Corte de suministro

Me he despertado con la ilusión de buscar algunos modelos de radios japonesas de los 90, de recrearme en las decisiones de aquellos diseñadores que querían contarnos un sueño de futuro. Un Tokyo soñado, un Neon Genesis Evangelion, una época en la que la tecnología más avanzada no quería esconder su complejidad tras falso minimalismo, sino que exhibía sus requisitos: “esta es una máquina del futuro y debes estar preparado para usarla”.

Podría aparecer en un anime cualquiera.

Podría aparecer en un anime cualquiera.

Busco en Google. Quiero encontrar webs personales, colecciones de particulares, de esas que se enseñan con una mezcla de orgullo y humildad, con fotos de hace diez años y enlaces al final: “deberías visitar la colección de fulanito, es mejor que la mía, más enfocada en Yaesu”.

Ya no queda nada de eso.

Y si está, permanece enterrado en las profundidades, por debajo de capas y capas de ebay, pinterest, facebook y tiendas online; como restos romanos o árabes que afloran con las obras de un parking. Restos, eso son.

La promesa de sencillez de las redes mató a los blogs y a las páginas personales. Con ellas murieron las colecciones de radios de estética japo, se agotaron las opiniones argumentadas y se desvaneció el conocer a alguien por lo que le diferenciaba de los demás. Y por si fuese poco, toda esa red de enlaces cruzados entre personas que compartían una afición, un ámbito de conocimiento, se fue secando. Google se encargó de apagarles la luz, de cortarles los suministros y con ellos se desvanecieron las últimas visitas que las mantenían vivas.

Mientras mirábamos a otro lado, una biblioteca entera ardía. Una diversa, rica, variada, humana, única y hermosa. En su lugar, hemos erigido un centro comercial.

Dicen que la nostalgia es mala, pero malditos sean algunos progresos.


Este post es también una de las cartas que mando a suscriptores y he dado en llamar “De Ulm a Cádiz”. En esa newsletter escribo sobre diseño y producto digital, desde mi puesto en el Instituto Tramontana, con algunas infiltraciones de vivencia y sentimiento. Suscríbete si quieres recibirlas en tu buzón.

Vaporwave y conducción

Hasta ahora, me había fijado en el synthwave desde esa definición tan rica que dice que te transporta al pasado y al futuro simultáneamente. No siendo estríctamente lo mismo, el vaporwave también provoca efectos “extraños”.

Mariela González ha escrito en The Objective (cada vez me gusta más este medio) un artículo magnífico titulado “El refugio el en glitch”, donde desentraña el efecto de esa música.

El concepto de no-lugar convertido en un refugio reconocible a través de las referencias.

[…]

Lo vaporwave nos remite al concepto de no-lugar, ya lo hemos dicho, e inevitablemente esto trae consigo la sensación de soledad. Puede ser una soledad agridulce: esa relajación que nos propone Meng Games solo se consigue si tenemos un universo para nosotros solos.


Me confieso conductor por necesidad logística pero también por necesidad espiritual. Conducir solo, por algunas carreteras, tiene un efecto especial en mi estado mental, como si bajase mis revoluciones mentales y me ayudase a “defragmentar” la mente, poniendo ideas en su sitio sin que sea yo consciente del proceso. Una especie de relax activo.

Leyendo lo que menciona Graciela González, todo cobra sentido. Dejo aquí el video de un juego que cita y que me ha fascinado: va de conducir, sencillo, sin dificultad, hacia escenarios indefinidos, sin sobresaltos ni estridencias, dejando que los pensamientos asienten:



Factores y colectivos

¿Lo tiene más difícil una mujer joven y soltera que vive en Madrid o un padre de dos hijos que vive en Canarias? ¿Un chico de familia pobre o uno de familia acomodada con problemas de dicción? ¿Una marroquí rica o una belga pobre? ¿Una que cuida de su hermano pequeño o uno que sufre dislexia?

¿Cuántos factores exógenos pueden perjudicar el acceso, la formación y el éxito profesional de alguien que diseña (o se dedica a cualquier otra profesión)?

A mí, ahora mismo, me salen estos:

  • Tener pocos ingresos (propios o familiares)

  • Vivir en un país pobre

  • No ser hombre

  • No hablar idiomas

  • Tener un acento muy marcado

  • Tener dificultades para expresarse 

  • Ser introvertido/a 

  • No tener apoyo familiar

  • No ser de raza blanca

  • Vivir lejos de las grandes capitales

  • Tener un timbre de voz desagradable

  • Tener mala infraestructura de internet donde vives

  • Tener hijos en edades tempranas

  • Vivir en un barrio deprimido

  • Tener una familia desestructurada

  • Tener alguna discapacidad física

  • Sufrir problemas de dicción 

  • Sufrir dislexia

  • Tener familiares dependientes

  • Tener problemas visibles en la piel

  • Sufrir alguna enfermedad mental

  • Ser desfavorecido/a físicamente (fea, obeso, demasiado baja, demasiado velludo…)

  • Sufrir trastornos del sueño 

  • Estar en edad madura

Obviamente son más, aunque ahora no se me ocurran. ¿Te viene algún otro a la cabeza? ¿Cuáles crees que pesan más?

Yo diría que algunos son más perjudiciales que otros y todos injustos. Hay manos de cartas malas, muy malas y terribles. Todos lo hemos visto y alguna seguro que hemos vivido.

Es algo complejo, intrincado, de muchas variables. Cada persona tiene una situación (o varias sumadas) y la afronta con los medios y esfuerzos que tiene, es lo natural.

Simplificar es siempre injusto hacia unos u otros. Hacer grupos y priorizarlos también lo es. 

