Jeremy

Era 1991 y estábamos estrenando una espléndida y completa adolescencia. Esa tarde volvíamos del instituto en el autobús escolar que salía de Manacor y nos iba dejando a todos pueblo a pueblo. Nos estábamos acercando ya a la parada del nuestro cuando Marga, cuatro filas por delante mío, soltó un grito y se tiró al suelo del autobús, como ocultándose.

— ¡Jeremy, es Jeremy! ¡Noooo!

— ¡¿Qué te pasa, Marga?! ¿Qué Jeremy? ¿De qué hablas?

— ¡Está ahí, Jeremy! ¡Jeremy!

Todo el autobús estaba alterado. Unos mirában a Marga intentando entender qué demonios le pasaba. Otros habíamos entendido que algo, o alguien, había ahí fuera que le asustaba.

El bus fue deteniéndose en la parada y lo vimos: un chico largo, pelirojo a más no poder, con la cara llena de granos y su ortodoncia coronando un cuerpo larguirucho y desgarbado. Vestía un traje negro al que le sobraba medio palmo de tela por todas partes y cargaba un maletín en su mano derecha.

Era Jeremy. Y estaba allí plantado como quien tiene claro que no va a moverse, con un propósito muy claro.

Marga decidió evitarle y bajar en la siguiente parada, la última antes de que el autobús abandonase nuestro pueblo y enfilase por una secundaria hasta Sant Joan.

Jeremy había venido desde Farmington, Utah, con su mejor gala y los papeles que demostraban que su familia era dueña de un negocio próspero. Lo necesario para acreditar su condición de caballero andante, de salvador de la doncella, de príncipe que busca a cenicienta.

Antes de esperar en la parada, Jeremy había visitado a los padres de Marga. Se presentó con credenciales e intenciones. Marga y él se habían declarado amor por carta en el programa de penpals de la asignatura de inglés, esa iniciativa que emparejaba a alumnos de dos institutos de distintas partes del mundo para que practicasen idiomas cruzándose cartas. En ellas, Marga le describía una existencia de pobreza y necesidad, el anhelo de una vida mejor a su lado. Y Jeremy dio el paso.

Como habrás deducido ya, la existencia de Marga no era miserable ni se le parecía. Sus padres, aunque gente sencilla y de campo, aunque no hablasen una gota de inglés, vivían con cierto confort. A Marga no le faltaba de nada. Por no faltarle, no le faltaba ni novio. Y le sobraba, eso sí, aburrimiento e imaginación.

Carlos, que así se llamaba el novio, se pasó la tarde recorriendo el pueblo en moto para encontrar y decapitar a Jeremy con sus propias manos, al pobre Jeremy, que sólo había pecado de ingenuidad. Mientras, los amigos de la pareja estaban unos tratando de apaciguar a Carlos y otros escondiendo a Marga, que nunca quiso dar la cara.

La sangre no llegó al río y Jeremy se volvió esa misma noche camino a Farmington, Utah, con el corazón descuartizado y la autoestima pisoteada.

Ese fue el día más emocionante y agitado que mi pueblo vivió en mucho tiempo. Años después, Coca Cola rodó un spot con un anciano bonachón que fue por entonces el hombre más longevo del país y la historia de Jeremy pasó a segundo plano. Hoy probablemente pocos se acuerden del chico pelirojo y desgarbado que se tiró a la piscina sin saber si había agua, cuando no había ni piscina.

Yo sí, yo me acuerdo a menudo de él; espero que un día lo haga Coca Cola y cuente esa otra historia, la del hombre más valiente del mundo.

NYC 2016

Andaba perdido en aquella primavera lluviosa de 2016 cuando llegó la llamada de mi amigo Bernardo. Me pedía consejo y me proponía ir a Nueva York unos días a echarle una mano con su proyecto. Sin pensarlo, hice la maleta y volé hacia allí.

Recuerdo aquella semana con sensación de angustia, frío y humedad. Pasé del Madrid de astenia, sinsabor y abatimiento al Nueva York en el que siempre era de noche, noche lluviosa y solitaria.

Dicen que la fotografía es una buena forma de terapia. No estoy seguro de que tenga capacidad curativa, pero desde luego es, fue, una magnífica forma de desahogo.

