Escribir ficción

Llevo varios años escuchando una vocecita en mi oído derecho, diciéndome lo mismo cada domingo por la tarde. Me las he apañado para ignorarla hasta que hace un mes decidí escucharla y conversar con ella:

— Javier, deberías escribir ficción, al menos probarlo. No es muy diferente de lo que ya haces, piénsalo: diseñar es disponer elementos para propiciar una escena. Cuando creas esa escena en tu cabeza, antes de empezar a diseñar, ¿no estás acaso haciendo un ejercicio de ficción?

— Pues tienes razón, pero cuando diseñamos no buscamos que la escena sea de ficción, sino que se vuelva real, que pase de nuestras cabezas a la realidad.

— Puede ser, pero eso no cambia lo esencial del asunto: en ambos casos, en la narrativa de ficción y en el diseño, tienes que definir un montón de variables y tienes que asegurarte de que todas mantienen coherencia entre si, ¿verdad?

— Vale, pero son formas de coherencia diferentes. Al diseñar persigo la integridad de lo diseñado, que haya una cierta continuidad y armonía entre la forma que tiene lo que diseño y la manera en que se comporta y resuelve la necesidad. Es una coherencia entre el usuario, la necesidad y lo diseñado. O, si quieres más precisión, de la necesidad hacia el usuario y su contexto por un lado y hacia el dispositivo y la interfaz por otro. La coherencia de la ficción es otra, más compleja y variable ¿no?

— Quizás. Quien escribe ficción tiene que procurar la coherencia entre los personajes, sus circunstancias, sus acciones… También debe procurar una cierta coherencia entre actos y consecuencias. ¿No hay mucho de eso en el diseño, cuando creáis procesos que son como diálogos, donde el usuario va “conversando” con el sistema para acabar viendo una película o confirmando una compra? Te diría que esos procesos y esos diálogos no son muy distintos de los que se desarrollan en una novela o un guión, por ejemplo.

— Ya veo por donde vas y me estás convenciendo. De hecho, cualquier buen relato debe tener, por encima de todo, verosimilitud; no realismo, ojo, sino verosimilitud. Es decir, que todo sea coherente entre sí, por muy fantástico que sea. Aceptamos que en un relato, una persona pueda volar, a sabiendas de que es imposible, sólo si la manera en que se nos cuenta es lógica, si cuando esa persona se mueve por el aire, se somete a las leyes de la física, a la inercia y todo eso. Esa coherencia es la que propicia la manida “suspensión de la incredulidad” ¿verdad? No es muy diferente en diseño digital: cuando creamos una animación, una microinteracción o un efecto concreto, tenemos que asegurarnos de que es verosímil, que la forma en que se despliega, la manera en que suena y la velocidad a la que aparece y desaparece son naturales. Tanto usuario como diseñador sabemos que ese artificio no es real, que en la pantalla no está apareciendo confettti cuando se confirma una acción o que el scroll no esconde cosas en la parte de debajo del móvil, pero aceptamos esa ficción porque nos ayuda a comunicar algo, a reforzar una idea. ¿Te refieres a eso?

— ¡Sí, justo a eso! Añadiré otro argumento para animarte a escribir ficción: los diseñadores estáis todo el día diciendo que estudiáis a las personas. Hasta creáis documentos donde describís a personas imaginarias para justificar vuestras decisiones de diseño. ¿No crees que crear esos personajes desde cero, con toda su complejidad y en una situación completamente fabricada, sería un ejercicio antropológico aún más poderoso?

— Desde luego. Además, la gente que escribe bien siempre dice que crear un personaje requiere definir cuestiones de esa persona que puede que no salgan en el relato, pero que, al ser tenidas en cuenta, le dan más redondez y veracidad al personaje.

— Pues no sé a qué esperas, Javier. Parece que lo tienes claro ¡Ponte ya a escribir!

— Tienes toda la razón. Debería escribir algo de ficción, pero claro, escribir sin publicar, sin exponer lo escrito a los ojos de otros, se me hace algo estéril. Y publicar… Me puede el pudor, la verdad.

— No me cuentes rollos; si eres capaz de diseñar ecosistemas digitales, deberías ser capaz de diseñar universos inventados. Te costará, claro, pero ¿no estáis todo el día diciendo que nunca hay que dejar de aprender? Pues ea, ponte a ello.