La tendencia actual, el zeitgeist del momento, exige la visión colectiva y castiga la particular. En lugar de ver dificultades que compensar, vemos colectivos a quienes priorizar sobre otros, dejando las particularidades fuera, perjudicando a quienes sufren una desventaja “no colectivizable”. 

De una manera un tanto orwelliana, todo son colectivos y todos los colectivos son iguales, pero unos lo son más que otros.

De la maestra rural a la enseñanza digital

Aún recuerdo el sabor de los bistecs fríos y el puré, el olor de la tiza y la madera de los pupitres de aquella escuela rural. Cuando los alumnos —apenas doce chavales de varias edades que compartían aula— se iban a casa a almorzar, mi madre sacaba la fiambrera y comíamos en su mesa, encima del entarimado. Ella era una joven maestra rural en una aldea remota de la Serra de Tramuntana y yo su hijo de cuatro años, iba con ella y asistía a sus clases curioso y entretenido. También recuerdo el cariño y el agradecimiento con el que la trataban, tanto los chicos de clase como la gente del pueblo. Era la maestra, la que se hacía kilometros y kilometros por carreteras imposibles, con un niño de cuatro años a cuestas, para enseñar a sus chavales.

Banyalbufar hoy, en la Serra de Tramuntana de Mallorca. El primer asfalto lo pusieron estando nosotros en clase, aún recuerdo el olor.

Banyalbufar hoy, en la Serra de Tramuntana de Mallorca. El primer asfalto lo pusieron estando nosotros en clase, aún recuerdo el olor.

Así era la educación pública: allá donde hubiese niños, llegaba el maestro o la maestra con sus libros sus mapas y sus lecciones. Ciudad o campo, mar o montaña, con barcos, trenes, autobuses o bicicletas, para que todo un país subiese su listón de cultura y educación, para asegurar unos mínimos comunes de civilización.

La enseñanza universal fue un sueño de la ilustración que hicimos posible en el siglo XX y mi madre fue parte de ello. Estoy convencido de que ese es el logro más grande de lo público y esa profesión la más hermosa.

Para que el estado lograse formar a millones de personas hizo falta sistematizar, homogeneizar y normativizarlo todo: temarios, contenidos y métodos. Es de lógica: cuanto más quieres abarcar, más necesitas organizar. La consecuencia es que al ganar en extensión y y en poblanción, se perdió en profundidad y personalización.

La enseñanza universal, la que nace en las Cortes de Cádiz y se completa durante la Segunda República, tenía altos propósitos y era gratuita, pero era serializada y masiva. No había otro modo de combatir el analfabetismo o la incultura. Era lo mejor que podíamos tener con los medios que existían: libros y maestros.

Antigua escuela de El Pevidal, en el Concejo de Salas, en Asturias. Fotografía de J. M. Navia

Antigua escuela de El Pevidal, en el Concejo de Salas, en Asturias. Fotografía de J. M. Navia

Los niños que se criaron en familias más ricas o con más acceso a la cultura, contaron con instructores personales y con bibliotecas privadas. Cuando asistieron a aulas fue a las de prestigiosas escuelas y universidades, viajando si era necesario. Más que sus mansiones o sus herencias, esa formación fue su mayor privilegio.

El siglo XX también trajo medios de comunicación universales y masivos: la radio en la primera mitad y la televisión en la segunda. Ambas tecnologías nacieron con la ilusión de ser no sólo medio de comunicación, sino también mecanismo para llevar la educación a los lugares más remotos. A donde no llegaba una carretera, sí llegaba una onda. El panorama era esperanzador.

Radio ECCA fue una de las primeras en intentar educar a distancia.

Radio ECCA fue una de las primeras en intentar educar a distancia.

Sin embargo, esta ilusión demostró ser ingénua y naïf. Tanto la radio como la televisión acabaron siendo simples instrumentos de información en el mejor de los casos, y de adoctrinamiento, propaganda o mero entretenimiento en la mayoría de ocasiones. Las empresas las usaban para vender más y los gobiernos para consolidar poder. Su papel educativo nunca pasó de ser simbólico o residual.

Parece una constante en la historia de las tecnologías y los medios: cada vez que aparece un canal para llegar a muchas personas muy rápido, nos creamos la esperanza de que servirá para elevar el nivel cultural de la gente, para educar a más personas, para llevar el conocimiento a más lugares. Pero eso pocas veces ocurre. Los medios de masas, más que instruir entretienen y más que elevar uniformizan.

Internet y la digitalización han sido nuestra última gran ilusión. En su esencia está la capacidad de reproducir y distribuir cualquier conocimiento hasta el infinito, de hacerlo accesible y navegable sin apenas coste. Era perfecto para la educación.

En 1996 John Perry Barlow publicaba el Manifiesto del Ciberespacio, en el que se decía:

En nuestro mundo, sea lo que sea lo que la mente humana pueda crear puede ser reproducido y distribuido infinitamente sin ningún coste. El trasvase global de pensamiento ya no necesita ser realizado por vuestras fábricas […] Crearemos una civilización de la Mente en el Ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos han creado antes.

Sin embargo, se ha repetido el mismo patrón: hoy internet es muchas cosas; por encima de todas es un canal de compra, una interfaz nueva para el capitalismo, un mecanismo para serializar y distribuir mercancías e historias. Otro medio de entretenimiento y uniformización.

Pero ¿y la posibilidad de usarlo para la formación? Si internet puede poner textos, imágenes y sonido en cualquier lugar, eso debería convertirlo en el medio ideal para la formación. En teoría.