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Mil formas de estudiar diseño

Ayer mi querido Adrián Mato, diseñador que respeto muchísimo, persona sensata y brillante, y a quien tuve el privilegio de enseñar alguna cosilla en el Programa Vostok IV, tuiteaba una reflexión que me lleva acompañando todo el día:

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Reconozcamos que algo de galleguidad hay en su forma de expresar las ideas —blanco pero negro, pero negro aunque blanco— dicho sea con todo el afecto, aunque una vez filtrada se destila bien la intención si aplicamos el método de todo lo que va antes del pero, sobra.

Me quedo con tres ideas de lo que dice Adrián respecto a la formación de diseño:

  • Que las horas que no se ven son las que cuentan

  • Que hay mil formas de estudiar y seguir progresando aparte de los cursos presenciales

  • Que el elitismo no vale para nada

A mi entender, y basándome en mi experiencia, Adrián tiene una parte de razón y creo que en otras cosas, quizás precisamente por su experiencia, es parcial en otras. Voy por partes:


¿Vale el elitismo para algo?

Obviamente el elitismo es malo, si se entiende como privilegio, como cursos que sólo puede pagar quien parte de una posición aventajada. En ese caso, es causante de desigualdad. Si los cursos de La Nave Nodriza o el Instituto Tramontana costasen una pasta asumible sólo por gente que viene de familias privilegiadas, Adrián tendría razón. Pero fijémonos en varias cosas: 

  • Tanto los cursos profesionales de La Nave como los de Tramontana son para profesionales en curso.

  • Ambos cursos cuestan, digamos, entre cinco y diez mil euros.

  • El sueldo medio de un profesional del diseño digital en empresas decentes en Madrid puede estar desde los 25k de entrada a los 60-70k de seniors.

  • No conozco a un profesional que haya hecho el Vostok (no puedo hablar de la Nave porque lo desconozco) que no haya tenido oportunidades de ascenso, oferta o mejora en su puesto durante el curso. De hecho, no ha habido mes que no me llamase una empresa para pedirme gente del curso.

Las empresas saben que en un curso así se garantizan unos mínimos de conocimiento y un enfoque a la hora de entender el trabajo. Luego, de la Nave Nodriza valorarán una manera de trabajar en sus alumnos y del Vostok otra. Conociendo esa manera, por vía directa o por conocer a otros ex-alumnos,, saben que es garantía de mínimos, como un sello, y la valoran.

Si echamos cuentas, vemos que el curso de 5-10k euros es entre un 20-30% del sueldo bruto de un año de esa persona y, si asumimos que durante el curso ese sueldo suele aumentar al cambiar de empleo, la verdad es que es una inversión muy asequible.

Si nos referimos a elitismo en cuanto a que sólo entran unos pocos, pues diría que ese es el elitismo bueno: para que el curso tenga la calidad en el diálogo y la interacción que se quiere, es importante que sean pocas personas. Obviamente, si hay que seleccionar, es lógico que se seleccione a aquellos que uno ve que harán mejor aprovechamiento. ¿Elitismo como selección de los mejores? Pues un poco, sí, oye, pero es inevitable si se quiere mantener cierto estándar.

¿Hay otras mil formas de estudiar?

¡Pues claro que sí!

Pero veamos, estudiar (o aprender, que para el caso es lo mismo), no es leer ni trabajar en solitario. A solas en casa puedes leer mil libros y sacar datos, aprender a usar Sketch, Figma o veinte herramientas diferentes, pero aprender de verdad implica algo más, implica juicio, y el juicio se entrena exponiéndolo a otros juicios, verbalizando, reflexionando en un juego de tenis a muchas bandas con otras personas.

Aquí voy a usar palabras que escribió hace cien años Mariano Rubió y Bellvé, ingeniero, militar, urbanista y persona culta en general, que nos ganaba a todos en destreza y sabiduría. En “El Arte de Estudiar” dice:

Estudiar no es leer.

No es solo la lectura el manantial de estudio utilizable. Existe la reflexión, el juicio, que compara, analizar, sintetiza, deduce principios, reglas, teorías, hipótesis, etc., de lo que ha llegado al alma por cualquiera de los sentidos.

