Mil formas de estudiar diseño
Ayer mi querido Adrián Mato, diseñador que respeto muchísimo, persona sensata y brillante, y a quien tuve el privilegio de enseñar alguna cosilla en el Programa Vostok IV, tuiteaba una reflexión que me lleva acompañando todo el día:
Reconozcamos que algo de galleguidad hay en su forma de expresar las ideas —blanco pero negro, pero negro aunque blanco— dicho sea con todo el afecto, aunque una vez filtrada se destila bien la intención si aplicamos el método de todo lo que va antes del pero, sobra.
Me quedo con tres ideas de lo que dice Adrián respecto a la formación de diseño:
Que las horas que no se ven son las que cuentan
Que hay mil formas de estudiar y seguir progresando aparte de los cursos presenciales
Que el elitismo no vale para nada
A mi entender, y basándome en mi experiencia, Adrián tiene una parte de razón y creo que en otras cosas, quizás precisamente por su experiencia, es parcial en otras. Voy por partes:
¿Vale el elitismo para algo?
Obviamente el elitismo es malo, si se entiende como privilegio, como cursos que sólo puede pagar quien parte de una posición aventajada. En ese caso, es causante de desigualdad. Si los cursos de La Nave Nodriza o el Instituto Tramontana costasen una pasta asumible sólo por gente que viene de familias privilegiadas, Adrián tendría razón. Pero fijémonos en varias cosas:
Tanto los cursos profesionales de La Nave como los de Tramontana son para profesionales en curso.
Ambos cursos cuestan, digamos, entre cinco y diez mil euros.
El sueldo medio de un profesional del diseño digital en empresas decentes en Madrid puede estar desde los 25k de entrada a los 60-70k de seniors.
No conozco a un profesional que haya hecho el Vostok (no puedo hablar de la Nave porque lo desconozco) que no haya tenido oportunidades de ascenso, oferta o mejora en su puesto durante el curso. De hecho, no ha habido mes que no me llamase una empresa para pedirme gente del curso.
Las empresas saben que en un curso así se garantizan unos mínimos de conocimiento y un enfoque a la hora de entender el trabajo. Luego, de la Nave Nodriza valorarán una manera de trabajar en sus alumnos y del Vostok otra. Conociendo esa manera, por vía directa o por conocer a otros ex-alumnos,, saben que es garantía de mínimos, como un sello, y la valoran.
Si echamos cuentas, vemos que el curso de 5-10k euros es entre un 20-30% del sueldo bruto de un año de esa persona y, si asumimos que durante el curso ese sueldo suele aumentar al cambiar de empleo, la verdad es que es una inversión muy asequible.
Si nos referimos a elitismo en cuanto a que sólo entran unos pocos, pues diría que ese es el elitismo bueno: para que el curso tenga la calidad en el diálogo y la interacción que se quiere, es importante que sean pocas personas. Obviamente, si hay que seleccionar, es lógico que se seleccione a aquellos que uno ve que harán mejor aprovechamiento. ¿Elitismo como selección de los mejores? Pues un poco, sí, oye, pero es inevitable si se quiere mantener cierto estándar.
¿Hay otras mil formas de estudiar?
¡Pues claro que sí!
Pero veamos, estudiar (o aprender, que para el caso es lo mismo), no es leer ni trabajar en solitario. A solas en casa puedes leer mil libros y sacar datos, aprender a usar Sketch, Figma o veinte herramientas diferentes, pero aprender de verdad implica algo más, implica juicio, y el juicio se entrena exponiéndolo a otros juicios, verbalizando, reflexionando en un juego de tenis a muchas bandas con otras personas.
Aquí voy a usar palabras que escribió hace cien años Mariano Rubió y Bellvé, ingeniero, militar, urbanista y persona culta en general, que nos ganaba a todos en destreza y sabiduría. En “El Arte de Estudiar” dice:
Estudiar no es leer.
No es solo la lectura el manantial de estudio utilizable. Existe la reflexión, el juicio, que compara, analizar, sintetiza, deduce principios, reglas, teorías, hipótesis, etc., de lo que ha llegado al alma por cualquiera de los sentidos.
El aprendizaje, para Rubió (que bebe de Sócrates en esto) es desarrollo de juicio propio, no es adquisición de conocimiento, sino digestión. No es acumular alimento sino cocinarlo con nuestra propia receta.
Rubió continúa, en el que creo que es el mejor capítulo del libro:
Las noticias, los pensamientos nobles, las preocupaciones ridículas, todo carece casi de valor real mientras no ha llegado al campo de la conversación. Conquistado este terreno, ya la difusión de las noticias, de los pensamientos, de las ideas es cosa fácil. Cada poseedor de ellos es un poderoso anuncio viviente, y así, contadas por una persona a 10, crece el número de los de los iniciados en progresión geométrica que deja muy atrás a la de los granos de trigo puestos en las casillas del tablero de ajedrez.