— Venga, sí, me has convencido. Tengo algunas ideas y esbozos que voy a convertir ya en relatos. Además, escribir ensayo no me cuesta, me ordena el pensamiento. Quizás escribir ficción me lo ensanche.

— Muy bien, Javier. Además, apuesto a que más de una persona de las que te leen por aquí, o de las que lees tú cuando escriben sobre diseño, están en una situación similar, con las ganas aún reprimidas. Quizás eso sirva para que se animen. Hasta podríais crear algún grupo, alguna comunidad de diseñadores y diseñadoras que escriben ficción.

— Es una idea brillante. Lo mencionaré por aquí a ver si alguien se apunta. Gracias por esta conversación y gracias por haberte mantenido ahí, paciente, estos dos años, vocecita. Hale, has ganado, ya puedes retirarte e ir a darle la chapa a otro.

Mnemosyn

Hace un mes empecé a publicar un relato de ciencia ficción titulado Mnemosyn. En él, un tipo al que las cosas no le van especialmente bien, empieza a recibir emails desde 1999, de alguien que dice ser su yo del futuro, que se ha desplazado al pasado. La historia cruza las miradas de tres personajes que son el mismo: el David universitario, el adulto y el anciano, cada uno con sus motivaciones y sus contextos, en mitad de un misterio: ¿Qué ha provocado realmente Mnemosyn?

Puedes ponerte al día de la historia aquí y suscribirte para recibir las entregas que faltan hasta el desenlace, que ocurrirá en unas semanas.


Diseños y relatos

¿Te has animado tú a escribir ficción? ¿Te estás planteando hacerlo? ¡Escríbeme!

Cuando seamos suficientes (media docena, no sé), me comprometo a montar un grupito privado en el que podamos compartir experiencias, textos, ideas... para ayudarnos en esta afición tan hermosa y tan cercana al diseño. Ya veremos cómo o dónde. Por ahora, el único requisito es que queramos escribir ficción y estemos dispuestos a hacerlo :)

Prólogo a UX Latam

Me pidieron prologar un libro muy especial: cuenta las experiencias y conocimientos de quienes, en América Latina, han hecho avanzar la experiencia de usuario y el diseño digital. Dejo aquí el enlace a la obra y mis palabras, escritas desde la admiración por el trabajo realizado y la ilusión por lo que nos queda juntos.

El libro es de descarga gratuita.

Este libro no tendría sentido si tratase de técnicas de extrusión metálica, optometría o dinámica de fluidos. ¿Qué habría de interesante en hacer un compendio latinoamericano de algo así?

Lo que da sentido a este libro, lo que le da oportunidad, es que habla de la ligazón entre personas y dispositivos, entre lugares y contextos, entre lo humano y lo tecnológico. Y eso sí demanda una mirada específica; eso sí se comprende culturalmente. Por eso, este libro de mirada latinoamericana no es solo oportuno, sino necesario.

Necesitamos la tecnología porque necesitamos a otras personas. Desde pantallas, teclados y micrófonos, intercambiamos cosas que ofrecen otros seres humanos. Comida, música, muebles, conocimiento, historias, conversación o amor... Todo ello es mercado y es cultura. Todo son personas haciendo lo que hacen las personas. Las personas de siempre, actuando como hemos actuado siempre, a través de las herramientas de cada momento.

Las herramientas pasan, las personas duran y las culturas permanecen. Son la constante de esta ecuación. La experiencia de usuario, que es de lo que habla este libro, es lo que ocurre, lo que experimentamos, al usar esas herramientas nuevas para posibilitar esos intercambios. Si esas personas existen, se relacionan y se aportan en un marco cultural específico... ¿Tiene sentido que hablemos de una experiencia de usuario específica? ¿Existe una UX estadounidense, europea, asiática o latinoamericana? ¿Es la experiencia de usuario un fenómeno cultural?

Hace dos décadas empezaba esta profesión nuestra. Recuerdo, en esos inicios, a muchas de las personas que ahora firman ese libro, procedentes de toda Hispanoamérica, en foros, en encuentros... Era un nacimiento y, como tal, lo importante era que aseguráramos el crecimiento sano de nuestra profesión.

Hoy, en la juventud hermosa de la experiencia de usuario, reforzados por muchas y muchos profesionales nuevos, toca desarrollar la personalidad y forjar el carácter, igual como lo haría una persona cuando sale de su adolescencia. Nos corresponde empezar a tomar nuestras propias decisiones como comunidad de diseño.