El aprendizaje, para Rubió (que bebe de Sócrates en esto) es desarrollo de juicio propio, no es adquisición de conocimiento, sino digestión. No es acumular alimento sino cocinarlo con nuestra propia receta.

Rubió continúa, en el que creo que es el mejor capítulo del libro:

Las noticias, los pensamientos nobles, las preocupaciones ridículas, todo carece casi de valor real mientras no ha llegado al campo de la conversación. Conquistado este terreno, ya la difusión de las noticias, de los pensamientos, de las ideas es cosa fácil. Cada poseedor de ellos es un poderoso anuncio viviente, y así, contadas por una persona a 10, crece el número de los de los iniciados en progresión geométrica que deja muy atrás a la de los granos de trigo puestos en las casillas del tablero de ajedrez.

En otras palabras, aprendemos cuando sometemos al exterior nuestro conocimiento, cuando nos forzamos a verbalizar y en la verbalización lo estructuramos. Luego enfrentamos esas categorías a las de otros y vemos puntos débiles y encajes o patrones diferentes. En otras palabras, para aprender necesitamos al menos de un contrincante, de una pared con la que rebotar ideas.

¿No os ha pasado que a veces para aclarar el pensamiento necesitáis contarle a alguien algo, aunque esa persona no sepa de qué habláis? Esa es la magia de la verbalización, que como tiene poco ancho de banda, nos obliga a estructurar bien las ideas. Pasa lo mismo, pero multiplicado por cien, cuando tienes que enseñar algo, pero esa es harina de otro costal.

Rubió añade algo respecto a la figura del profesor, o maestro, como prefiráis, que puede ser un guía o símplemente alguien que se sienta al lado tuyo y que en algo tiene un juicio más maduro que el tuyo:

Aprender de los que más saben inclinando la conversación hacia el lado en que nuestro interlocutor posee manifiesta superioridad, así nos ponemos siempre en el lugar del discípulo y obligamos a la persona con quien hablamos para que haga el papel de maestro, sin advertirlo siquiera.

La reiteración del estudio realizado por la conversación, se hace más importante cuando se habla de la materia objeto de aquel con personas que han examinado dicha materia en condiciones análogas. Así, el alumno que, después de estudiar una lección, habla de ella con algún compañero inteligente y la comenta con él, lleva acabo sin darse cuenta uno de los trabajos más interesantes para asimilarse lo aprendido.

Por tanto, ¿Hay otras mil formas de aprender además de los cursos especializados? Pues claro, pero todas requieren interacción. Puede ser con compañeros de aprendizaje, con tu pareja o con cualquiera que quiera escucharte y conversar un poco, pero cuanto más alineados en el objetivo, más fértil será ese proceso.

El programa que imparto, y por ende los que se dan en el Instituto Tramontana, tiene mucho de eso. No hay pupitres confrontados a la mesa del profesor; nos sentamos en un salón viéndonos todos, se conversa mucho, se debate, se contraponen posturas y hasta fuerzo a menudo la contradicción para estimular la retórica y la dialéctica: “Inma, rebate ese argumento, aunque estés de acuerdo”. No conozco los pormenores del método de La Nave Nodriza pero sé que son buenos e intuyo que no son ajenos a esa idea.

¿Las horas que no se ven son las que cuentan?

Pues de nuevo, Adrián tiene toda la razón. El aprendizaje no ocurre en el momento, por arte de magia, durante las clases. Ocurre días después, cuando de casa al trabajo vas rumiando sobre lo visto, hablado y practicado en la clase. Ocurre también meses después, cuando te topas con un proyecto que tiene algo de lo que viste en clase y puedes poner en práctica lo aprendido. Ocurre años después, porque has entrenado el hábito de seguir estudiando, de seguir buscando fuentes de información y juicio diferentes, y porque mantienes relación con tus cómplices en el aprendizaje (podría hablar de las relaciones profesionales que han surgido entre ex-Vostoks, pero de nuevo es harina de otro costal).

