Alma, de santana

Escribe Javi Santana sobre cosas con alma con ese estilo tan suyo, natural, nada pretencioso y diría que hasta modesto. Y sin embargo, lo que dice tiene calado, siempre. Empieza así:

En el año 1999 un fulano se presentó al rally París-Dakar con un coche perdedor. El Dakar es un rally que dura unas dos semanas, pasa por caminos de cabras, dunas y otras tantas sendas donde un coche de calle no avanzaría ni un palmo […]

Pero lo ganó.

Me encuentro en su último post, mucho. Vivo rodeado de ‘cosas’ cuya esencia y belleza están por encima de la practicidad, cuya utilidad está no sólo en el uso sino en el placer que ese uso le aporta al alma; cosas a todas luces costosas y difíciles de justificar desde lo racional. Y sin embargo, estoy preparado para justificar la existencia y la posesión de cada una de ellas.

El progreso de antes

Estaba prácticamente saliendo de casa para bajar a Cádiz cuando llegó, de Alcaná: “La españa que usted no conoce”, un libro magnífico, cargado de fotografías, que da testimonio de esa España que empieza a reclamar modernidad. Eran los tempranos años sesenta y el país gritaba “eh, no me mires el folklore, mírame el progreso”.

El prólogo deja las cosas muy claras desde el principio:

Cuando salimos a correr mundo, lo hacemos por dos motivos principales: ver aquello que todavía perdura del pasado o admirar lo que constituye o nos parece constituir una superación de aquél. En otras palabras, o viajamos en busca del tipismo o bien en pos de las manifestaciones del progreso.

[…]

La curiosidad por la superación del pasado es también de esa época aunque responda a impulsos exactamente opuestos a los que determinan el interés por el tipismo. Lo que se busca, en este caso, es lo nuevo, en el sentido moderno, es decir, las manifestaciones del progreso en sus aspectos y derivaciones acaso más esencialmente técnicas: las grandes ciudades, las grandes instalaciones industriales, los grandes hoteles, las realizaciones del confort, el nivel de vida...

La manera en que un país se cuenta habla mucho de la lucha entre su volksgeist y el zeitgeist, entre su esencia y el espíritu del tiempo que está viviendo. Ver cómo se mostraba España al mundo hace setenta años y no fijarse en cómo lo hace ahora sería un desperdicio. 

Tengo ganas de dedicarle una tarde de domingo, con calma, para saborear cada foto, cada pasaje. Subiré aquí lo que me llame la atención. Si hay alguna ciudad por la que tengas interés, dímelo en los comentarios y subiré imagen del capítulo en cuanto tenga un ratito.

Adiós, twitter.

Mi 2022 empieza con una decisión. No es propósito, es un acto. No es algo negativo, es profundamente constructivo: me voy de twitter.

Voy a recuperar la entrega a los libros, la relación monógama que establecemos cuando decidimos conceder nuestro excedente de tiempo a una voz que nos conecta con otros momentos y lugares.Volveré al cuaderno, no como soporte, sino como los apuntes que son puente entre el libro y la acción, entre la potencia y el acto, entre el intellige y el crea.

Twitter ha dejado de ser un espacio de intercambio para ser un gran escenario donde demostrar y confrontar. Poco nace en ese cuarto sombrío y sin ventilar, donde el aire ya se ha respirado cien veces y provoca delirios intoxicados.

Recuperaremos el intercambio sosegado y razonado de ideas y puntos de vista; primaremos la conversación sobre la rotundidad y la reflexión sobre la inmediatez. Si hay que crear redes nuevas, las crearemos, si hay que propiciar encuentros, los propiciaremos.

Más cultura, más conversación y más creación.
Sol, brisa y cielo abierto.



Activista

En esto del diseñar
hay productos y hay servicios,
hay pantallas y botones,
relojes, móviles, ratones,
hay virtudes y hay vicios.
Qué te puedo yo contar.


Está quien dice y también hace,
quien que haciendo no dice,
el que blasfema y maldice,
y el que sin hacer no puede callar.


Quien critica y siempre llora
desmerece al que se aplica,
al que estudia y bien practica,
al que ora et labora.