Hasta la fecha, la formación online que hemos sido capaces de ofrecer ha sido o bien documental (textos, pdfs, presentaciones) o bien retransmisiones de lecciones magistrales a través de vídeo, donde una persona habla y el resto escucha, para después tener un turno de palabra. Muy pocas excepciones, casi siempre de naturaleza lúdica y sin mucha repercusión, se han escapado de este patrón.

Hemos tratado de replicar lo que hacíamos en persona, pero más que beneficiarnos de las ventajas de la nueva tecnología, hemos aceptado pasivamente sus inconvenientes.

Hemos perdido las interacciones sutiles entre quien enseña y quienes aprenden, la complicidad, la fuidez de los debates, la riqueza de las improvisaciones, la sensorialidad, las excursiones, los objetos, los libros hojeados al momento, los laboratorios y los experimentos. Hemos renunciado a los encuentros entre alumnos, esos al finalizar las clases, en los que entretejemos lo aprendido con lo vivido por unos y otros, haciéndolo un poquito más nuestro.

Por encima de todo, hemos perdido el sentido de comunión, de estar en un mismo lugar, en un mismo tiempo y predisposición, donde no existe lo de fuera, donde sólo estamos nosotros, quienes aprendemos y quien enseña, frente a lo que queremos dominar, aprehender, absorber, entender y hacer nuestro.

Cuando aparece un medio o un dispositivo nuevo que permite cosas inéditas, tendemos a usarlo para resolver con ella las viejas necesidades, lo que ya hacíamos bien antes, en lugar de dirigirlo a lograr nuevos objetivos.

El efecto retrovisor, según lo describe Marshall McLuhan en “The medium is the message”.

El efecto retrovisor, según lo describe Marshall McLuhan en “The medium is the message”.

Marshall McLuhan bautizo este fenómeno con el nombre de “efecto retrovisor”, por analogía de alguien que conduce con un automóvil y en lugar de fijarse en lo que está por llegar, mira por el espejo retrovisor todo lo que deja atrás.

En los inicios de la radio, se retransmitían espectáculos de fútbol, toros y conciertos en los que el coro o la banda entera se ponían ante los micros e interpretaban en directo. Eran los espectáculos a los que la gente asistía antes de la radio, portados al nuevo medio. Con el tiempo, la radio encontró sus nuevos formatos: radionovelas, tertulias o carrousseles deportivos, a la vez que el transistor volvía a la radio un dispositivo móvil y ubícuo.

Con la TV se repitió el fenómeno: empezaron televisando programas de radio, personas hablando a micrófonos, y poco a poco, el medio encontró sus propios formatos. 

© ABC

© ABC

Diríase que con el aprendizaje en remoto estamos volviendo a mirar por el espejo retrovisor: usamos la tecnología del nuevo medio para replicar los métodos, las herramientas y los contenidos del viejo. El fin es el mismo: formar, educar, instruir, elevar… Pero los medios, los mecanismos, los formatos y los contenidos necesitan ser distintos.

Del pasado estamos copiando los documentales en video, los repositorios de documentos, la idea de clase, el formato del grupo, la idea de pizarra y hasta la distribución temporal de las sesiones. Salvo contadas e infructuosas excepciones —casi todas experimentos de ludificación—, un entorno de enseñanza online es una réplica de un canal de TV, de un aula, de un archivo documental (PDFs y Powerpoints) o una mala mezcla de las tres.

El modelo de enseñanza presencial no ha cambiado desde la Grecia antigua. Usamos esa afirmación para criticarlo, cuando deberíamos preguntarnos qué tiene de especial para haber aguantado tres mil años. ¿Por qué no hemos sido capaces de superarlo? ¿Cuál es su secreto? ¿Cuál es la esencia de la enseñanza, lo que realmente tenemos que conservar?

Sócrates enseñando (© Hulton)

Sócrates enseñando (© Hulton)

Confundimos, decía, los medios con los fines y en lugar de buscar la esencia por nuevos caminos, reprodujimos los viejos caminos en lo online. Visto con distancia, resulta tan absurdo como si quienes inventaron la aviación hubiesen forzado a los aeroplanos a volar por las rutas de las carreteras en lugar de ir en linea recta.

El mítin de Gaspar Llamazares en Second Life en 2007, con apenas una docena de asistentes, acusando un claro efecto retrovisor.

El mítin de Gaspar Llamazares en Second Life en 2007, con apenas una docena de asistentes, acusando un claro efecto retrovisor.

Si nuestro medio es diferente, si los dispositivos y los contextos son distintos, tendremos que repensar el contenido, los tiempos, las duraciones, los formatos y puede que hasta repensar las correspondencias entre contenidos, edades y lugares. Todo, todo, todo menos el fin último, debe ser repensado para evitar el efecto retrovisor y empezar a aprovechar de verdad el nuevo medio.

También la experiencia de quien enseña debe reconsiderarse. Leo estas palabras en el blog de Tocho, hablando sobre la experiencia de quien enseña, sobre cómo ocurre ese enseñar:

… tras unas primeras frases laboriosas, que se atienen a lo previsto, las palabras empiezan  a "pensar" por sí mismas, a vivir, a organizarse por sí mismas.

Este pensar hablando, este hablar que piensa, solo se da en el aula, ante estudiantes, cuyos gestos y miradas actúan de señales, de advertencia o de paso, de veto o de aceptación.

En un aula sin estudiantes, como ocurre en algunas ocasiones, o ante un ordenador en casa o en un despacho, cuando el profesor habla a su imagen, las palabras no actúan en libertad. Si la clase se construye mediante vídeos grabados -más cómoda de seguir por el estudiante-, el profesor, que no habla, ya no tiene ocasión de pensar.