Escribo este prólogo en los días que rodean el 12 de octubre, pensando en si ese fenómeno, la Hispanidad, que nos une en torno a un habla, pero también valores, saberes y una sensibilidad única, tiene una traducción a cómo nos relacionamos con la tecnología. Me pregunto si existe esa relación o, mejor aún, si queremos que exista

¿Queremos un diseño, una experiencia de usuario, propio, a nuestra manera, adaptado a nuestra singularidad, a lo que nos hace ser como somos?

Este libro —me siento seguro diciéndolo— es una buena primera aproximación. Espero que te provoque, como a mí, esa pregunta constante: ¿Cómo son las relaciones entre personas y tecnología en Latinoamérica? ¿Y cómo deberían ser? En tus manos tienes ese primer análisis, ese inventario completo y necesario.

Nuestros mercados, nuestras relaciones, nuestra cultura necesitan de tecnología adaptada a ellas, y no al revés. He aquí las experiencias y conocimientos de quienes lo están haciendo posible.

Sería hipócrita, sería absurdo

Sería hipócrita hablar de diseño democrático, y luego pedir cinco o diez mil euros por una matrícula.

Sería absurdo decir que queremos a los mejores alumnos y sólo dar formación en la capital.

Sería contradictorio hablar de cómo los productos digitales rompen las limitaciones del espacio y el tiempo, y después impartir clases a horas fijas.

Sería ilógico enseñar nuevas formas de comunicación y narrativa, y después mantener la típica estructura de una clase presencial.

Sería ridículo hablar de inmersividad en lo digital y que te impartiese la clase un profesor recitando su powerpoint a través de zoom.

Qué incoherente sería que enseñásemos diseño de productos digitales y no fuéramos capaces de mejorar, de rediseñar, la manera en que se enseña online.

¿Nueva Bauhaus?

Nadie de nuestro tiempo sería capaz de imaginar lo demencial, lo absurdamente intenso, lo conmocionante que debió ser el siglo XVI para quienes lo vivieron. Nuestro concepto del mundo estaba desbordado, nuestros conocimientos científicos avanzaban mucho más rápido que nuestro entendimiento y, en mitad de ese aturdimiento, Europa se nos partía en dos a causa de la reforma luterana. Por si todo eso fuera poco, el imperio Otomano avanzaba voraz desde el este: se había desayunado Budapest y estaba a punto de almorzarse Viena mientras salivaba por el plato final: Roma y con ella occidente entero hasta chupetear las raíces.

Al lado de esos tiempos, nuestras crisis son un cuento infantil.

De aquel atolladero, de esa magnífica adversidad, la Europa mediterránea, nieta de Grecia y de Roma, hija del judío Jafudá Cresques y del cristiano Francisco de Asis, salió con un grito. Un alarido de esos que brotan de lo más hondo de la víscera, de esos que duelen porque arden: el Barroco.

Y todo cobró sentido de nuevo. Un sentido imparable.

El Barroco no fue decoración recargada; sería muy ignorante hacer esa lectura simplista. El Barroco era una actitud. Era poner la fuerza del corazón, el sentir, el alma al servicio de una búsqueda infinita de la belleza. En lo estético, sí, pero también en lo ético. El barroco era sensorial y emocional, era formal pero también esencial, siempre de lo pequeño a lo mayor.

El barroco era buscar encarecida y enconadamente lo que d’Ors definió como «la esencia eterna del momento».

Esa búsqueda estuvo en las sombras de Caravaggio, en la sensualidad de Bernini, en la noche oscura del alma Juan de la Cruz. Pero también en el propósito de Ignacio de Loyola, en la justicia de Bartolomé de las Casas, en la mirada de Kepler o entre los fogones de Teresa de Ávila.

Esa búsqueda era preguntarse…

 ¿Qué daría sentido a tu vida?

¿Y qué daría sentido a tu muerte?


Este año, la Comisión Europea ha propuesto la creación de la Nueva Bauhaus Europea, como una de las grandes iniciativas para sacarnos de la crisis actual y que Europa reformule un discurso propio. Su ideario es triple: sostenibilidad, estética y diversidad. Los medios para lograrlo: subvenciones y apoyo público a proyectos que, desde el diseño, cumplan con el ideario y lo demuestren públicamente.

 La Bauhaus fue algo necesario, útil y maravilloso. Ocurrió, sin embargo, en una Europa que no era la nuestra. Jamás habría agarrado aquí.