Y llegada la hora no cuenta
ni color, ni talla ni edad,
ni carnet ni pasaporte,
ni guapura ni fealdad.


Que la cosecha sólo sabe
de entendimiento y trabajo,
de siembra, sol y labranza.
No importa ser plebeyo o señor
ni querer ser punta de lanza
de un ejército salvador.


El diseño mejor vende
si bien hecho y bien contado,
siempre así, nunca ha cambiado.
Lo sabe quien atiende,
y estudia bien el pasado,
que el corcel antes fue potro,
no hay lo uno sin lo otro
y nada viene regalado.


Sin sembrar quieres colecta,
y bien ansías la del vecino,
caminante no hay camino
si poco quieres andar.


No eres arco ni eres flecha,
churrullero sin profesión,
activista de salón,
he ahí tu vicio ladino.

Prefieres quemar cosechas
antes que fermentar el vino.

Cosecha (Kodak Portra 200 de formato medio)

Ulm

Nos exponemos a la trascendencia y ella misma crece en nosotros. Una vez que hemos visto dónde y cómo existieron quienes crearon, quienes dieron forma a las grandes ideas por las que nos regimos, sentimos y necesitamos que nuestra existencia esté a una altura digna. 

Esa sensación no puede ser mala. Nos exige dar, pensar y trazar más y mejor. Cómo iba a ser eso malo. Exige, eso sí, un ejercicio previo: ¿En qué creo yo? ¿Cuál es mi verdad? ¿Cómo se proyecta en lo que pienso y hago?

Hoy hemos ido doce personas del Instituto Tramontana al archivo de la HfG de Ulm, la escuela que convirtió la modernidad en diseño. Cada uno de nosotros buscaba algo. Algo breve o duradero, ténue o profundo, momentáneo o trascendental… Nadie ha salido indiferente.

Horas después, entre cervezas, algunos hemos verbalizado nuestro sentir: angustia, pequeñez, desorientación, deber… No hay convicción sin duda previa ni belleza sin dolor. Aquí vinimos a sentir, a enfrentarnos a grandes ideas, propósitos y proyecciones. Vinimos a entender a algunos maestros para después abrazarlos y tratar de potenciarlos, o quizás confrontarlos. De aquí saldremos con intuiciones, sensaciones o quizás certezas, nunca indiferentes. El tiempo convertirá todo eso en algo mayor, más denso, más fuerte, más intenso en nuestro interior.

Profesión es profesar. Profesar exige sentir que lo que hacemos viene de antes que nosotros y se proyecta más allá. Somos alumnos de maestros que nos recuerdan que seremos maestros de otros alumnos.

Nuestro deber es decidir qué es lo inmutable y transmitirlo. 

No aspiramos a lo viable sino a lo excepcional, no perseguimos lo bueno, sino lo elevado. No vamos a apagarnos en la mediocridad, queremos arder en lo bello.

Ulm nos apela, nos exige. Mostrándonos el pasado nos obliga a desear un futuro, el nuestro. Ulm es una imposión de incógnitas, de preguntas nuevas. Es una fuerza que atrae toneladas de dudas hacia nosotros y que empieza a provocar hilos de ideas hacia afuera, senderos que tornarán en caminos y, quién sabe, quizás en rayos de luz.


La mayoría de fotos no son mías, lo son del grupo que estuvo de viaje y de Cova Canitrot, parte del equipo del Instituto.

Doce ideas sobre ideología y diseño

Un buen debate es como el viento que despeja un territorio de nubes: aclara ideas, posiciones y la escena se vuelve más nítida. Ayuda a entender mejor los argumentos propios y los del otro.

Ayer debatimos en Vidiv unos cuantos sobre si era deseable un diseño politizado. Aquí van mis notas sobre el tema, algo más pulidas tras la fricción de argumentos que provoca el debate.
 

I

Una aclaración necesaria: el diseño tiene casi siempre consecuencias políticas, pero no siempre tiene intención política. Las consecuencias son inevitables, la intención la decidimos quienes diseñamos.