Cualquiera que haya tratado de enseñar en remoto, conoce lo limitante que es tener sólo un ventanuco, una cámara fija y unos alumnos (con suerte, pocos) que están en compartimentos aislados entre sí. Ese formato, como bien describe la cita anterior, se siente como una camisa de fuerza, como si no pudiese uno usar las manos ni el cuerpo ni la mente, como si no pudiese abrirse. En ese estado sólo se puede seguir el discurso, avanzar o retroceder por un camino predefinido y diseñado de un discurso previo. El profesor no puede pensar, sólo interpretar. La comunión de objetivos con tus alumnos es imposible en un estado así.

No es broma, algunas de las mejores empresas de tecnología están proponiendo esto como solución a la formación online. Yo lo llamo “hacer un Llamazares”.

No es broma, algunas de las mejores empresas de tecnología están proponiendo esto como solución a la formación online. Yo lo llamo “hacer un Llamazares”.

La alternativa, los videos, las plataformas con tutoriales con listas de reprodución e itinerarios fijados, son aún más serializados, uniformizantes y lineales que la enseñanza del siglo pasado. Esos contenidos son a la formación, lo que la comida precocinada es a la nutrición: un sustituto de mala calidad que acaba haciendo más daño que bien, que entretiene sin enseñar, como las pizzas y las hamburguesas de franquicia, que sacian sin nutrir.

La formación en remoto no pasa por reproducir el modelo antiguo ni por crear nuevos contenidos en video y distribuirlos masivamente. Eso está bien para inspirar, pero no es formación de verdad.

Mi apuesta, tras muchos años formando presencialmente y otros tantos intentándolo en remoto con muchas plataformas, es buscar la esencia, el corazón, lo que nunca ha cambiado. Lo que debemos buscar está en las relaciones y en las inmersiones, en la exposición y en la sensación.

En las relaciones está por la interacción y el diálogo entre quien transmite y quien aprende, esa conversación viva a muchas bandas, esos cordeles que se trenzan entre varios, en los que nos exponemos unos a otros. En “El arte de Estudiar”, Mariano Rubió lo explicaba así:

Aprender de los que más saben inclinando la conversación hacia el lado en que nuestro interlocutor posee manifiesta superioridad, así nos ponemos siempre en el lugar del discípulo y obligamos a la persona con quien hablamos para que haga el papel de maestro, sin advertirlo siquiera.

Y en la inmersión está por los espacios compartidos: lugares, sean físicos, virtuales, acústicos, públicos o privados, en los que nos encontramos de verdad, que nos abrazan y nos provocan estados mentales, complicidad y comunión de intenciones, coincidencias conscientes en el espacio y el tiempo que nos predisponen a aprehender lo nuevo. 

Que años después, en nuestra madurez, recordemos lo aprendido con la sensorialidad de haber estado, de haber olido y sentido. Que sintamos el agradecimiento y el cariño hacia quien nos ha enseñado y nos ha hecho crecer y la fraternidad con quienes hemos compartido esos caminos. Sólo así, más humana, tendrá sentido esa tecnología.

Comunión, complicidad, inmersión

¿Si no queda más remedio que enseñar en remoto, cuál es la mejor forma posible de formar a quienes crean productos y servicios, dados los medios que tenemos?

Llevo años enseñando diseño presencialmente pero también con algunas experiencias online en varias universidades y escuelas, algo que me ha generado muchísimas dudas y escepticismo. Mi posición inicial siempre ha sido “no enseño online si podemos hacerlo presencialmente”, pero la pandemia cambia las reglas del juego. Ahora no queda más remedio.

Ahora bien… No todo vale. O lo hacemos bien, o no lo hacemos. Y puestos a hacerlo… ¿Habrá forma, por raro que suene, de unir la sensatez y la sabiduría de Gregorio Luri con los sueños electrónicos de McLuhan?

En el proceso de enseñar y aprender influye lo metodológico, los contenidos y materias, lo personal, lo ambiental y lo contextual… No quiero hablar ahora de todos esos aspectos, sino de algunos, los que por mi experiencia con grupos pequeños de aprendizaje avanzado han sido más relevantes: comunión, complicidad e inmersión.


Comunión

No me estoy refiriendo al sacramento de la eucaristía, sino a profesar, en un momento y un lugar común, una creencia compartida en algo.

Cuando un grupo de personas se une en un lugar, con una intención y ritualiza el momento, con gestos, costumbres y pequeñas liturgias, crea una atmósfera propicia al propósito que se haya marcado. Puede ser antes de un partido de baloncesto, cuando padre e hijo preparan una salida de pesca juntos o al sentarse una familia a la mesa, en una ocasión especial. En nuestro caso, el momento es al disponernos a estudiar, practicar y aprender una disciplina.

Un alumno del año pasado me dijo, tras el confinamiento, que ir clase los viernes era especial para él, era como ir ‘al templo’. Metáforas religiosas aparte, lo cierto es que llegar a la sede del Instituto Tramontana , con esa luz de atardecer que tanto acaricia, ir preparándonos los cafés, ponernos al día, silenciar los móviles y acomodarnos en los sillones… Todo ese ritual informal propicia ese sentido de comunión.

¿Se puede lograr esa comunión en remoto? Con los medios que tenemos hoy, a 2020, mi sensación es que no, no con un grupo que no se ha conocido antes en persona.


Complicidad

Cuenta Slavoj Žižek —para nada santo de mi devoción— que el racismo y la xenofobia terminan cuando un blanco y un negro (o un local y un extranjero) hacen una broma sobre sus esposas y se ríen juntos. En ese momento, según Žižek, ambos hombres se han igualado. Ese humor, aunque políticamente incorrecto, ha creado una complicidad entre ellos que les une en un plano de equidad.

