su gente, aceptando el final, se relajó y celebró. En esta fotografía del momento hay más corazón que en toda la historia anterior de la escuela.

El cortejo, el vino, la música en la terraza, el vino, los niños… Parecieran mediterráneos.

Hace unos años, al verla y entenderlo todo, le dediqué estos versos:

HfG, final.

Hormigón,
línea recta,
estructura inmaculada.

Pasión desafecta.
Frío, niebla y escarcha.
No conoce lágrima
ni carcajada.

Asepsia transparente.
Desinfecta, desafecta,
estirada.

Apolo joven,
corazón de plexiglás,
entrañas de estireno,
piel de celuloide.

Sístole calculada.

Ese día fue distinto.
A punto de claudicar,
primavera del sesenta y ocho,
facturas acumuladas.
Nada que celebrar.

Y sin embargo,
o quizás por eso...

Tú última lección,
diástole liberada.

Porque todo se derrumba,
sonrisas, vino y cortejo.

Te impartió la clase,
te besó la entraña,
te hizo reír y llorar,
te salvó el alma
Dionisio el viejo.


Este post es parte de las cartas que envío desde “De Ulm a Cádiz”, un boletín donde comparto reflexiones personales en torno al diseño y sus territorios colindantes. Si deseas recibir estas cartas en tu buzón, suscríbete aquí.