 

II


Una premisa: diseñar implica resolver un reto (problema, necesidad, tarea) entendiendo el contexto en el que se resolverá y las personas implicadas en ello. A mayor conocimiento de contexto y usuario, más probabilidad de acertar en la resolución. Podríamos llamarlo diagnóstico. Y no hay buen tratamiento sin buen diagnóstico.


III


Una obviedad: una ideología tiene siempre dos partes. La primera es una idea de cómo deseamos que sea el mundo. la segunda, un programa, una serie de acciones para llegar a ese modelo de sociedad.

La ideología no busca entender el mundo, busca transformarlo. No busca abrazar la verdad como es, sino encajarla en su modelo. 

No se puede entender una necesidad, problema, objetivo de diseño si no se desea entender y aceptar la realidad tal y como es. Si sustituimos diagnóstico por ideología, resolveremos siempre peor.

La contaminación del diagnóstico por nuestra forma de ver el mundo es inevitable. La contaminación consciente e intencionada es injustificable.

Un error: sustituir investigación por cosmovisión.
El diseñador ideologizado va por ahí con una solución en busca de problemas.
 

IV

Somos seres políticos. Todos tenemos ideología, de forma más o menos consciente y manifiesta. Eso no significa que tengamos que retregársela a todo lo que hacemos.

 

V

Otro error: confundir ética con política. Actuar moralmente, evitar el mal en tus decisiones de diseño, es ético, no necesariamente político.

 

VI

Dos ejemplos:

  1. ante un dolor de ovarios, un ginecólogo ultraconservador concluye que esa mujer debe tener hijos para que ese dolor desaparezca. Su actitud ultraconservadora le lleva a confundir tarea y usuario: se olvida de que su usario es la mujer que tiene delante y que la tarea es curar ese dolor de ovarios porque su ideología le dice que la tarea es subir la natalidad y la sociedad es “el usuario”.

  2. Le Corbusier se atribuye la responsabilidad de renovar “el viejo mundo”. Proyecta grandes barrios con bloques de viviendas masivos obsesionado por la renovación estética y por la optimización de recursos. El resultado: estructuras deshumanizantes que acaban sumiendo en mayor miseria a sus habitantes, que anulan toda posibilidad de espontaneidad, que limitan y alienan igualando a todos en la colmena. Ejemplos: Los ‘grands ensembles’ de Marsella y Nantes o la Interban de Berlín.

Una curiosidad: en la URSS se copiaba todo el diseño de occidente que se podía. No dieron con un buen modo socialista de hacer buenos productos.

 

VII

Todos nos sabemos bienintencionados, pero la calidad del diseño está en los resultados, no en la intención de quien lo proyecta. Investigación, estudio y entendimiento ganan a buenas intenciones. Búsqueda de la verdad gana a ideología. 

Construir sobre la verdad es más duradero que hacerlo sobre la ideología.

 

VIII

El diseño se debe al encargo: alguien señala el problema y nos pide que lo solucionemos. El encargo puede venir de nosotros mismos, de un cliente, de un partido o de un amigo, pero siempre lo hay. Es la intención previa, la definición del problema (necesidad, objetivo, reto).

El ejercicio de la política es priorizar, elegir qué cosas son un problema y cuáles no. Y asignar encargos y recursos a ello. Algunos de esos encargos son de diseño.

 

IX

Elegir a nuestros clientes es el mayor acto político que podemos hacer como diseñadores. Una vez hecha la elección, resolvemos el encargo con la mayor solvencia técnica posible. Lo político es elegir la intención, no ejecutar.

La ideología está, debe estar, pero no en la ejecución. 

Un profesional ideologizado confunde lo que sucede con lo que quiere que suceda; sea de derechas o de izquierdas, no hay sector ajeno a este fenómeno.

Nadie quiere criterios ultraconservadores, neoliberales, socialdemócratas o libertarios en su tratamiento médico, en el diseño de su barrio o en el menú del comedor escolar de sus hijos.

 

X

Otro error: confundir política y cultura.

El diseño no es cultura pero bebe de ella y a su vez desemboca en ella. La usa y la crea en un ciclo infinito. Cuando el diseño se acerca a la cultura no lo hace como a la ideología. La cultura siempre suma y no es un recurso escaso.  La cultura es la expresión creadora de una sociedad y acercarse a un ámbito de lo cultural no va en detrimento de otro. No habría que confundirlos.