No es distinto en un grupo que comparte propósito de aprendizaje. El humor, las bromas, enseñar los dolores y las cicatrices, a menudo propiciados por una copa de vino… Todos esos son mecanismos de complicidad que pueden hacerse cara a cara y que difícilmente podamos hacer en remoto. Todos ellos nos igualan, nos sitúan en la misma dirección, en el mismo ángulo, hacia aquello que hemos venido a hacer.

Alumnos del programa de Dirección de Producto, en una clase que impartía Roberto Heredia, CEO de Muroexe.

Alumnos del programa de Dirección de Producto, en una clase que impartía Roberto Heredia, CEO de Muroexe.

De nuevo, lograr complicidad con un grupo que no se conoce en persona es complicado, si no imposible. Las pantallas son ventanas muy pequeñas y nos preocupa más lo que escondemos que lo que enseñamos. Más que a una clase presencial, lo online a menudo se parece más a la sala de espera de la consulta del médico, donde compartimos dolencias con el de al lado, pero en lugar de complicidad experimentamos recelo.


Inmersión

Uno de los errores más comunes entre quienes crean entornos interactivos es confundir inmersión con simulación. Queremos que alguien se sienta en un lugar y para ello construimos una réplica torpe, una maqueta a escala hecha de píxeles de lo que nuestros ojos ven en el original. A menudo, la simulación sólo lleva al valle inquietante.

La inmersión, sin embargo, se logra ‘engañando’ al cerebro mediante todos los sentidos y no sólo uno. A menudo, para que sintamos presencia en un lugar importan más las evocaciones que la literalidad. Los olores y los sonidos suelen ser mejores evocadores que lo visual. Una grabación binaural escuchada con los ojos cerrados nos transporta mejor y nos hace sentir más que una imagen de 100 pulgadas pero con mal sonido. Si te interesa conocer mejor los mecanismos de la inmersión, te recomiendo estos videos del canal Interacción de Tramontana (están en abierto).

Un busto parlante en una pantalla, enfrentado a docenas de otros bustitos, en mosaico, con un audio infame, sin sentido de contexto ni profundidad, es todo menos inmersivo. Lo hemos vivido cientos de veces estos meses en zooms, skypes y similares. Son la peor versión de una reunión agotadora en la que te obligasen a mirar siempre a la cara a tu interlocutor: te sangran los ojos.

Inmersión requiere de completa atención y foco. El entorno digital, sin embargo, propicia la fragmentación infinita de la atención: ventanas, pestañas, notificaciones…

¿Debe ser quizás la TV,  y no el PC, el soporte para el aprendizaje en remoto?

Para que haya inmersión cognitiva debe haberla antes sensorial. Más como una partida de Fortnite que como un Zoom, más como una película que como un Moodle.

A partir de septiembre, condicionados por la situación de pandemia, empezaremos a impartir cursos en modalidad presencial y remoto a la vez (pdf): pocas personas en la sala (pero que haya) y un grupo que se conecta en remoto. 

Esquema del rodaje y retransmisión de cursos en la sala grande del Instituto Tramontana, respetando distancias de seguridad.

Esquema del rodaje y retransmisión de cursos en la sala grande del Instituto Tramontana, respetando distancias de seguridad.

Somos conscientes de que no lograremos comunión ni complicidad entre quienes estén en remoto, pero queremos ir avanzando en poder hacer una experiencia más inmersiva. Por el momento, vamos a hacer una producción audiovisual más completa, con varias cámaras, sonido profesional y realización en directo. Más pensada para ser vista desde el salón de casa, con toda la atención, que desde la pantalla del ordenador, en la pestaña nº7.

No será perfecto, habremos mejorado un poquito la inmersividad, pero nada la complicidad o el sentido de comunión entre alumnos; lo tenemos presente.

Seguimos pensando en ello. Queda mucho que observar, estudiar, aprender y mejorar.

¿Eames vs Aicher?

Con el permiso de Mark Mackay, publico el comentario que hizo al post “Clasicismo versus Barroco, una clasificación para lo humano”, pues me ha parecido, como todo lo que hace y escribe Mark, rico, entretenido y que aporta ángulos nuevos para mí.


Eames vs Aicher?

Me pregunto si en esta clasificación Charles Eames entra dentro del barroco. Me acuerdo mucho de aicher honestamente intentando descifrar a Eames en "el mundo como proyecto" y le parece increíble que tal hombre no ande intentando crear a partir de la razón. No es un arquitecto con un manifiesto bajo el brazo intentando resolver los problemas del mundo, y sin embargo produce muebles indiscutiblemente modernos con una espontaneidad inexplicable.

La explicación que da aicher es que Eames se ciñe a las posibilidades de la técnica: como ahora Apple, observa cómo se fabrican las cosas y sabe lo que es posible en términos de producción masiva. Si no mal recuerdo, se le encargó a Eames replicar cierta tablilla inmovilizadora que originalmente se hacía en metal, pero como era la guerra, tenía que imitar las curvas en madera. 

Esto, supongo, lo podrían hacer carpinteros rebajando un bloque de madera a la forma deseada, pero, en la absurda existencia de la humanidad, estos carpinteros probablemente estaban diridos por algún comandante que nada sabe de técnica, y si su oficio no era cargar un rifle, ya estaban corriendo con suerte.

A través de prueba y error con métodos manuales (humedeciendo las láminas de madera con vapor caliente y luego dando forma) llegó a una solución que se podía traducir a los procesos industriales. Ignoro cómo fue en su inicio, pero ahora es una gran máquina que prensa la madera al tiempo que echa vapor e impresiona verlo.