Y os voy a contar una cosa que no suele decirse: a menudo al terminar el curso hay quien me confiesa “Javier, salí con bloqueo del curso y me costaba ponerme a diseñar. Antes del curso me hacía tres preguntas y tiraba p’alante, ahora me pregunto trescientas y me cuesta más, pero sé que lo que sale es mejor”. Eso es signo de aprendizaje: hacerte más preguntas, las preguntas adecuadas, habituarte a ello.

En definitiva…

No hace falta gastarse ocho mil euros en formarse, claro que no. Ni las relaciones, ni los contenidos, ni la guía, ni las preguntas, ni las habilidades ni las prácticas son exclusivas de los cursos. Los cursos de formación del Instituto Tramontana o La Nave Nodriza son sólo una concentración en el espacio y en el tiempo, hecha con un criterio específico de cada escuela.

Cuando pagas, estás pagando el tiempo que alguien muy versado en ese ámbito te dedica; también los años que ha dedicado a estudiar más que la media un ámbito concreto, a procesarlo, a desarrollar un juicio sabio en ciertos temas y a luchar en mil batallas importantes. Pagas sabiduría, experiencia, paciencia contigo, referencias y preocupación por tu carrera. Además, pagas que te lo sirvan en un espacio agradable, que te den facilidades (esto es importante: facilidades) para profundizar en diferentes temas, que se hayan encargado de seleccionar a personas con las que vayas a encajar bien y que sigan ahí años después para dudas y ayuda en tus inquietudes profesionales.

Todo esto es para nosotros en el Instituto Tramontana, e imagino que en La Nave Nodriza, la buena formación en diseño.

Diseñar sistemas vs. diseñar sistémicamente

Hoy me han preguntado en twitter acerca de la diferencia entre crear un sistema de diseño y diseñar sistémicamente, que obviamente no es lo mismo. Es algo de lo que hablé hace algún tiempo pero, precisamente por lo efímero de las redes sociales, se debió evaporar en algún borrado de tuits. Voy a ver si soy capaz de sintetizar la idea en unos párrafos.

Lo que traslado a continuación se basa en la experiencia de muchos proyectos en diseño digital, algunos en web, otros para apps y otros en los que lo sistémico buscaba precisamente esa continuidad de lenguaje entre dispositivos.


Diseñar un sistema

El propósito de diseñar un sistema es crear un conjunto de piezas, módulos y objetos que cumplen funciones diversas y que juntos encajan con lógica y armonía. El sistema debe ser escalable, recursivo, ordenado y predecible.

Cuando se diseña un sistema se inventarían las posibles necesidades, pero se asume que muchas son desconocidas y que habrá nuevas. El sistema tiene vocación de dar una solución aceptable a muchas necesidades.

El diseñador del sistema busca la consistencia como fin último, la coherencia total. El todo importa más que las partes, la norma general importa más que las necesidades concretas.

Esta idea está ejemplarizada por el módulo de radio RDS del sistema domótico Gira: para que encaje en la lógica formal del sistema, el módulo tiene que tener dos partes, una interfaz de control (entrada) y otra de altavoz (salida).

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¿Es ese el mejor altavoz posible? No, no lo es. Es el mejor altavoz posible dadas las restricciones de espacio del sistema. Gira no es un sistema de sonido, es un sistema domótico que acomoda todas las posibles necesidades eléctricas de una casa en una estructura común. Por eso el tamaño del altavoz no está dictado por la necesidad del usuario sino por la del sistema. Un sistema es sometedor: aplana todas las necesidades para que quepan en espacios homogéneos, recortando sus especificidades.

En 2005, estando yo en The Cocktail, rediseñamos junto a Indra la web del Ayuntamiento de Madrid. En ese trabajo hubo que definir módulos y estructuras para docenas de necesidades concretas, desde información meteorológica hasta pago de impuestos. Había muchas tareas de usuario previsibles, pero desde luego sabíamos que la mayoría aparecerían con la propagación del diseño. La web obtuvo muchos reconocimientos, entre ellos el puesto número 5 del mundo a mejor web de municipio y el 2º en usabilidad, en el ranking de Naciones Unidas con la Universidad de Rutgers. Desgraciadamente, el cambio de alcalde (y por ende de responsable político del área) se llevó por delante el trabajo para volver a empezarlo una nueva adjudicataria.