XI

Hechos > argumentos > opiniones.

XII

La conciencia de nuestros sesgos es el primer paso para un ejercicio profesional bueno. El segundo es la integridad: que nuestros discursos se alineen con nuestros actos. 

Elegir para quien diseñamos, al servicio de quién y de qué ponemos nuestro esfuerzo y conocimiento es el único acto ideológico deseable.


Aquí está el vídeo de la sesión de debate que menciono al inicio del post:

Corte de suministro

Me he despertado con la ilusión de buscar algunos modelos de radios japonesas de los 90, de recrearme en las decisiones de aquellos diseñadores que querían contarnos un sueño de futuro. Un Tokyo soñado, un Neon Genesis Evangelion, una época en la que la tecnología más avanzada no quería esconder su complejidad tras falso minimalismo, sino que exhibía sus requisitos: “esta es una máquina del futuro y debes estar preparado para usarla”.

Podría aparecer en un anime cualquiera.

Podría aparecer en un anime cualquiera.

Busco en Google. Quiero encontrar webs personales, colecciones de particulares, de esas que se enseñan con una mezcla de orgullo y humildad, con fotos de hace diez años y enlaces al final: “deberías visitar la colección de fulanito, es mejor que la mía, más enfocada en Yaesu”.

Ya no queda nada de eso.

Y si está, permanece enterrado en las profundidades, por debajo de capas y capas de ebay, pinterest, facebook y tiendas online; como restos romanos o árabes que afloran con las obras de un parking. Restos, eso son.

La promesa de sencillez de las redes mató a los blogs y a las páginas personales. Con ellas murieron las colecciones de radios de estética japo, se agotaron las opiniones argumentadas y se desvaneció el conocer a alguien por lo que le diferenciaba de los demás. Y por si fuese poco, toda esa red de enlaces cruzados entre personas que compartían una afición, un ámbito de conocimiento, se fue secando. Google se encargó de apagarles la luz, de cortarles los suministros y con ellos se desvanecieron las últimas visitas que las mantenían vivas.

Mientras mirábamos a otro lado, una biblioteca entera ardía. Una diversa, rica, variada, humana, única y hermosa. En su lugar, hemos erigido un centro comercial.

Dicen que la nostalgia es mala, pero malditos sean algunos progresos.


Este post es también una de las cartas que mando a suscriptores y he dado en llamar “De Ulm a Cádiz”. En esa newsletter escribo sobre diseño y producto digital, desde mi puesto en el Instituto Tramontana, con algunas infiltraciones de vivencia y sentimiento. Suscríbete si quieres recibirlas en tu buzón.

Vaporwave y conducción

Hasta ahora, me había fijado en el synthwave desde esa definición tan rica que dice que te transporta al pasado y al futuro simultáneamente. No siendo estríctamente lo mismo, el vaporwave también provoca efectos “extraños”.

Mariela González ha escrito en The Objective (cada vez me gusta más este medio) un artículo magnífico titulado “El refugio el en glitch”, donde desentraña el efecto de esa música.

El concepto de no-lugar convertido en un refugio reconocible a través de las referencias.

[…]

Lo vaporwave nos remite al concepto de no-lugar, ya lo hemos dicho, e inevitablemente esto trae consigo la sensación de soledad. Puede ser una soledad agridulce: esa relajación que nos propone Meng Games solo se consigue si tenemos un universo para nosotros solos.


Me confieso conductor por necesidad logística pero también por necesidad espiritual. Conducir solo, por algunas carreteras, tiene un efecto especial en mi estado mental, como si bajase mis revoluciones mentales y me ayudase a “defragmentar” la mente, poniendo ideas en su sitio sin que sea yo consciente del proceso. Una especie de relax activo.