Ahora entiendo que aicher realmente no comprendía a Eames. No recuerdo si él mismo lo admite, es probable que sí. Eames era sensual, curioso, juguetón, y su creatividad es enteramente empírica, mientras que aicher es mental, ideológico, juicioso, y su creatividad es enteramente racional.

Eames es incomprensible para él, y como no iba a ser, si Eames mucho tiempo quiso ser payaso de circo en lugar de arquitecto! Recuerdo un comentario cruel de Spiekermann respecto a Rotis: la e minúscula con su extraña proporción es un retrato de Aicher, un anciano rígido y juzgón que se aprieta el cinturón muy por encima de la cintura.

Así como la cultura clásica produce a dionisio, la modernindad produce a un Eames, el más barroco de los diseñadores modernos, y para nuestra suerte, también diseñó iglesias que nadie llamaría barrocas, pero que lo son bajo esta perspectiva:


Mark Mackay es un diseñador polifacético y polivalente, autor de Method of Action, lugar de referencia para todo el que quiera aprender sobre diseño. He tenido la suerte de trabajar en muchas ocasiones a su lado, siempre disfrutando de su talento, su riqueza cultural y su capacidad para moverse entre lo abstracto y lo concreto.

Chijote 2005

En 2005 se celebró en Puertollano (Castilla-La Mancha) un congreso sobre enseñanza de Interacción Persona-Ordenador llamado CHIjote. En Cadius, la comunidad de profesionales de la usabilidad de entonces, decidimos hacer un estudio y presentarlo como ponencia.

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El estudio se llamó “Necesidades formativas de los profesionales de la Interacción Persona-Ordenador en España y Latinoamérica” y fue probablemente el primer ejercicio riguroso por conocer la realidad de nuestra profesión, en aquel momento incipiente.

Participamos en el trabajo José Ignacio Gómez, Maritza Guaderrama, Agustín Jiménez, Humberto Matas, Sergio Palomo, Nacho Puell, Manuel J. Recena y yo mismo, y aprovechando que había verdaderas referencias de la investigación en el equipo, le dimos todo el rigor posible. Nacho Puell, Humberto Matas y yo lo presentamos en persona.


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Aquí está el estudio completo (pdf) para recuerdo de cómo era nuestra profesión entonces y para referencia de quien quiera, por nostalgia o curiosidad, asomar la cabeza al pasado de algo que ha cambiado mucho ¿O no?

Jack London vs Adolf Loos

En 1906, Jack London publicó un ensayo titulado The House Beautiful, traducido al español como “La casa bella”. En él, deriva la idea de belleza de la de utilidad, usando como ejemplo el diseño de las embarcaciones. Después dedica unas páginas a explicar por qué cree que la arquitectura de su momento y lugar (San Francisco, principios del s.XX) está cargada de mentira.

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Me permito transcribir algunos párrafos:

Una columna, cuándo es un objeto útil, es bella. Las columnas de madera estriadas clavadas en la estructura de mi casa no son cosas útiles. No son bellas. Son pesadillas. No solo no aguanta ningún peso, sino que ellas mismas son un peso que perjudica a los soportes de la casa. Algún día, cuando tenga tiempo, ocurrirán con seguridad una o dos cosas. O bien iré y mataré al hombre que perpetró esa atrocidad, o si no, tomaré un hacha y haré saltar esas mentirosas tablas estriadas.

[…]

Una cosa debe ser verdadera, o de lo contrario, no es bella, igual que no es bella una libertina demasiado pintada, ni es bello un rascacielos que es intrínseca y estructuralmente ligero pero que tiene exteriormente un aspecto falsamente macizo de columnas de yeso.

[…]

Una casa honrada dice la verdad sobre sí misma.

La sensación de déjà vu al leer el texto es tremenda ¿La sientes tú como yo?

Tras terminar el librito he ido corriendo a verificar fechas en la Wikipedia. Y efectivamente, el texto de Jack London es anterior, por cuatro años, a Ornamento y delito, de Adolf Loos. Parece que al patriarca enfurruñado del movimiento moderno se le adelantó un americano algo más pragmático y menos intelectual, pero con ideas muy similares.

Se me hace divertido imaginarles juntos, dándose la razón respecto a adornos y casas, molduras y cenefas. Después, en algún momento entre pipas y licores, Loos sacaría el tema de los tatuajes: “una persona moderna que se tatúa es o bien un criminal o un degenerado”, a lo que London respondería: “muéstrame un hombre con un tatuaje y te mostraré un hombre con un pasado interesante” y de golpe, lo que empezó alineado, acabaría como una pelea de insultos y reproches cruzados.

A diseñar no se aprende diseñando

En “A design Primer” la entrevistadora mantiene con Charles Eames una serie de preguntas sobre el diseño. Estas son, para mí, las dos más relevantes:

— What is your definition of design, Monsieur Eames?

— One could describe Design as a plan for arranging elements to accomplish a particular purpose.

— It is (design) a method of general expression?

— No, it is a method of action.

Eames dejó claro algo: lo que diferencia al diseño de otras disciplinas más artísticas es que tiene propósito de actuación. En otras palabras, para Eames, el diseño es una vía para intervenir la realidad con un propósito muy definido. 

Para Eames, el diseño no es sólo discurso, como puede ser la sociología o la filosofía, es propósito y acción. Verba et acta.

En esta famosa representación, Eames también sitúa lo que llama “las inquietudes de la sociedad en su conjunto” y le da entidad de zona imprescindible.

3. And this, the concerns of society as a whole

3. And this, the concerns of society as a whole

Y así lo entiendo yo, tanto que este documental lo vieron mis alumnos el primer día de clase del Programa de Diseño de Interacción del Instituto Tramontana.

