Mälmo 2024

El Mälmo Live Konserthus aloja a casi seiscientas personas esperando lo que promete ser un intercambio de ideas, o al menos, un debate civilizado entre dos prestigiosos expertos en “lo futuro”.

Lene Björklund, una future designer sueco-danesa prominente, contratada recientemente por una agencia de Naciones Unidas para diseñar estrategias frente a problemas globales, desde el cambio climático hasta la crisis económica. Marcus Delaney, el escritor canadiense de ciencia ficción, acaba de ver cómo su último libro, una distopía sobre un futuro post-IA, ha sido estrenada como película de gran presupuesto, catapultándolo a la fama en los círculos más mainstream.

La charla arranca bien, con la escandinava presentando su metodología de future design thinking y defendiendo la importancia de involucrar a stakeholders en la creación de futuros accionables. El público, una mezcla de estudiantes de diseño, expertos en sostenibilidad y emprendedores tecnológicos, se inclina hacia adelante, tomando notas en cuadernos reciclados de papel kraft y tabletas de alta densidad.

Ella viste ropa ancha y cómoda, con estampados de Marimekko y calzado de Camper. El escritor viste chaqueta de cuero y botas de cowboy. Parece que no se haya lavado el pelo en semanas. Las diferencias de aspecto no tardan en convertirse en confrontación de ideas.

Lene Björklund: “Estamos aquí en un lugar que encarna el futuro: Malmö Live, un espacio que combina cultura, sostenibilidad y diseño human-centered. ¿Qué mejor entorno para debatir sobre el mañana?”

Marcus Delaney (murmurando): ¿Humanidad? Esto parece un showroom de IKEA.

La futuróloga finge no haber escuchado el comentario del canadiense y continúa con su exposición.

Björklund: “Las organizaciones necesitan entender los escenarios que pueden afrontar. Construimos futuros que no solo inspiran, sino que son herramientas reales para la toma de decisiones.”

Delaney, apoyado sobre su atril, deja escapar una sonrisa sarcástica antes de responder.

Delaney: “Lo siento, Lene, pero el futuro no es una presentación de PowerPoint. Las personas no viven en escenarios. Viven en historias. Y esas historias no las crea un comité de stakeholders jugando con rotuladores y post-its.

El público suelta unas risas contenidas, pero Björklund mantiene la compostura.

Björklund: “Es fácil criticar desde el sofá, Marcus. Nosotros trabajamos con realidades. Mientras tú imaginas futuros distópicos, nosotros damos a las organizaciones herramientas para enfrentarse a ellos.”

Delaney: “¿Herramientas? Oh, claro, porque la imaginación se encuentra en los talleres de cocreación y no en los libros. ¿Cuántos de esos futuros han cambiado algo y cuáles de tus proyectos han tenido “impacto”, más allá de justificar tu próxima factura y tu tarifa de coach TED?

El público comienza a murmurar. Al fondo de la sala, alguien grita: “¡Vendehumos!” seguido de otro que responde: “¡Chupatintas!” La tensión es palpable y la discusión se torna personal por momentos. Björklund acusa a Delaney de ser parte del problema.

Björklund: "La ciencia ficción alimenta una visión derrotista del futuro. Vende el miedo porque el miedo vende libros.” le espeta.

Delaney: “Tu trabajo depende de nuestros mundos, Lene. Sin la ciencia ficción, tú no tendrías con qué rellenar tus ‘ejercicios de visión y embudos’. ¿Cuántas veces has citado a Philip K. Dick en tus talleres, eh?”

La tensión entre ambos crece. Los reproches profesionales dan paso a acusaciones cruzadas, que se vuelven más punzantes, salpicadas de insultos velados.

Delaney: “Los futurólogos sois parásitos que se creen visionarios, pero solo recicláis ideas que los escritores planteamos mejor y con más profundidad.”

Björklund: “Claro, porque Blade Runner solucionó la crisis climática. Lo que tú haces no cambia el mundo, Marcus, lo que yo hago… lo intenta. Tú vendes desesperanza porque eso es lo que llena tus páginas. ¿Dónde están tus soluciones?”

Delaney: “Claro Lene, vendo eso porque el miedo y la desesperanza son reales. Tus escenarios, en cambio, son wishful thinking para gente rica que quiere sentirse innovadora. La tecnología no nos salvará, Laura, y sabes lo que tampoco nos salvará: tu metodología de mierda.”

La sala empieza a dividirse entre risas y abucheos. Otro grito desde el público resuena en todo el auditorio: “¡Lucha de sables láser!” Delaney continúa:

Delaney: “Mis historias no pretenden salvar al mundo, Greta. ¡Perdón, Lene! Pretenden mostrarlo tal como es. Tú, en cambio, vendes espejismos a CEOs aburridos.”

Björklund (protesta airada): “¡Solo sabes criticar! No tienes idea de lo que significa lidiar con empresas reales, navegar entre la complejidad, enfrentarse al cambio. ¿Has logrado algún insight alguna vez? ¿Dónde están tus modelos?”