Más tarde, para Globalia diseñamos un sistema que acomodaba muchísimos tipos de productos (billetes de avión, cruceros, formularios, noches de hotel, etc.) y que tiempo después pudo usarse para el diseño de las webs de algunos de sus hoteles. 

Fragmento del sistema de diseño para el grupo Globalia, que usaba un lenguaje de tarjetas exportable a móvil.

Fragmento del sistema de diseño para el grupo Globalia, que usaba un lenguaje de tarjetas exportable a móvil.

Diseñar sistémicamente

Diseñar sistémicamente es buscar la solución a una necesidad o tarea procurando que todas las partes implicadas tengan lógica y armonía estructural.

El diseño sistémico tiene vocación de dar una muy buena solución a una necesidad y que como consecuencia, la armonía del conjunto sea aceptable. 

Cuando diseñamos sistémicamente, la tarea principal del usuario es el corazón del proyecto. Tenemos clara una necesidad y todas sus particularidades. Hacemos el traje midiendo eso y luego escalamos esas medidas y esas formas al resto de necesidades secundarias para que haya cohesión y facilidad en el desarrollo.

Diseñar sistémicamente tiene más de diseñar, en el sentido de solucionar una necesidad, y menos de sistema. Si hay que elegir, la necesidad va antes que la consistencia general. Es más importante que el usuario pueda encargar un ramo de flores muy fácil y cómodamente que tener consistencia formal entre el botón de comprar y el de un formulario de contacto siete páginas más allá. La consistencia ocurre entre objetos cercanos y (si se puede) se expande como una onda hacia el resto de espacios.

En la primera época de Vostok Studio (2008) rediseñamos floresfrescas.com y minube.com con una aproximación sistémica. Algunos de esos trabajos pasarían hoy por muy recientes, tanto por su forma de estructurar como por su paleta de color, que buscaba destacar la imagen sobre el texto.

El minube de 2008-2009 podría pasar por una web actual (captura en mejor definición).

El minube de 2008-2009 podría pasar por una web actual (captura en mejor definición).

¿Antagónicas o complementarias?

No se trata de aproximaciones duales; existen términos medios, proyectos en los que se diseña para muchas necesidades o tipos de contenido y función que ya se conocen, pero se asume y se planifica un cierto nivel de incertidumbre. En 2014 diseñamos un sistema para filmin.es que aún se mantiene y que acomodaba diversos tipos de contenido muy bien acotados (películas, series, actores, directores, usuarios, comprar, guardar, dejar para luego, votar, opinar, etc.) dejando poquito espacio para lo nuevo que pudiese venir.

En Filmin normalizábamos el diseño del contenido y la funcionalidad pero luego hacíamos sastrería con las páginas específicas, con los contenendores.

Fragmento del sistema de diseño de filmin.com, que aplicaba al contenido pero no tanto a los contenedores.

Fragmento del sistema de diseño de filmin.com, que aplicaba al contenido pero no tanto a los contenedores.

También el diseño que hemos hecho en multitud de proyectos de visualización de datos (Ducksboard, BBVA Commerce360, Alto…) ha seguido esta filosofía mixta.

En resumen, aunque no se trata de aproximaciones antagónicas, sí es cierto que son actitudes diferentes. Dejo aquí una tabla con lo que para mi son las diferencias sustanciales:

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Por concluir, diría que elegir uno u otro camino depende mucho de las respuesta que demos a un par de preguntas clave: ¿Cuánto sabemos de las necesidades de los usuarios y el contenido y funcionalidades que irán en el espacio digital que diseñamos? y ¿Cuánto creemos que crecerá el entorno que estamos diseñando cuando ya no esté bajo nuestro control de diseñadores? Esa es, para mí, la clave para decidir cómo diseñar.


PS: Hace unos años, publicamos un artículo que describía el diseño de sistemas para CEOs de startups. Quizás te interese echarle un vistazo para entender mejor algunos de los conceptos que se mencionan en este artículo. Y si el tema te interesa especialmente y necesitas formación seria, considera algunos de los programas del Instituto Tramontana.