En esa década, la que va de 1909 a 1919 Adolf Loos —emulando a Lutero— proclamaba la muerte de la belleza en un manifiesto dilapidante, Le Corbusier denunciaba «lo decorativo» y Walter Gropius escribía el manifiesto fundacional de la Staatliches Bauhaus, donde el arte se fusionaría con la industria para democratizar una nueva estética más limpia y pura.

Al mismo tiempo, en Mallorca, Miquel Costa i Llobera escribía los versos más mediterráneos y más necesarios que conozco:

 Mon cor estima un arbre! Més vell que l’olivera

més poderós que el roure, més verd que el taronger,

conserva de ses fulles l’eterna primavera

i lluita amb les ventades que atupen la ribera,

que cruixen lo terrer.*

Ahí está, no busquemos más. La esencia entera del Barroco y de nuestra mediterraneidad en cuatro versos: una pelea interminable por lo bello, por lo bueno, por lo eterno. La dimensión insondable de la que hablaba Battiato.

¿Cómo podemos aceptar, teniendo estos versos entreverados con los genes, que la misión sea una Nueva Bauhaus? ¿Cómo podemos pasear por Cádiz, Barcelona, Florencia o Siracusa y querer ser Dessau o Weimar?

¿Por qué algo tan intrascendente, tan acomplejado? A santo de qué evocar algo magnífico y oportuno, sí, pero efímero y cuyo momento ya pasó?

Podemos aspirar a mucho más y más allá, desde la legitimidad de haberlo hecho cien veces antes. A más corazón en la mente y más eternidad en el momento.


Edificio de la Bauhaus en 1945, tras los bombardeos aliados.

Este artículo fue publicado originariamente en The Objective, en junio de 2021, bajo el título “La intrascendencia de una nueva Bauhaus”.

Consumatum est

Me dice Mónica que lo acorte, que un vídeo así no debería durar más de dos minutos. Pienso que tiene razón. Salgo de la consulta del médico y me meto en una cafetería. ¿Quiere una pulguita con el café? No, gracias, el café y ya está. Reviso el texto. No, Mónica no tiene razón, no podemos quitar ni un párrafo de lo que queremos contar. Sería como quitar una dovela de un arco, se desmoronaría todo. 

Me llama José Manuel Navia para decirme que si podemos convertir la sala McLuhan (la insonorizada) en un cuarto oscuro ¡Pues claro! Quiere salir con los alumnos y una cámara estenopéica a la calle, hacer fotos y revelarlas luego en el Instituto. “Javier, cuando ves el proceso completo, entiendes mejor el uso”. Me dice que va a traer muchos trastos, cámaras de cada época “para que se entienda cómo el aparato condiciona la forma de contar”. Navia también tiene razón. Sorbo el café (torrefacto, maldita sea) y pienso que ojalá poder asistir a ese programa. A algunas clases iré, sin duda.

Me llega una alerta al móvil: “los resultados de su analítica ya están dispo…” Mejor los miro luego. Quiero conservar el estado de concentración pero  se hace imposible. “Cariño, si puedes cambiarte de mesa, que van a comer los chicos en esta…”. El asiento de la silla nueva está helado. Pongo el móvil en “no molestar” y abro de nuevo el texto del video. 

No sólo no soy capaz de recortar, necesito contar más cosas. Esta gente está valorando invertir en el Instituto Tramontana, cómo no voy a contarles que estamos costeando gastos de guardería y de viajes a quienes tienen niños o quienes vienen de lejos. Cómo no contar las becas del 100% a personas sin recursos en los programas de iniciación al diseño. Cómo no mencionar que una persona del equipo de Enfoques ganó un Goya, o que a un alumno le han dado el Premio Nacional de Diseño…  Me tengo que centrar en lo que (les) va a importar, la escalabilidad del proyecto, la rentabilidad, la necesidad de producir más cursos con más equipo humano… 

Enfoques es la segunda parte del Instituto. Es un dossier que lleva tres años en un cajón, con un post-it que dice “no abrir hasta estar preparados”. Es la manera en que todo lo que hacemos, todo en lo que creemos y todo lo que nos quita el sueño y nos da la vida se puede sacar de Goya 27 y llegar a mucha gente, con precios asequibles y calidad excepcional. Es un plan de irrigación masivo que sólo podemos acometer con ayuda y complicidad de gente. Si te interesa y estás en posición de invertir, avísame.