Delaney, preso de la ira, arroja su botella de agua al suelo y responde a voces:

Delaney: “¡En mis novelas, imbécil! Yo hablo de gente de verdad con problemas de verdad.

Björklund (gritando): ¿Tienes algo más que no sea soberbia de hombre blanco capitalista?

Delaney (sonrie): oh, sí, claro que lo tengo: Tengo libertad, querida. En mis mundos, las corporaciones son peligrosas. En el tuyo, pagan la factura. Te declares progresista, pero les lames las botas.

De pronto, las luces del auditorio se apagan. La intro de Thunderstruck empieza a sonar a todo volumen. La confusión llena el aire mientras un único foco ilumina el centro del escenario. La gente canta enloquecida:

¡Thunder! ¡Thunder!

¡Thunder! ¡Thunder!

¡Thunderstruck!

Y una figura aparece desde las sombras: ¡Elon Musk!

Vestido con una camiseta negra que dice “Occupy the future”, sube lentamente al estrado mientras AC/DC sigue sonando. Toma un micrófono. La música para. El público guarda silencio. Musk sonríe, con su característica mezcla de carisma incómodo y superioridad desbordante.

Musk: “Todo este debate sobre futuros, distopías y esperanza es… entrañable.”

La sala estalla en murmullos. Björklund frunce el ceño y Delaney cruza los brazos. Musk levanta una mano para silenciar a todos y continúa.

Musk: “Pero estáis equivocados. Los dos.”

Delaney (interrumpiendo): “¿Perdón? ¿Y quién se supone que eres tú para juzgarlo?”

Musk lo miró con calma, como un tiburón a punto de atacar.

Musk: “El dueño de esta conferencia. Acabo de comprarla”.

El público estalla en risas nerviosas. Delaney frunce el ceño, mientras Björklund pone los ojos en blanco, tratando de llamar la atención del público. Se levanta y se dirige a él en tono acusador, señalándole con la mano.

Björklund: “¿El dueño? Esto no es un circo, Señor Musk.”

Musk (sonriendo): “Claro que lo es. Y lo peor de todo es que tú lo sabes. Vendes hope porn para que los corporativos puedan seguir existiendo sin tener que enfrentarse a la realidad. Mientras tanto, yo soy el que realmente lleva a la gente al futuro. No con promesas vacías, sino con cohetes.”

El millonario hace una pausa para saborear el efecto de sus palabras en el público. Sonríe de nuevo y continúa:

Musk: “El futuro no se escribe en novelas ni en pizarras de cristal. El futuro se construye con billetes de 100 dólares. Los míos.”

Las carcajadas de la mitad del publico se mezclan con los abucheos de la otra mitad. Musk no termina ahí.

Musk (señalando a Delaney): “Tú escribes historias para que la gente se sienta mal en el sofá mientras comen palomitas. Eso no es construir el futuro, es entretener. Y tú (señalando a Björklund), tú haces gráficos para que empresarios grises y políticos progres se crean que están haciendo algo importante ¡Corpo-tainment! Lo único que cambia tras tu trabajo es tu extracto bancario, pero poco.”

Björklund intenta intervenir: “Señor Musk, nuestros escenarios ayudan a visualizar…” pero Musk lo corta con un gesto.

Musk: “¡Visualizar! ¿Sabes qué visualizo yo? Una colonia en Marte. ¿Sabes qué visualizo también? A ti, sentada en una sala de juntas con un Starbucks en la mano, explicando por qué la Tierra se fue al carajo mientras intentabas dibujar líneas de tiempo.”

Musk da pasos hacia adelante y hacia atrás, en un baile burlesco, mientras canturrea “backcasting, forecasting, backcasting, forecasting, backcas…” La escena resulta una caricatura. El público se queda boquiabierto. Delaney no puede contenerse.

Delaney: “¿Y tú qué, Elon? ¿Vas a salvar el futuro con cohetes y coches eléctricos que se incendian solos?”

Musk sonríe ampliamente, como si esperara ese comentario.

Musk: “Sí. Porque a diferencia de vosotros, yo tengo cohetes. ¿Y tú qué tienes? Un teclado.”

Delaney: “Tengo historias que hacen pensar.”

Musk: “¿Y dónde están los resultados? Yo he vendido 3 millones de Teslas. ¿Cuánto forecasting has vendido tú?” dirigiéndose a la futuróloga.

Musk, ahora completamente dueño del escenario, se vuelve hacia el público.

Musk: “El futuro es un negocio, amigos. Si no tiene un modelo de negocio, no es un futuro, es un sueño. Así que sigan con sus peleas sobre distopías y stakeholders. Yo me ocuparé de llevar a la humanidad a Marte.”

El comentario desata carcajadas y abucheos. Mientras tanto, Delaney y Björklund empiezan a atacarse nuevamente, ahora más como una alianza contra Musk.

