Fundido a gris
Estamos diseñando un mundo cada vez más en blanco y negro. En escala de grises, mejor dicho. Esa es la conclusión —te la enuncio con cierto sensacionalismo— de un estudio conducido por el Science Museum Group, sobre el color de 7000 objetos de uso cotidiano de 21 categorías diferentes, creados en el último siglo.
De la madera con adornos de latón de 1900 a los plásticos de los 90 y de los inyectados multicolor de los 60-70 a los aluminios —casi siempre impostados— de hace diez años. De la calidez al frío, de las superficies vivas a las geometrías muertas. Del producto que es per se, al que sólo contiene. Del mensaje al silencio.
Todos los coches son óvalos blancos, todas las tecnologías son rectángulos negros y todos los objetos son ya gris oscuro.
Cuando Bell lanzó el modelo 500 diseñado por Dreyfuss, el negro era el color del producto genérico, y de ahí se pasó a una plétora de color donde cada persona y cada ambiente encontraban su tono. La fórmula la repitió el Regency TR1, el primer transistor de bolsillo, y la copió, cincuenta años después, Apple con su iPod nano.
Henry Ford decía que usted podía tener su Ford T en cualquier color mientras fuese negro. Y la historia rima, pues el Tesla más común se puede comprar en cualquier color, pero todos sabemos que mejor blanco.
Wall-e vivaz y colorido fue sustituido por Eva, blanca, negra y eléctrica, mientras los Swatch coloridos dejaban paso a los Watch negros.
Etore Sottsas le hizo una mamola a IBM cuando parió una máquina de escribir —la Olivetti Valentine— de rojo intenso. Ríete tú del Ornamento y Delito de Loos. Ese manifiesto cambió la historia de la tecnología. Se la robó a las empresas y las oficinas para llevárselas a las personas, a las casas y a los parques. Apple volvió a hacerle lo mismo a IBM, con el iMac, cuarenta años después.
La historia del color en el diseño es la historia de cada generación, con un sentir, una vitalidad y unas ganas de ser y estar muy cambiantes. En nuestros objetos está nuestra pequeñez insegura o nuestra alegría infinita. Frente a unos nos postramos, cual monolito de Kubrik, y en otros proyectamos nuestra alma, llena de color y vida.
Mira en tus bolsillos, en tu muñeca, tu bolso o tu mesa... ¿Qué ves?