Entonces, si el diseño es un método de acción ¿Significa eso que lo importante es la práctica? No creo que Charles Eames quisiera decir eso:

Que el resultado de tu trabajo sea acto tangible y con efecto no equivale a que lo crees sólo actuando, a que tu ejercicio como diseñador sea sólo físico, muscular. Eames hace referencia clara al propósito y al interés de la sociedad como contexto en el que el diseño existe. De ahí, no sin cierto atrevimiento, deduzco que Eames estaría muy de acuerdo en estudiar la sociedad para entender mejor el encaje y el efecto de la cosa diseñada.

Pero ¿no es cierto que la práctica es importante?

Pues claro. Es importante e imprescindible. Casualmente, la polémica del día me pilló escribiendo esta frase:

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El diseño no es sólo producto, es también mercado y cultura. Esto es muy muy importante; veamos por qué:

Diseñamos artefactos para necesidades (producto) y lo hacemos desde una estrategia de negocio donde costes y beneficios son parte de los condicionantes de diseño (mercado). Todo esto, como indica Eames, tiene sentido y se ve influido por los contextos ideológicos, sociales, económicos y culturales de cada lugar y momento (cultura).

En otras palabras: lo que se diseñaba en los años 30 dista mucho de lo que se diseñaba en los 80 y de lo que diseñaremos en los años 30 del s.XXI porque las necesidades, la economía, los valores y en general el zeitgeist son diferentes.

Un buen diseñador es el que entiende eso porque ha estudiado el pasado, sabe leer el presente y comprende cómo los factores van a cambiar en el futuro. Una buena diseñadora sabe que su trabajo se nutre de esos factores y, como en un ciclo natural, su propio diseño influye en ellos.

Desde que existe el diseño, existe el estudio de la sociedad como parte de la formación de diseñadores y diseñadoras. Tímidamente en Bauhaus y mucho más intencionadamente en la Escuela de Ulm, se estudió sociología, arquitectura, economía, psicología y comunicación, entre otras, como parte imprescindible del currículo de los estudiantes. Inge Scholl, cofundadora de la escuela, hizo este diagrama en 1951 para ilustrar la confluencia de saberes y cómo se enseñarían:

El diagrama que creó Inge Scholl para el programa formativo de la HfG de Ulm, 1951

El diagrama que creó Inge Scholl para el programa formativo de la HfG de Ulm, 1951

Es obvio que no hay diseño sin práctica. La práctica es la plasmación del discurso, el músculo que empuja el hacha o la mano que dirige el escalpelo en el quirófano. Cuanto más pulida la práctica, más eficiente es el golpe y más limpia la incisión.

Eso es evidente. Pero…

No hay buen diseño sin estudio. No hay buen diseño sin psicología, sociología, economía, filosofía, antropología e historia. No hay buen diseño sin propósito.

Sin estudio sólo hay técnica.
Sin libros sólo hay presente.
Sin reflexión sólo hay repetición.

¿acaso no todo el mundo piensa igual?

En el entorno del diseño —y no hablo de practicantes, sino de personas que además escriben y enseñan diseño— es muy común insistir en la idea de que es la práctica la que trae el aprendizaje. A menudo, esta afirmación viene con un cierto desprecio a la intelectualización del diseño, como si fuese un peligro a evitar.

Cecilia Mazzeo y Ana María Romano, profesoras de diseño, escriben en “La enseñanza de las Disciplinas proyectuales” que:

El conocimiento proyectual forma parte de un grupo de disciplinas que sólo pueden aprenderse en la práctica, aunque parezca paradójico, a diseñar se aprende diseñando. Es por eso que los trabajos realizados en los talleres de Diseño, tienen un rol vertebrador en las carreras de nuestra facultad.

No son las únicas que piensan así. Internet está plagado de expresiones parecidas. Rodolfo Milani es mucho más duro. En su libro “Diseño para nuestra realidad” afirma que… 

El que crea que el diseño o cualquier otra cosa puede aprenderse tomando un curso o leyendo 20 libros está completamente equivocado. Así como a bailar se aprende bailando y a torear se aprende toreando, a diseñar se aprende diseñando; y así como el mejor bailarín es el que aprendió a bailar desde niño, el mejor diseñador es el que está diseñando desde niño.

Diseñar, para Milani, equivale a un conjunto de técnicas sin mayor propósito, como el toreo o el baile. ¿Dónde queda el factor social? ¿Dónde está aquí el propósito del diseño? ¿Cultura? ¿Mercado?

Delfina Morán, profesora del máster en Experiencia de Usuario de ESNE, dice que siempre decimos de manera informal que a diseñar se aprende diseñando. En este caso me tranquiliza que lo diga informalmente, aunque la frase está ahí, en el negro sobre blanco de una revista de diseño.

No soy el primero que hace, desde el diseño, esta denuncia. Antes lo dijo el profesor Gustavo Valdés de León en “Una molesta introducción al estudio del Diseño”:

No vamos a describir de nuevo el desinterés, cuando no el rechazo, que muchos practicantes del Diseño –en especial, pero no sólo del Diseño gráfico– manifiestan por la “teoría” que es percibida como un “saber inútil”, un estéril ejercicio intelectual que le quita tiempo a la “práctica”, construcción ideológica que la fórmula “a diseñar se aprende diseñando” ilustra con claridad, reduciendo el Diseño a mero oficio, semejante al de un honesto plomero o al de un prolijo carnicero que no necesitan teoría alguna para ejercer con eficiencia su noble actividad.

¿No estaremos hablando de diferentes formas entender la actividad?