Me salta otra alerta en el móvil. Definitivamente no soy capaz de configurar bien los modos de silencio. “Reunión Leica hoy a las 17h”. Me acuerdo de las diapos de Barnack y la Leica M, de las clases en que cuento cómo la cámara de 35mm, convertida en verdaderamente portátil, cambia la manera en que el mundo percibe la guerra. De leer crónicas a ver instantáneas, de que te la cuenten a que te la enseñen. Seguro que Navia habla de ello en su programa.

En el televisor, imágenes de tanques ardiendo, de drones grabando combates y de la matanza de Bucha. Nuestra guerra civil fue la primera guerra de las instantáneas. La del Golfo lo fue de las cámaras en misiles y esta está siendo la de los móviles. El medio es el mensaje y McLuhan enmarcado en el Instituto.

Se alternan nazarenos de Semana Santa con inocentes muertos en cunetas de Ucrania.

Consumatum est.

Comunión, complicidad, inmersión

¿Si no queda más remedio que enseñar en remoto, cuál es la mejor forma posible de formar a quienes crean productos y servicios, dados los medios que tenemos?

Llevo años enseñando diseño presencialmente pero también con algunas experiencias online en varias universidades y escuelas, algo que me ha generado muchísimas dudas y escepticismo. Mi posición inicial siempre ha sido “no enseño online si podemos hacerlo presencialmente”, pero la pandemia cambia las reglas del juego. Ahora no queda más remedio.

Ahora bien… No todo vale. O lo hacemos bien, o no lo hacemos. Y puestos a hacerlo… ¿Habrá forma, por raro que suene, de unir la sensatez y la sabiduría de Gregorio Luri con los sueños electrónicos de McLuhan?

En el proceso de enseñar y aprender influye lo metodológico, los contenidos y materias, lo personal, lo ambiental y lo contextual… No quiero hablar ahora de todos esos aspectos, sino de algunos, los que por mi experiencia con grupos pequeños de aprendizaje avanzado han sido más relevantes: comunión, complicidad e inmersión.


Comunión

No me estoy refiriendo al sacramento de la eucaristía, sino a profesar, en un momento y un lugar común, una creencia compartida en algo.

Cuando un grupo de personas se une en un lugar, con una intención y ritualiza el momento, con gestos, costumbres y pequeñas liturgias, crea una atmósfera propicia al propósito que se haya marcado. Puede ser antes de un partido de baloncesto, cuando padre e hijo preparan una salida de pesca juntos o al sentarse una familia a la mesa, en una ocasión especial. En nuestro caso, el momento es al disponernos a estudiar, practicar y aprender una disciplina.

Un alumno del año pasado me dijo, tras el confinamiento, que ir clase los viernes era especial para él, era como ir ‘al templo’. Metáforas religiosas aparte, lo cierto es que llegar a la sede del Instituto Tramontana , con esa luz de atardecer que tanto acaricia, ir preparándonos los cafés, ponernos al día, silenciar los móviles y acomodarnos en los sillones… Todo ese ritual informal propicia ese sentido de comunión.

¿Se puede lograr esa comunión en remoto? Con los medios que tenemos hoy, a 2020, mi sensación es que no, no con un grupo que no se ha conocido antes en persona.


Complicidad

Cuenta Slavoj Žižek —para nada santo de mi devoción— que el racismo y la xenofobia terminan cuando un blanco y un negro (o un local y un extranjero) hacen una broma sobre sus esposas y se ríen juntos. En ese momento, según Žižek, ambos hombres se han igualado. Ese humor, aunque políticamente incorrecto, ha creado una complicidad entre ellos que les une en un plano de equidad.

No es distinto en un grupo que comparte propósito de aprendizaje. El humor, las bromas, enseñar los dolores y las cicatrices, a menudo propiciados por una copa de vino… Todos esos son mecanismos de complicidad que pueden hacerse cara a cara y que difícilmente podamos hacer en remoto. Todos ellos nos igualan, nos sitúan en la misma dirección, en el mismo ángulo, hacia aquello que hemos venido a hacer.

Alumnos del programa de Dirección de Producto, en una clase que impartía Roberto Heredia, CEO de Muroexe.

Alumnos del programa de Dirección de Producto, en una clase que impartía Roberto Heredia, CEO de Muroexe.