Leyendo lo que menciona Graciela González, todo cobra sentido. Dejo aquí el video de un juego que cita y que me ha fascinado: va de conducir, sencillo, sin dificultad, hacia escenarios indefinidos, sin sobresaltos ni estridencias, dejando que los pensamientos asienten:



Factores y colectivos

¿Lo tiene más difícil una mujer joven y soltera que vive en Madrid o un padre de dos hijos que vive en Canarias? ¿Un chico de familia pobre o uno de familia acomodada con problemas de dicción? ¿Una marroquí rica o una belga pobre? ¿Una que cuida de su hermano pequeño o uno que sufre dislexia?

¿Cuántos factores exógenos pueden perjudicar el acceso, la formación y el éxito profesional de alguien que diseña (o se dedica a cualquier otra profesión)?

A mí, ahora mismo, me salen estos:

  • Tener pocos ingresos (propios o familiares)

  • Vivir en un país pobre

  • No ser hombre

  • No hablar idiomas

  • Tener un acento muy marcado

  • Tener dificultades para expresarse 

  • Ser introvertido/a 

  • No tener apoyo familiar

  • No ser de raza blanca

  • Vivir lejos de las grandes capitales

  • Tener un timbre de voz desagradable

  • Tener mala infraestructura de internet donde vives

  • Tener hijos en edades tempranas

  • Vivir en un barrio deprimido

  • Tener una familia desestructurada

  • Tener alguna discapacidad física

  • Sufrir problemas de dicción 

  • Sufrir dislexia

  • Tener familiares dependientes

  • Tener problemas visibles en la piel

  • Sufrir alguna enfermedad mental

  • Ser desfavorecido/a físicamente (fea, obeso, demasiado baja, demasiado velludo…)

  • Sufrir trastornos del sueño 

  • Estar en edad madura

Obviamente son más, aunque ahora no se me ocurran. ¿Te viene algún otro a la cabeza? ¿Cuáles crees que pesan más?

Yo diría que algunos son más perjudiciales que otros y todos injustos. Hay manos de cartas malas, muy malas y terribles. Todos lo hemos visto y alguna seguro que hemos vivido.

Es algo complejo, intrincado, de muchas variables. Cada persona tiene una situación (o varias sumadas) y la afronta con los medios y esfuerzos que tiene, es lo natural.

Simplificar es siempre injusto hacia unos u otros. Hacer grupos y priorizarlos también lo es. 

La tendencia actual, el zeitgeist del momento, exige la visión colectiva y castiga la particular. En lugar de ver dificultades que compensar, vemos colectivos a quienes priorizar sobre otros, dejando las particularidades fuera, perjudicando a quienes sufren una desventaja “no colectivizable”. 

De una manera un tanto orwelliana, todo son colectivos y todos los colectivos son iguales, pero unos lo son más que otros.

De la maestra rural a la enseñanza digital

Aún recuerdo el sabor de los bistecs fríos y el puré, el olor de la tiza y la madera de los pupitres de aquella escuela rural. Cuando los alumnos —apenas doce chavales de varias edades que compartían aula— se iban a casa a almorzar, mi madre sacaba la fiambrera y comíamos en su mesa, encima del entarimado. Ella era una joven maestra rural en una aldea remota de la Serra de Tramuntana y yo su hijo de cuatro años, iba con ella y asistía a sus clases curioso y entretenido. También recuerdo el cariño y el agradecimiento con el que la trataban, tanto los chicos de clase como la gente del pueblo. Era la maestra, la que se hacía kilometros y kilometros por carreteras imposibles, con un niño de cuatro años a cuestas, para enseñar a sus chavales.

Banyalbufar hoy, en la Serra de Tramuntana de Mallorca. El primer asfalto lo pusieron estando nosotros en clase, aún recuerdo el olor.

Banyalbufar hoy, en la Serra de Tramuntana de Mallorca. El primer asfalto lo pusieron estando nosotros en clase, aún recuerdo el olor.

Así era la educación pública: allá donde hubiese niños, llegaba el maestro o la maestra con sus libros sus mapas y sus lecciones. Ciudad o campo, mar o montaña, con barcos, trenes, autobuses o bicicletas, para que todo un país subiese su listón de cultura y educación, para asegurar unos mínimos comunes de civilización.

La enseñanza universal fue un sueño de la ilustración que hicimos posible en el siglo XX y mi madre fue parte de ello. Estoy convencido de que ese es el logro más grande de lo público y esa profesión la más hermosa.

