Cuchillas honestas
Mi abuelo tenía un kit de afeitado sencillo y modesto, muy bonito. Además era compacto y muy práctico. Hace poco mi madre me lo regaló. Ahora es de las pocas cosas materiales que conservo de él, además de un buen puñado de genes. El kit es una cajita metálica con una maquinilla enroscable en tres piezas junto con algunas cuchillas sueltas de la marca “Celeste BETER”:
Aunque las cuchillas del estuche están sin usar y en perfecto estado, decidí comprar nuevas por reproducir la experiencia. Acostumbrado a la publicidad y el packaging exagerado del material de afeitado masculino, me llevé una sorpresa al ver cómo Gilette empaqueta y vende sus hojas de afeitar.
Sí, Gillette Platinum, nada más. Identidad corporativa reducida al mínimo, packaging sencillo y dentro hojas de afeitar. Punto.
¿Dónde estaban las alusiones a los coches deportivos, a la única Tecnología Sónica Inteligente o a mujeres lubricando mientras se frotan contra tu cutis recién afeitado? ¿Dónde estaban los diseños futuristas de cinco materiales diferentes, docenas de texturas y aerodinámicas imposibles? ¿Dónde estaba el High Tech?
No alcanzo a entenderlo. No comprendo por qué Gillette ha sido honesto en su envase y su mensaje, por qué no ha jugado a las evocaciones, al diseño de representación que tanto criticaron los modernistas desde Loos a Aicher. Por qué no nos ha tratado de vender un estilo de vida en lugar de unas hojas de acero afiladas. Parece como si hubieran mantenido el mismo envase e identidad de hace medio siglo.
Lo primero que pensé fue que quizás su público objetivo —gente mayor que se afeita a la antigua— no se puede identificar con las ideas de juventud, tecnología y velocidad que se suelen usar para vender cuchillas hoy. Y que quizás por eso el packaging de hojas de afeitar no ha sucumbido a la absurda evolución de los últimos 30 años.
Pero eso no es así. No es que la tercera edad no sea susceptible de engaños evocativos. Ese segmento es, a menudo, el más bombardeado con mentiras y diseño cargado de falsas promesas.
Quizás ese diseño tan sencillo y directo sea porque hoy en día las hojas de afeitar tienen otros usos más diversos y distintos de los de mi abuelo, difíciles de targetear y por tanto no compensa adornar los mensajes. O quizás sea que en algún rincón de Gillette hay un departamento pequeñito, con poca visibilidad e ingresos moderados, de gente honesta que símplemente se preocupa por tener un producto decente y envasarlo convenientemente.