De nuevo, lograr complicidad con un grupo que no se conoce en persona es complicado, si no imposible. Las pantallas son ventanas muy pequeñas y nos preocupa más lo que escondemos que lo que enseñamos. Más que a una clase presencial, lo online a menudo se parece más a la sala de espera de la consulta del médico, donde compartimos dolencias con el de al lado, pero en lugar de complicidad experimentamos recelo.


Inmersión

Uno de los errores más comunes entre quienes crean entornos interactivos es confundir inmersión con simulación. Queremos que alguien se sienta en un lugar y para ello construimos una réplica torpe, una maqueta a escala hecha de píxeles de lo que nuestros ojos ven en el original. A menudo, la simulación sólo lleva al valle inquietante.

La inmersión, sin embargo, se logra ‘engañando’ al cerebro mediante todos los sentidos y no sólo uno. A menudo, para que sintamos presencia en un lugar importan más las evocaciones que la literalidad. Los olores y los sonidos suelen ser mejores evocadores que lo visual. Una grabación binaural escuchada con los ojos cerrados nos transporta mejor y nos hace sentir más que una imagen de 100 pulgadas pero con mal sonido. Si te interesa conocer mejor los mecanismos de la inmersión, te recomiendo estos videos del canal Interacción de Tramontana (están en abierto).

Un busto parlante en una pantalla, enfrentado a docenas de otros bustitos, en mosaico, con un audio infame, sin sentido de contexto ni profundidad, es todo menos inmersivo. Lo hemos vivido cientos de veces estos meses en zooms, skypes y similares. Son la peor versión de una reunión agotadora en la que te obligasen a mirar siempre a la cara a tu interlocutor: te sangran los ojos.

Inmersión requiere de completa atención y foco. El entorno digital, sin embargo, propicia la fragmentación infinita de la atención: ventanas, pestañas, notificaciones…

¿Debe ser quizás la TV,  y no el PC, el soporte para el aprendizaje en remoto?

Para que haya inmersión cognitiva debe haberla antes sensorial. Más como una partida de Fortnite que como un Zoom, más como una película que como un Moodle.

A partir de septiembre, condicionados por la situación de pandemia, empezaremos a impartir cursos en modalidad presencial y remoto a la vez (pdf): pocas personas en la sala (pero que haya) y un grupo que se conecta en remoto. 

Esquema del rodaje y retransmisión de cursos en la sala grande del Instituto Tramontana, respetando distancias de seguridad.

Esquema del rodaje y retransmisión de cursos en la sala grande del Instituto Tramontana, respetando distancias de seguridad.

Somos conscientes de que no lograremos comunión ni complicidad entre quienes estén en remoto, pero queremos ir avanzando en poder hacer una experiencia más inmersiva. Por el momento, vamos a hacer una producción audiovisual más completa, con varias cámaras, sonido profesional y realización en directo. Más pensada para ser vista desde el salón de casa, con toda la atención, que desde la pantalla del ordenador, en la pestaña nº7.

No será perfecto, habremos mejorado un poquito la inmersividad, pero nada la complicidad o el sentido de comunión entre alumnos; lo tenemos presente.

Seguimos pensando en ello. Queda mucho que observar, estudiar, aprender y mejorar.

Sobre el Diseñador de Desarrollo

Ayer, en una de las cartas del newsletter De Ulm a Cádiz, donde publico ideas y vivencias que tienen que ver con la creación del Instituto Tramontana, propuse un rol intermedio entre el diseñador y el desarrollador. Lo llamé Diseñador de Desarrollo, haciendo la analogía con el arquitecto de obra clásico, el que supervisa y ajusta, pero no necesariamente proyecta.

Creo que esa figura podría responder al problema eterno de las diferencias (a menudo déficits) entre lo que se define cuando se conceptualiza y diseña y lo que se acaba desarrollando, cuando surgen problemas, limitaciones (de tiempo o tecnológicas) o malas interpretaciones.

El rol del arquitecto de obra lo describí así:

El rol del arquitecto de obra, el que no proyecta, sino que supervisa y se encarga de aportar soluciones sobre la marcha cuando aparecen contratiempos (un material no llega, unos cálculos estaban mal) para que la obra no pare. Ese arquitecto, no siendo dueño intelectual del diseño, es su garante, pero desde el realismo: se encarga de que el resultado sea lo más fiel a lo proyectado dentro de las circunstancias y con los medios que se den.