Para que el estado lograse formar a millones de personas hizo falta sistematizar, homogeneizar y normativizarlo todo: temarios, contenidos y métodos. Es de lógica: cuanto más quieres abarcar, más necesitas organizar. La consecuencia es que al ganar en extensión y y en poblanción, se perdió en profundidad y personalización.

La enseñanza universal, la que nace en las Cortes de Cádiz y se completa durante la Segunda República, tenía altos propósitos y era gratuita, pero era serializada y masiva. No había otro modo de combatir el analfabetismo o la incultura. Era lo mejor que podíamos tener con los medios que existían: libros y maestros.

Antigua escuela de El Pevidal, en el Concejo de Salas, en Asturias. Fotografía de J. M. Navia

Antigua escuela de El Pevidal, en el Concejo de Salas, en Asturias. Fotografía de J. M. Navia

Los niños que se criaron en familias más ricas o con más acceso a la cultura, contaron con instructores personales y con bibliotecas privadas. Cuando asistieron a aulas fue a las de prestigiosas escuelas y universidades, viajando si era necesario. Más que sus mansiones o sus herencias, esa formación fue su mayor privilegio.

El siglo XX también trajo medios de comunicación universales y masivos: la radio en la primera mitad y la televisión en la segunda. Ambas tecnologías nacieron con la ilusión de ser no sólo medio de comunicación, sino también mecanismo para llevar la educación a los lugares más remotos. A donde no llegaba una carretera, sí llegaba una onda. El panorama era esperanzador.

Radio ECCA fue una de las primeras en intentar educar a distancia.

Radio ECCA fue una de las primeras en intentar educar a distancia.

Sin embargo, esta ilusión demostró ser ingénua y naïf. Tanto la radio como la televisión acabaron siendo simples instrumentos de información en el mejor de los casos, y de adoctrinamiento, propaganda o mero entretenimiento en la mayoría de ocasiones. Las empresas las usaban para vender más y los gobiernos para consolidar poder. Su papel educativo nunca pasó de ser simbólico o residual.

Parece una constante en la historia de las tecnologías y los medios: cada vez que aparece un canal para llegar a muchas personas muy rápido, nos creamos la esperanza de que servirá para elevar el nivel cultural de la gente, para educar a más personas, para llevar el conocimiento a más lugares. Pero eso pocas veces ocurre. Los medios de masas, más que instruir entretienen y más que elevar uniformizan.

Internet y la digitalización han sido nuestra última gran ilusión. En su esencia está la capacidad de reproducir y distribuir cualquier conocimiento hasta el infinito, de hacerlo accesible y navegable sin apenas coste. Era perfecto para la educación.

En 1996 John Perry Barlow publicaba el Manifiesto del Ciberespacio, en el que se decía:

En nuestro mundo, sea lo que sea lo que la mente humana pueda crear puede ser reproducido y distribuido infinitamente sin ningún coste. El trasvase global de pensamiento ya no necesita ser realizado por vuestras fábricas […] Crearemos una civilización de la Mente en el Ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos han creado antes.

Sin embargo, se ha repetido el mismo patrón: hoy internet es muchas cosas; por encima de todas es un canal de compra, una interfaz nueva para el capitalismo, un mecanismo para serializar y distribuir mercancías e historias. Otro medio de entretenimiento y uniformización.

Pero ¿y la posibilidad de usarlo para la formación? Si internet puede poner textos, imágenes y sonido en cualquier lugar, eso debería convertirlo en el medio ideal para la formación. En teoría.

Hasta la fecha, la formación online que hemos sido capaces de ofrecer ha sido o bien documental (textos, pdfs, presentaciones) o bien retransmisiones de lecciones magistrales a través de vídeo, donde una persona habla y el resto escucha, para después tener un turno de palabra. Muy pocas excepciones, casi siempre de naturaleza lúdica y sin mucha repercusión, se han escapado de este patrón.

Hemos tratado de replicar lo que hacíamos en persona, pero más que beneficiarnos de las ventajas de la nueva tecnología, hemos aceptado pasivamente sus inconvenientes.