Sobre el Diseñador de Desarrollo

Ayer, en una de las cartas del newsletter De Ulm a Cádiz, donde publico ideas y vivencias que tienen que ver con la creación del Instituto Tramontana, propuse un rol intermedio entre el diseñador y el desarrollador. Lo llamé Diseñador de Desarrollo, haciendo la analogía con el arquitecto de obra clásico, el que supervisa y ajusta, pero no necesariamente proyecta.

Creo que esa figura podría responder al problema eterno de las diferencias (a menudo déficits) entre lo que se define cuando se conceptualiza y diseña y lo que se acaba desarrollando, cuando surgen problemas, limitaciones (de tiempo o tecnológicas) o malas interpretaciones.

El rol del arquitecto de obra lo describí así:

El rol del arquitecto de obra, el que no proyecta, sino que supervisa y se encarga de aportar soluciones sobre la marcha cuando aparecen contratiempos (un material no llega, unos cálculos estaban mal) para que la obra no pare. Ese arquitecto, no siendo dueño intelectual del diseño, es su garante, pero desde el realismo: se encarga de que el resultado sea lo más fiel a lo proyectado dentro de las circunstancias y con los medios que se den.

Y mi propuesta para un diseñador de desarrollo la enuncié así:

El rol del Diseñador de Desarrollo, si me permitís el bautizo, tendría dos partes:

La primera sería interiorizar el trabajo de diseño previo, la naturaleza y propósito del negocio y del proyecto, la lógica de todas las funcionalidades y procesos, la consistencia de la solución a lo largo de todas las pantallas y la esencia de todas las armonías, la estética y los elementos comunicacionales, artísticos y demás. En esa parte, el diseñador de desarrollo (DD) habría estado desde el inicio, escuchando y empapándose.

En la segunda parte, el DD acompañaría a los desarrolladores (de front y back) en todo el proceso, explicando, aclarando, corrigiendo diseño cuando surgen cambios, diseñando elementos o pantallas nuevas y —esto es lo más importante— haciendo ajustes cuando por tiempo, coste o circunstancias hay que simplificar la complejidad de diseño en algún punto y facilitar la tarea de desarrollo.


La idea ha dado que hablar bastante, he recibido unos cuantos mensajes con experiencias y comentarios sobre el tema, tanto por email como en Twitter.

El comentario más generalizado ha sido que no habría que crear un rol específico, que se trata de que la persona de diseño y la de desarrollo hablen más, que haya diálogo y estén ambos involucrados desde el principio. Este hilo de Carlos Hernández ilustra bastante bien algunas de las reacciones:

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Carlos apunta en su hilo a algo que no puedo negar. Es obvio que la comunicación es importante y que es bueno que ambos roles sepan de lo que hace el otro. Pero no creo que con buena voluntad se resuelva un problema que es estructural. Trataré de describir unos escenarios muy comunes en proyectos que tienen cierta entidad, para que se entienda la dificultad —a veces imposibilidad— de comunicación entre equipos de diseño y desarrollo:

Diferentes empresas

A menudo la empresa que hace diseño no es la que desarrolla. Esto puede pasar porque el cliente ha elegido a una empresa especializada en diseño y luego el trabajo de desarrollo lo hace internamente. Yo mismo he diseñado y dirigido equipos de diseño para clientes que han trabajado así. En esos casos puedes reservar tiempo para acompañar a desarrollo, pero la realidad es que no tienes facilidad para tener a personas de tu equipo físicamente al lado de otras de otra empresa que trabaja desde su propia oficina.

Diferentes tiempos

A menudo se hace el diseño y no se sabe cuándo se implementará el desarrollo. Cuando se trabaja en modo consultoría, es importante tener a las personas asignadas a proyectos con la mayor antelación posible. Si el diseño se hace entre enero y marzo y el desarrollo se sabe que se hará entre abril y junio por otra empresa distinta, ¿Cómo demonios puedo reservar yo tiempo de alguien que debería estar en esos días en otro proyecto para que acompañe al equipo de desarrollo asistiéndole constantemente?

Diferentes ubicaciones

A lo anterior sumemos cuando el diseño se hace, por ejemplo, en Madrid y el desarrollo en Bilbao o en Argentina. En esos casos, el acompañamiento y la asistencia, en el mejor de los casos, se queda en unas videoconferencias rápidas, a menudo incómodas, para resolver dudas.