Y mi propuesta para un diseñador de desarrollo la enuncié así:

El rol del Diseñador de Desarrollo, si me permitís el bautizo, tendría dos partes:

La primera sería interiorizar el trabajo de diseño previo, la naturaleza y propósito del negocio y del proyecto, la lógica de todas las funcionalidades y procesos, la consistencia de la solución a lo largo de todas las pantallas y la esencia de todas las armonías, la estética y los elementos comunicacionales, artísticos y demás. En esa parte, el diseñador de desarrollo (DD) habría estado desde el inicio, escuchando y empapándose.

En la segunda parte, el DD acompañaría a los desarrolladores (de front y back) en todo el proceso, explicando, aclarando, corrigiendo diseño cuando surgen cambios, diseñando elementos o pantallas nuevas y —esto es lo más importante— haciendo ajustes cuando por tiempo, coste o circunstancias hay que simplificar la complejidad de diseño en algún punto y facilitar la tarea de desarrollo.


La idea ha dado que hablar bastante, he recibido unos cuantos mensajes con experiencias y comentarios sobre el tema, tanto por email como en Twitter.

El comentario más generalizado ha sido que no habría que crear un rol específico, que se trata de que la persona de diseño y la de desarrollo hablen más, que haya diálogo y estén ambos involucrados desde el principio. Este hilo de Carlos Hernández ilustra bastante bien algunas de las reacciones:

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Carlos apunta en su hilo a algo que no puedo negar. Es obvio que la comunicación es importante y que es bueno que ambos roles sepan de lo que hace el otro. Pero no creo que con buena voluntad se resuelva un problema que es estructural. Trataré de describir unos escenarios muy comunes en proyectos que tienen cierta entidad, para que se entienda la dificultad —a veces imposibilidad— de comunicación entre equipos de diseño y desarrollo:

Diferentes empresas

A menudo la empresa que hace diseño no es la que desarrolla. Esto puede pasar porque el cliente ha elegido a una empresa especializada en diseño y luego el trabajo de desarrollo lo hace internamente. Yo mismo he diseñado y dirigido equipos de diseño para clientes que han trabajado así. En esos casos puedes reservar tiempo para acompañar a desarrollo, pero la realidad es que no tienes facilidad para tener a personas de tu equipo físicamente al lado de otras de otra empresa que trabaja desde su propia oficina.

Diferentes tiempos

A menudo se hace el diseño y no se sabe cuándo se implementará el desarrollo. Cuando se trabaja en modo consultoría, es importante tener a las personas asignadas a proyectos con la mayor antelación posible. Si el diseño se hace entre enero y marzo y el desarrollo se sabe que se hará entre abril y junio por otra empresa distinta, ¿Cómo demonios puedo reservar yo tiempo de alguien que debería estar en esos días en otro proyecto para que acompañe al equipo de desarrollo asistiéndole constantemente?

Diferentes ubicaciones

A lo anterior sumemos cuando el diseño se hace, por ejemplo, en Madrid y el desarrollo en Bilbao o en Argentina. En esos casos, el acompañamiento y la asistencia, en el mejor de los casos, se queda en unas videoconferencias rápidas, a menudo incómodas, para resolver dudas.

Lo cierto es que en muchísimos casos concurren esos tres escenarios. De hecho, cuanto mayor es el proyecto, más probable es que concurran: proyectos con equipos deslocalizados que trabajan de forma asíncrona y hasta en idiomas diferentes. ¿De verdad creemos que la buena voluntad y el espíritu de comunicación van a ser suficientes para asistir a desarrollo cuando se encuentre dificultades con los diseños?

Como en todo, la buena voluntad y la actitud son importantes, pero a medida que los sistemas humanos se vuelven complejos, tenemos que convertir lo deseable en legal, trasladar los buenos hábitos en leyes y normas y asignar tiempo y personas a ello. Por eso, a partir de cierto tamaño, creo que un proyecto debería tener un Diseñador de Desarrollo.

Un par de aclaraciones:

  • Estoy hablando de la creación de productos digitales desde consultoría, como proveedores a un cliente, no como equipos internos.

  • Esto tiene sentido para proyectos medios-grandes, con planificaciones relativamente complejas y equipos numerosos, donde se trocea el trabajo. En proyectos sencillos obviamente no aplica.

  • Que haya un DD no quiere decir que los diseñadores no deban saber de tecnología o que en la fase de concepto inicial no deba haber gente técnica. Ojo, lo aclaro antes de que se me tiren al cuello. Eso me parece una MAG-NI-FI-CA práctica. Pero lo uno no quita a lo otro, porque por mucho que sepan de programación o sistemas los diseñadores, habrá contratiempos, habrá cambios, habrá imprevistos.