Björklund: “¡Usted es el problema, Musk! Cree que el futuro es un juguete para los ricos. No entiende la complejidad social ni los riesgos.”

Delaney: “Y tu tecnología no solucionará la condición humana. El problema no son los cohetes, es lo que hacemos con ellos.”

Musk se encoge de hombros.

Musk: “El problema no son los cohetes, es que ustedes no tienen uno.”

El magnate se da la vuelta y, antes de que empiece a andar, un grito desde el público resuena: “¡No todos queremos ir a Marte, Elon!” Musk sonríe condescendiente y responde:

Musk: “No todos están invitados.”

La música de AC/DC vuelve a sonar, atronadora. La luz se apaga de nuevo y un foco acompaña a Musk mientras desaparece tras el telón.


FIN

Queroseno

Me deslumbra la luz al salir de la terminal, siento el viento en la cara y el silbido de los motores a lo lejos, ensanchándose a medida que me acerco a la rampa. Subo por la escalerilla mientras el olor afilado y metálico del queroseno lo impregna todo. Mis terminaciones sensoriales están saturadas; imposible hablar, pensar o sentir nada más que el momento presente. Cruzo el umbral y ¡flop! luz ténue, silencio —quizás música de ascensor—,  olor a cuero y tapicería limpia. 

Así era antes, ¿Te acuerdas?

Volar hace unos años era una experiencia memorable porque estaba cargada de sensaciones. Los fingers, esas estructuras móviles por las que nos inyectan a los aviones, eliminaron muchas de las sensaciones y casi destruyeron la emoción anticipatoria de volar.

La psicología lo explica muy bien: sólo recordamos lo que nos hace sentir. Las emociones sellan y almacenan la vivencia; el registro sensorial le pone la etiqueta. Por eso, cuando volvemos a percibir esos olores, esa luz o ese sabor, la mente se encarga de reconectar con la memoria: “relacionado con [queroseno], te puede interesar el viaje aquel a Malta en 1997”.

Ayer, sábado por la mañana, en la sala Morente, Máximo Gavete y un puñado de alumnos arrancaron un programa para que la filosofía ilumine (y pavimente) caminos buenos para crear. ¿Será diferente su recuerdo, dentro de unos años, del que almacenen quienes se forman por las tardes? La luz no es la misma, los sonidos no son los mismos y ese vino blanco cuando se acerca la hora de comer también es distinto. 

Este jueves será jornada de Sede Abierta para que puedas conocer, si no has estado, la sede y el proyecto del Instituto Tramontana. Por la tarde, Daniel Ruiz y Belén Temprado, profesionales de referencia, antiguos alumnos y profesores del Programa de Iniciación, nos contarán cómo es el día a día trabajando en diseño digital. Tanto si quieres empezar carrera en diseño como si estás pensando en formarte en aspectos más avanzados o de dirección (o si quieres cotillear) estás invitado

El jueves pasado volé a Mallorca para un asunto familiar. Desayuno en Madrid, comida frente al mar y cena de nuevo en casa. Eché de menos el viento en la cara a pie de pista y el olor a queroseno. La mascarilla se había aliado con el finger para matar el registro sensorial, las evocaciones y lo poco de emocionante que le queda a volar en avión.

Al día siguiente me tocaba visita al médico para revisión y puesta a punto. “¿Cuándo fue tu último análisis de sangre?” me preguntó. Lo recordaba vagamente y respondí dubitativo “Hmmm… ¿el año pasado? No, espera, ¿hace cinco?”. Mientras rebuscaba en mi memoria, tratando de hallar un recuerdo al que ese evento se pudiese anclar, el médico me sacó de la duda mientras señalaba la pantalla: “hace tres años, Javier, lo tengo aquí”.

Excusé mi mala memoria achacándola a la pérdida de la noción del tiempo que nos ha causado la pandemia. Pero me quedé pensando… Es posible que ese desbarajuste memorístico que tenemos se deba a los “tiempos extraños” de la pandemia, claro, pero ¿Habrá más motivos?

Llevamos dos años con mascarillas puestas, filtrando todo el aire que inhalamos; algunos incluso con el olfato alterado o reducido por el Covid. Dos años almacenando recuerdos de forma incompleta, con mucho menos registro olfativo, que es precisamente el más evocador de todos los sentidos, el más capaz de etiquetar, relacionar y reflotar recuerdos. ¿Habremos recordado menos —porque hemos olido menos— durante este tiempo? ¿Recordaremos menos lo que hemos vivido en estos dos años?

La idea de tener un tramo de vida sin apenas olores me aterra. Se me hace como una película en la que algunas escenas tuviesen el sonido mal o la imagen dañada. No he leído nada acerca de esto; quizás mis preguntas sean absurdas y el siguiente análisis de sangre revele mis delirios. Mientras tanto, he decidido creerme la hipótesis y pegar muy fuerte la nariz a cada momento relevante, como si fuera posible compensar este desaguisado.