En otras palabras, aprendemos cuando sometemos al exterior nuestro conocimiento, cuando nos forzamos a verbalizar y en la verbalización lo estructuramos. Luego enfrentamos esas categorías a las de otros y vemos puntos débiles y encajes o patrones diferentes. En otras palabras, para aprender necesitamos al menos de un contrincante, de una pared con la que rebotar ideas.
¿No os ha pasado que a veces para aclarar el pensamiento necesitáis contarle a alguien algo, aunque esa persona no sepa de qué habláis? Esa es la magia de la verbalización, que como tiene poco ancho de banda, nos obliga a estructurar bien las ideas. Pasa lo mismo, pero multiplicado por cien, cuando tienes que enseñar algo, pero esa es harina de otro costal.
Rubió añade algo respecto a la figura del profesor, o maestro, como prefiráis, que puede ser un guía o símplemente alguien que se sienta al lado tuyo y que en algo tiene un juicio más maduro que el tuyo:
Aprender de los que más saben inclinando la conversación hacia el lado en que nuestro interlocutor posee manifiesta superioridad, así nos ponemos siempre en el lugar del discípulo y obligamos a la persona con quien hablamos para que haga el papel de maestro, sin advertirlo siquiera.
La reiteración del estudio realizado por la conversación, se hace más importante cuando se habla de la materia objeto de aquel con personas que han examinado dicha materia en condiciones análogas. Así, el alumno que, después de estudiar una lección, habla de ella con algún compañero inteligente y la comenta con él, lleva acabo sin darse cuenta uno de los trabajos más interesantes para asimilarse lo aprendido.
Por tanto, ¿Hay otras mil formas de aprender además de los cursos especializados? Pues claro, pero todas requieren interacción. Puede ser con compañeros de aprendizaje, con tu pareja o con cualquiera que quiera escucharte y conversar un poco, pero cuanto más alineados en el objetivo, más fértil será ese proceso.
El programa que imparto, y por ende los que se dan en el Instituto Tramontana, tiene mucho de eso. No hay pupitres confrontados a la mesa del profesor; nos sentamos en un salón viéndonos todos, se conversa mucho, se debate, se contraponen posturas y hasta fuerzo a menudo la contradicción para estimular la retórica y la dialéctica: “Inma, rebate ese argumento, aunque estés de acuerdo”. No conozco los pormenores del método de La Nave Nodriza pero sé que son buenos e intuyo que no son ajenos a esa idea.
¿Las horas que no se ven son las que cuentan?
Pues de nuevo, Adrián tiene toda la razón. El aprendizaje no ocurre en el momento, por arte de magia, durante las clases. Ocurre días después, cuando de casa al trabajo vas rumiando sobre lo visto, hablado y practicado en la clase. Ocurre también meses después, cuando te topas con un proyecto que tiene algo de lo que viste en clase y puedes poner en práctica lo aprendido. Ocurre años después, porque has entrenado el hábito de seguir estudiando, de seguir buscando fuentes de información y juicio diferentes, y porque mantienes relación con tus cómplices en el aprendizaje (podría hablar de las relaciones profesionales que han surgido entre ex-Vostoks, pero de nuevo es harina de otro costal).
Y os voy a contar una cosa que no suele decirse: a menudo al terminar el curso hay quien me confiesa “Javier, salí con bloqueo del curso y me costaba ponerme a diseñar. Antes del curso me hacía tres preguntas y tiraba p’alante, ahora me pregunto trescientas y me cuesta más, pero sé que lo que sale es mejor”. Eso es signo de aprendizaje: hacerte más preguntas, las preguntas adecuadas, habituarte a ello.
En definitiva…
No hace falta gastarse ocho mil euros en formarse, claro que no. Ni las relaciones, ni los contenidos, ni la guía, ni las preguntas, ni las habilidades ni las prácticas son exclusivas de los cursos. Los cursos de formación del Instituto Tramontana o La Nave Nodriza son sólo una concentración en el espacio y en el tiempo, hecha con un criterio específico de cada escuela.
Cuando pagas, estás pagando el tiempo que alguien muy versado en ese ámbito te dedica; también los años que ha dedicado a estudiar más que la media un ámbito concreto, a procesarlo, a desarrollar un juicio sabio en ciertos temas y a luchar en mil batallas importantes. Pagas sabiduría, experiencia, paciencia contigo, referencias y preocupación por tu carrera. Además, pagas que te lo sirvan en un espacio agradable, que te den facilidades (esto es importante: facilidades) para profundizar en diferentes temas, que se hayan encargado de seleccionar a personas con las que vayas a encajar bien y que sigan ahí años después para dudas y ayuda en tus inquietudes profesionales.
Todo esto es para nosotros en el Instituto Tramontana, e imagino que en La Nave Nodriza, la buena formación en diseño.