Lo cierto es que en muchísimos casos concurren esos tres escenarios. De hecho, cuanto mayor es el proyecto, más probable es que concurran: proyectos con equipos deslocalizados que trabajan de forma asíncrona y hasta en idiomas diferentes. ¿De verdad creemos que la buena voluntad y el espíritu de comunicación van a ser suficientes para asistir a desarrollo cuando se encuentre dificultades con los diseños?

Como en todo, la buena voluntad y la actitud son importantes, pero a medida que los sistemas humanos se vuelven complejos, tenemos que convertir lo deseable en legal, trasladar los buenos hábitos en leyes y normas y asignar tiempo y personas a ello. Por eso, a partir de cierto tamaño, creo que un proyecto debería tener un Diseñador de Desarrollo.

Un par de aclaraciones:

  • Estoy hablando de la creación de productos digitales desde consultoría, como proveedores a un cliente, no como equipos internos.

  • Esto tiene sentido para proyectos medios-grandes, con planificaciones relativamente complejas y equipos numerosos, donde se trocea el trabajo. En proyectos sencillos obviamente no aplica.

  • Que haya un DD no quiere decir que los diseñadores no deban saber de tecnología o que en la fase de concepto inicial no deba haber gente técnica. Ojo, lo aclaro antes de que se me tiren al cuello. Eso me parece una MAG-NI-FI-CA práctica. Pero lo uno no quita a lo otro, porque por mucho que sepan de programación o sistemas los diseñadores, habrá contratiempos, habrá cambios, habrá imprevistos.

En la carta propongo que el Instituto Tramontana hospede un evento, mitad encuentro de debate mitad curso, donde quienes saben de esto puedan aportar sus puntos de vista, puedan enseñar y entre todos podamos reflexionar sobre el tema y quizás hacer cambios en el modo en que trabajamos y proveemos diseño. ¿Qué os parece?

La foto es de una de las obras en las que ha trabajado Jara. Aquí más fotos suyas.

La foto es de una de las obras en las que ha trabajado Jara. Aquí más fotos suyas.

La charla más importante

El día 4 de julio presentamos el Instituto Tramontana en Wayra Madrid y yo daba la charla más importante de mi carrera.

¿Sabes cuando crees que todo va a ser un desastre y decides no pensar en ello y tirar adelante sin mirar? Pues así estaba yo. Teníamos bajas en el equipo, abrimos más frentes de los que podíamos gestionar: desde unos jamones que tenían que llegar cortados de Huelva a la gestión contrarreloj de los ponentes. Para colmo, la lista de plazas se llenó a las dos horas de abrirla y la de espera rebosaba. Te juro que estaba muerto de miedo, pero decidí no preocuparme y centrarme en la charla.

Todo salió a pedir de boca, menos mal. Di gracias al cielo por Isabella y Mónica, por Wayra, por Jorge y Sergio con los ponentes y por la buena gente que vino. Fue algo redondo.

El evento tuvo tres partes: una presentación del Instituto, mi charla sobre diseño y una mesa redonda de lo mejorcito de la dirección de producto digital.

Decía que era la charla más importante de mi carrera, sí, pero eso no lo sabía nadie, sólo yo. En esos 25 minutos tenía que ser capaz de transmitir una gran idea imbricando veinte piezas diferentes: de la pintura renacentista a la religiosidad presbiteriana, de Silicon Valley a un hipotético Apple que diseñase desde Italia, templos griegos, contrareforma católica, Ulm, cuchillos con grabados, una mansión refugio contra la peste, los otomanos y hasta el jamón y el vino que teníamos en la mesa. Todo estaba conectado y todo me iba a servir para hablar de diseño, de cómo y por qué diseñamos lo que diseñamos y para cuestionarnos los caminos y los propósitos.

Fue —con la torpeza de la primera verbalización— la síntesis de todo en lo que creo cuando hablamos de crear cosas. Y por eso es la charla más importante de mi vida.