Probablemente. Hay quien, como yo, ve el diseño como una profesión que, dado que tiene un impacto, requiere de un estudio, como he dicho antes. No digo una titulación, ojo, sino estudio, biblioteca, reflexión y teoría.

Si entendemos el diseño como se entiende la arquitectura o la medicina, como se entiende la abogacía o la judicatura, como profesiones de calado y relevancia, entonces se nos hace evidente que debemos preparar mucho y muy bien a nuestros diseñadores. 

Si entendemos el diseño así, decir que “a diseñar se aprende diseñando” equivale a decir que

  • A construir edificios se aprende construyéndolos

  • A curar enfermos se aprende curándolos

  • A defender en los tribunales se aprende defendiendo

  • A impartir justicia se aprende impartiéndola

  • etc.

A nadie se le ocurre hoy en día decir tales burradas si no está en la barra de un bar, con un palillo en la boca y señalando a la TV mientras desprecia a jueces, médicos y científicos y defiende la universidad de la vida.

Hay quien, sin embargo, entiende que el diseño es un oficio, no una profesión. Eso precisamente es lo que denuncia el Prof. Valdés de León cuando dice que equiparan el diseño al noble oficio del plomero o el carnicero.

La diferencia, para que nos entendamos, está en que el oficio se aprende por imitación y práctica. El aprendiz asiste y copia al maestro hasta que gana la suficiente destreza como para subir al nivel de ‘oficial’ y algún día quizás al de maestro.

En el oficio hay taller en lugar de biblioteca, hay mono azul en lugar de bata blanca, hay destreza en lugar de intelectualización y hay repetición en lugar de investigación.

El oficio es algo bello por lo que tiene de entrega, de minuciosidad y de amor al producto. Todos amamos al oficio, sí, lo romantizamos con facilidad y deseamos que nunca desaparezca. Yo el primero. Pero para mi eso no es diseño. O no, al menos, el diseño al que aspiro, el que trasciende, el que es producto, mercado y cultura a la vez.

¿Entonces, por qué no deberíamos decir que a diseñar se aprende diseñando?

Diga cada uno lo que quiera, pero sea consciente de qué mensaje traslada cuando lo dice. 

Tengo clarísimo que muchas de las personas que dicen que a diseñar se aprende diseñando, lo que quieren decir es que la práctica da sentido al estudio. Nada que objetar en ese significado. Sin embargo, la frase demasiado a menudo se usa en materiales promocionales de bootcamps y cursillos rápidos para proyectar la idea de que, con poco dinero y esfuerzo, el profano logrará un puesto de trabajo en un sector bien remunerado.

Al decir que a diseñar se aprende diseñando estamos bajando el listón intelectual, porque si lo que hace falta es práctica, si eso es lo importante, entonces cualquiera puede ser diseñador, da igual de dónde venga, si trae mucho o poco bajage, si es brillante o mediocre. Buena estrategia para el bootcamp, mala para el nivel de nuestra profesión.

Pero voy más allá: a poco que uno conozca oferta formativa en diseño, sabe que hay una zona gris donde enseña gente que ni tiene horas de taller ni de biblioteca y que a menudo camufla esa falta de contenido, teoría, reflexión y “chicha” con mucho ejercicio y mucha práctica. Mientras ellos trabajan, yo no tengo que hablar, pensará avispado el profesor de la zona gris.

Resumiendo

El diseño de interacción está en un momento bonito pero frágil, como cualquier cachorro. Crece sano, pero aún es vulnerable.

Las palabras que elijamos para contarlo, las metáforas, los giros y la retórica que usemos, marcarán cómo lo entiende quien lo ve desde fuera. Así se nos juzgará y eso determinará nuestra influencia como profesión.

Una charla para equipos de producto

El año pasado impartí una charla en ocho ocasiones, ante equipos de diseño y producto interesados en ganar perspectivas. Lo hice sin cobrar, sólo por el placer de aportar. Me gustaría repetir la experiencia. ¿Le interesa a tu equipo?

Guardo muy buen recuerdo de esa "gira", de haber conocido a los equipos de Sngular, Adevinta, Runroom o incluso a algunos clientes de 7r Ventures, entre otros. La mayoría de esas charlas fueron a puerta abierta, cosa que agradecí, aunque no era un requisito. Tampoco cobré por ellas: agradecí que me pagasen el billete de tren, cuando fue en Barcelona, o una copa de vino y un poco de conversación sobre cuando fue en Madrid.

Más que perder tiempo o fuerzas, siento que gano haciendo algo así. Me abre a conocer personas y formas de trabajar nuevas, a poder conversar sobre el Instituto y compartir pareceres sobre cómo podemos mejorar como creadores de servicios y productos digitales.

En el Instituto Tramontana, hablando de Kersting, la Bauhaus y el diseño de radios Nazis.

En el Instituto Tramontana, hablando de Kersting, la Bauhaus y el diseño de radios Nazis.

El martes pasado, presentando el programa de iniciación al diseño, hablé de la relación entre formato, dispositivo, contenido y contexto de uso. De los códices a los transistores, de los vinos húngaros a las radios Nazis, de lo visual a lo acústico y de los dispositivos que ponemos en la mesa y los que metemos en nuestra mente. Fue una de esas charlas que disfruto compartiendo porque siento que conectan y dan continuidad a muchos conceptos con los que trabajamos en el Instituto.

Me hace ilusión poder compartirla con más gente. Si en tu organización hay curiosidad intelectual y crees que una charla así puede serviros de inspiración o si sois anfitriones de algún encuentro en el que pueda tener cabida, ponte en contacto conmigo, que estaré encantado de compartir a cambio de una copa de vino y algo de conversación.