En la carta propongo que el Instituto Tramontana hospede un evento, mitad encuentro de debate mitad curso, donde quienes saben de esto puedan aportar sus puntos de vista, puedan enseñar y entre todos podamos reflexionar sobre el tema y quizás hacer cambios en el modo en que trabajamos y proveemos diseño. ¿Qué os parece?

La foto es de una de las obras en las que ha trabajado Jara. Aquí más fotos suyas.

La foto es de una de las obras en las que ha trabajado Jara. Aquí más fotos suyas.

De Ulm a Cádiz

Están siendo meses intensos para quienes nos hemos embarcado en esta aventura de crear el Instituto Tramontana, probablemente el proyecto más importante de mi vida.

Prácticamente todo lo que me ocurre en estos meses se conecta de forma natural en relación al Instituto: lo que leo, lo que veo cuando viajo, lo que pienso cuando me retiro, las personas que conozco o lo que escucho. Como en todas las cosas en las que pones mucho de ti mismo, surgen emociones, ideas, dudas, ilusiones…

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Un poco por necesidad de desahogo y otro poco por encontrar complicidades, he decidido ir contando esas cosas que me y nos ocurren, que leo, que pienso, que me cuentan. Y lo voy a hacer en mensajes sin periodicidad ni mucho envase; con ilusión de recibir respuestas, de compartir con quienes sientan interés por esto de ayudar a formar a gente que cree, diseñe, construya y gestione cosas mejores. A estos mensajes los he llamado “De Ulm a Cádiz”, que me parece una metáfora muy bonita de ese eje “Utilitas - Delectus” y que además es un viaje personal, necesario, simbólico y real.

Si decides acompañarme, suscríbete aquí.

Inmersividad sonora: un experimento

Estoy haciendo algunos experimentos con grabaciones de sonido binaurales. Mi hipótesis es que el sonido es mucho más evocador que la imagen, pero para ello necesita:

  1. Una ligera pista visual, un catalizador o quizás un detonador que te ponga en situación, que te visualmente diga “verano, playa, sol” o “cola de espera para entrar a un cine” y te ayude, te prepare para poder interpretar lo que vas a escuchar (pensemos que el sonido no puede aportar planos de situación).

  2. Suficiente calidad de audio, por espacialidad (estéreo mejor que mono y escucha binaural mejor que estéreo) y por amplitud de frecuencia.

Todos sabemos que una película es más inmersiva si la vemos en el móvil pero la escuchamos con auriculares y buen sonido que si la vemos en una pantalla gigante pero la escuchamos con sonido de móvil. Sobre esta idea quiero probar a contar historias, situaciones, atmósferas, mediante audio y quizás fotografía estática o símplemente unas palabras.

Este es mi primer experimento con el sistema binaural, mi “Llegada del tren” a-la-Lumière. Importante escucharlo con auriculares.

De momento voy a usar Soundcloud, pero me frustra mucho que no permita subidas desde el móvil. ¿Alguna sugerencia de app que sí lo permita y cuyos reproductores sean fáciles de incrustar?

Un diseñador jefe para Verse

Llevo algún tiempo muy pendiente de Verse, un proyecto liderado por mi amigo y socio Bernardo Hernández, que empezó como una app de pagos entre particulares pero que con esa mezcla de ambición y humildad tan elegante y propia de Bernardo, está creciendo y convirtiéndose en mucho más.

El proyecto me interesaba por el reto de conectar lo financiero con lo emocional; sus ideas me parecían brillantes. Pero me enganchó en el momento en que me llegó la VISA Verse, que uso con abrumadora frecuencia. Ya me tienen pillado (y feliz).

Verse, con base en Barcelona, busca ahora a un diseñador jefe, alguien con solvencia y visión que trabaje codo con codo con su tripulación estelar para conducir todo el proceso creativo, de principio a fin, liderando e inspirando no sólo al resto de la organización sino también a su propio equipo.

Los beneficios de una responsabilidad así son magníficos —están todos en la oferta de empleo—, pero para mi el mejor es poder trabajar cerca de gente que, como Bernardo, sabe muy bien lo que hace, sin perder las ganas y la ilusión de aprender y hacer cosas nuevas y bonitas todos los días.