Te la dejo aquí: Pensar y hacer el diseño. Entre la Utilidad y el deleite

Creo que sirve para hacernos preguntas, aunque no todos lleguemos al mismo lugar, porque no es un recorrido, es una gran malla de ideas. Si decides verla, compárteme tus impresiones, concuerdes o disientas.

Me gustaría repetirla, darla de nuevo en casas de amigos, en estudios de aquí y de allá, en eventos o en empresas que me lo pidan, sin cobrar por ello; me ayudará a mejorarla y a abrir reflexión sobre algo que creo que nos conviene como profesión.

De Ulm a Cádiz

Están siendo meses intensos para quienes nos hemos embarcado en esta aventura de crear el Instituto Tramontana, probablemente el proyecto más importante de mi vida.

Prácticamente todo lo que me ocurre en estos meses se conecta de forma natural en relación al Instituto: lo que leo, lo que veo cuando viajo, lo que pienso cuando me retiro, las personas que conozco o lo que escucho. Como en todas las cosas en las que pones mucho de ti mismo, surgen emociones, ideas, dudas, ilusiones…

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Un poco por necesidad de desahogo y otro poco por encontrar complicidades, he decidido ir contando esas cosas que me y nos ocurren, que leo, que pienso, que me cuentan. Y lo voy a hacer en mensajes sin periodicidad ni mucho envase; con ilusión de recibir respuestas, de compartir con quienes sientan interés por esto de ayudar a formar a gente que cree, diseñe, construya y gestione cosas mejores. A estos mensajes los he llamado “De Ulm a Cádiz”, que me parece una metáfora muy bonita de ese eje “Utilitas - Delectus” y que además es un viaje personal, necesario, simbólico y real.

Si decides acompañarme, suscríbete aquí.

Moderna o decó

¿Con cuál te quedas?

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Dos ediciones del mismo libro. Una de principios del s. XX (no está fechado) y la otra de 1958. La antigua, en estilo decó, parte de una preciosa colección de manuales que vendía Gallach por 214,50 pesetas si la comprabas entera, y de regalo te daban un precioso mueble para encajarlos todos. La segunda, una edición austera, algo más voluminosa y generosa en la tipografía, impulsada por Mariano Rubió hijo.

El libro es una pasada. Me está sirviendo para dar forma a los grupos de estudio del Instituto Tramontana, junto con otras lecturas.

Elige, ¿Con qué edición te quedas? ¿La moderna o la decó?

¿Customize?

Cada alternativa de diseño que dejas en manos de tus usuarios es una decisión que no has sabido tomar como diseñador.

Dicho por mí mismo, cientos de veces.

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Dicho de otro modo, la cantidad de opciones en un diseño es inversamente proporcional a la cantidad de información que tenemos. A medida que crece la información sobre el usuario, el contexto y el dispositivo, e reduce el número de soluciones posibles en la interfaz.

Si conocemos (o podemos inferir) la hora de uso, la luz ambiente, la densidad de información, el tipo de pantalla del usuario, el estado de su visión, el tipo de contenido que consume más, etc. podemos tomar una decisión sobre el contraste idóneo entre el color del texto y el fondo.

Las opciones de customización, especialmente de cuestiones más de la forma y no tanto de la función, pueden parecer algo positivo pero sólo añaden ruido y poco o nada de valor. Cuando veo este tipo de decisiones en manos de empresas grandes que claramente tenían datos para tomar una buena decisión, pienso que quizás lo hacen para dar que hablar, para generar una falsa sensación de libertad o —Dios no lo quiera— por torpeza del equipo de diseño.

A modo de post scriptum, escribí un cuentecito hace unos años jugueteando con la idea de la personalización extrema; lo titulé HEX 64A7AE.

Poesía de rechazo

La poesía moderna más moderna no es poesía de acogida, sino de rechazo, o mejor, de repulsión.

[…]

El nuevo hombre de letras no consigue el efecto que busca diciendo que para él el negro jorobado tiene aureola. Lo consigue diciendo que, a punto de abrazar por fin a la más bella de las mujeres, le produjo nauseas ver que tenía un grano encima de la ceja con una mancha de grasa en el pulgar izquierdo.

G. K. Chesterton en “El humanismo, ¿Es una religión?”