Hemos perdido las interacciones sutiles entre quien enseña y quienes aprenden, la complicidad, la fuidez de los debates, la riqueza de las improvisaciones, la sensorialidad, las excursiones, los objetos, los libros hojeados al momento, los laboratorios y los experimentos. Hemos renunciado a los encuentros entre alumnos, esos al finalizar las clases, en los que entretejemos lo aprendido con lo vivido por unos y otros, haciéndolo un poquito más nuestro.

Por encima de todo, hemos perdido el sentido de comunión, de estar en un mismo lugar, en un mismo tiempo y predisposición, donde no existe lo de fuera, donde sólo estamos nosotros, quienes aprendemos y quien enseña, frente a lo que queremos dominar, aprehender, absorber, entender y hacer nuestro.

Cuando aparece un medio o un dispositivo nuevo que permite cosas inéditas, tendemos a usarlo para resolver con ella las viejas necesidades, lo que ya hacíamos bien antes, en lugar de dirigirlo a lograr nuevos objetivos.

El efecto retrovisor, según lo describe Marshall McLuhan en “The medium is the message”.

El efecto retrovisor, según lo describe Marshall McLuhan en “The medium is the message”.

Marshall McLuhan bautizo este fenómeno con el nombre de “efecto retrovisor”, por analogía de alguien que conduce con un automóvil y en lugar de fijarse en lo que está por llegar, mira por el espejo retrovisor todo lo que deja atrás.

En los inicios de la radio, se retransmitían espectáculos de fútbol, toros y conciertos en los que el coro o la banda entera se ponían ante los micros e interpretaban en directo. Eran los espectáculos a los que la gente asistía antes de la radio, portados al nuevo medio. Con el tiempo, la radio encontró sus nuevos formatos: radionovelas, tertulias o carrousseles deportivos, a la vez que el transistor volvía a la radio un dispositivo móvil y ubícuo.

Con la TV se repitió el fenómeno: empezaron televisando programas de radio, personas hablando a micrófonos, y poco a poco, el medio encontró sus propios formatos. 

© ABC

© ABC

Diríase que con el aprendizaje en remoto estamos volviendo a mirar por el espejo retrovisor: usamos la tecnología del nuevo medio para replicar los métodos, las herramientas y los contenidos del viejo. El fin es el mismo: formar, educar, instruir, elevar… Pero los medios, los mecanismos, los formatos y los contenidos necesitan ser distintos.

Del pasado estamos copiando los documentales en video, los repositorios de documentos, la idea de clase, el formato del grupo, la idea de pizarra y hasta la distribución temporal de las sesiones. Salvo contadas e infructuosas excepciones —casi todas experimentos de ludificación—, un entorno de enseñanza online es una réplica de un canal de TV, de un aula, de un archivo documental (PDFs y Powerpoints) o una mala mezcla de las tres.

El modelo de enseñanza presencial no ha cambiado desde la Grecia antigua. Usamos esa afirmación para criticarlo, cuando deberíamos preguntarnos qué tiene de especial para haber aguantado tres mil años. ¿Por qué no hemos sido capaces de superarlo? ¿Cuál es su secreto? ¿Cuál es la esencia de la enseñanza, lo que realmente tenemos que conservar?

Sócrates enseñando (© Hulton)

Sócrates enseñando (© Hulton)

Confundimos, decía, los medios con los fines y en lugar de buscar la esencia por nuevos caminos, reprodujimos los viejos caminos en lo online. Visto con distancia, resulta tan absurdo como si quienes inventaron la aviación hubiesen forzado a los aeroplanos a volar por las rutas de las carreteras en lugar de ir en linea recta.

El mítin de Gaspar Llamazares en Second Life en 2007, con apenas una docena de asistentes, acusando un claro efecto retrovisor.

El mítin de Gaspar Llamazares en Second Life en 2007, con apenas una docena de asistentes, acusando un claro efecto retrovisor.

Si nuestro medio es diferente, si los dispositivos y los contextos son distintos, tendremos que repensar el contenido, los tiempos, las duraciones, los formatos y puede que hasta repensar las correspondencias entre contenidos, edades y lugares. Todo, todo, todo menos el fin último, debe ser repensado para evitar el efecto retrovisor y empezar a aprovechar de verdad el nuevo medio.

También la experiencia de quien enseña debe reconsiderarse. Leo estas palabras en el blog de Tocho, hablando sobre la experiencia de quien enseña, sobre cómo ocurre ese enseñar:

… tras unas primeras frases laboriosas, que se atienen a lo previsto, las palabras empiezan  a "pensar" por sí mismas, a vivir, a organizarse por sí mismas.

Este pensar hablando, este hablar que piensa, solo se da en el aula, ante estudiantes, cuyos gestos y miradas actúan de señales, de advertencia o de paso, de veto o de aceptación.

En un aula sin estudiantes, como ocurre en algunas ocasiones, o ante un ordenador en casa o en un despacho, cuando el profesor habla a su imagen, las palabras no actúan en libertad. Si la clase se construye mediante vídeos grabados -más cómoda de seguir por el estudiante-, el profesor, que no habla, ya no tiene ocasión de pensar.

Cualquiera que haya tratado de enseñar en remoto, conoce lo limitante que es tener sólo un ventanuco, una cámara fija y unos alumnos (con suerte, pocos) que están en compartimentos aislados entre sí. Ese formato, como bien describe la cita anterior, se siente como una camisa de fuerza, como si no pudiese uno usar las manos ni el cuerpo ni la mente, como si no pudiese abrirse. En ese estado sólo se puede seguir el discurso, avanzar o retroceder por un camino predefinido y diseñado de un discurso previo. El profesor no puede pensar, sólo interpretar. La comunión de objetivos con tus alumnos es imposible en un estado así.

No es broma, algunas de las mejores empresas de tecnología están proponiendo esto como solución a la formación online. Yo lo llamo “hacer un Llamazares”.

No es broma, algunas de las mejores empresas de tecnología están proponiendo esto como solución a la formación online. Yo lo llamo “hacer un Llamazares”.

La alternativa, los videos, las plataformas con tutoriales con listas de reprodución e itinerarios fijados, son aún más serializados, uniformizantes y lineales que la enseñanza del siglo pasado. Esos contenidos son a la formación, lo que la comida precocinada es a la nutrición: un sustituto de mala calidad que acaba haciendo más daño que bien, que entretiene sin enseñar, como las pizzas y las hamburguesas de franquicia, que sacian sin nutrir.

La formación en remoto no pasa por reproducir el modelo antiguo ni por crear nuevos contenidos en video y distribuirlos masivamente. Eso está bien para inspirar, pero no es formación de verdad.

Mi apuesta, tras muchos años formando presencialmente y otros tantos intentándolo en remoto con muchas plataformas, es buscar la esencia, el corazón, lo que nunca ha cambiado. Lo que debemos buscar está en las relaciones y en las inmersiones, en la exposición y en la sensación.

En las relaciones está por la interacción y el diálogo entre quien transmite y quien aprende, esa conversación viva a muchas bandas, esos cordeles que se trenzan entre varios, en los que nos exponemos unos a otros. En “El arte de Estudiar”, Mariano Rubió lo explicaba así:

Aprender de los que más saben inclinando la conversación hacia el lado en que nuestro interlocutor posee manifiesta superioridad, así nos ponemos siempre en el lugar del discípulo y obligamos a la persona con quien hablamos para que haga el papel de maestro, sin advertirlo siquiera.

Y en la inmersión está por los espacios compartidos: lugares, sean físicos, virtuales, acústicos, públicos o privados, en los que nos encontramos de verdad, que nos abrazan y nos provocan estados mentales, complicidad y comunión de intenciones, coincidencias conscientes en el espacio y el tiempo que nos predisponen a aprehender lo nuevo. 

Que años después, en nuestra madurez, recordemos lo aprendido con la sensorialidad de haber estado, de haber olido y sentido. Que sintamos el agradecimiento y el cariño hacia quien nos ha enseñado y nos ha hecho crecer y la fraternidad con quienes hemos compartido esos caminos. Sólo así, más humana, tendrá sentido esa tecnología.