Carta a una diseñadora que crece

Querida amiga diseñadora, me cuentas que ya llevas cinco o seis años en esto y empiezas a aburrirte, a sentir que no avanzas. Me preguntas cómo hacer para mantener el amor por el oficio, cómo recuperar la pasión de los primeros dos años, qué puedes hacer para notar de nuevo el cosquilleo del descubrimiento, el sentimiento de propósito, la sensación de que haces algo que merece mucho la pena, de que elegiste bien.

Lo que cuentas no me es ajeno. Proyectos que se repiten, clientes que son todos el mismo o la certeza de que hagas lo que hagas, el resultado es siempre peor de lo que tú diseñaste.

Sigues amando el diseño pero empiezas a fijarte en las profesiones de otros, a ponerle ojitos a algunas aficiones que no tienen nada que ver con lo nuestro o a fantasear con vivir otras vidas.

Nos ha pasado a todos. De verdad. Créeme.

Te podría decir que se sale, que en mis veinte años de carrera me he encallado en ese sentir no una, sino varias veces y siempre he salido. Y es verdad, pero no estoy seguro de que esa fórmula valga para todos. Si tienes muy claro que esto no te volverá a hacer feliz, si sientes que se acabó la gasolina y hay otro amor que tira de ti, déjalo que no pasa nada. Nos metimos en esto por hambre intelectual, ¿verdad? Pues si se ha secado el pozo mejor pasar a otra cosa, sin dramita ni lamento.

Pero si sientes que aún hay calor en la brasa, que el fuego podría revivir, déjame que te comparta algunos aprendizajes, algunas ideas, caminos, pasos ¿certezas? que creo que te devolverán el amor por la profesión y quizás hasta aporten luz nueva, que buena falta te hace.

Dos verdades dolorosas

Antes de que empecemos necesito contarte dos verdades dolorosas. En el momento en que las aceptes te liberarás de mucha frustración y podrás seguir:

La primera de todas es que no existe el proyecto, el puesto, el jefe ni el cliente perfecto. Hay buenos clientes (o empleadores) que te respetan profesionalmente pero que te ofrecen proyectos aburridos. Por el contrario, hay proyectos retadores que requieren que trates con gente que no te gusta, con comités, con manoseo de tu trabajo, con rivalidades, incompetencia, mala leche o simple incomprensión de tu trabajo.

La segunda es que nunca nada de lo que diseñes será tan perfecto en la realidad como en tu mesa de trabajo (o tu ordenador). Esto te lo digo yo pero te lo confirmarán los mejores diseñadores del mundo. Diseñamos conceptos y luego se producen (programan, fabrican) realidades que se han deteriorado por muchas limitaciones: técnicas, de presupuesto, de tiempo, o que simplemente se corrompen por el contacto con demasiadas manos. Puedes reducir ese factor pero nunca eliminarlo. Tienes que aprender a vivir con él.

Si eres capaz de aceptar esas verdades, entonces tenemos mucho avanzado. Ahora veamos cómo puedes recuperar la tracción como diseñadora, seguir mejorando y además disfrutarlo.

Lee (otras cosas)

Deja el móvil, deja el ordenador. De verdad, vale ya de pantallas. Lee y hazlo sobre cosas que no tengan que ver con el maldito diseño. Tira a la basura los libros de UX, de métodos y técnicas, de agile, lean y todas esas patrañas. Lee cosas que tengan veinte, treinta, cien años y que sigan siendo publicadas. Exponte a otras ideas, a otros saberes, poniendo un ojo en el mensaje y otro en la forma.

Busca la belleza en la poesía. De San Juan de la Cruz a Miguel Hernández, tienes siglos de diseño recursivo (qué es la rima, sino) trenzada con narrativa y emoción, mucho más compleja e interesante que los sistemas de diseño.

Lee ensayos sobre fotografía o arquitectura imaginando que eres estudiante (porque lo eres, siempre lo eres) y esa va a ser tu profesión. Imagínate en los zapatos de otro oficio creativo.

Prueba con los libros de Campo Baeza y verás cómo empiezas a sentir cosquilleo por dentro: "Quiero ser Arquitecto" y "La Suspensión del Tiempo" son maravillosos, breves y emocionantes. Si no se te salta una lagrimita, te recompro el libro.

Tusquets o Scruton también han escrito ensayos bonitos e inspiradores acerca del acto de crear. Prueba con "Dios lo ve" o con "La Belleza, una breve introducción" y verás como empiezas a entender el oficio como propósito superior, como acto importante. Quizás desde ese momento empezarás a sentir placer en esas buenas decisiones en las que encajas forma y función. Quizás pasen desapercibidas a los ojos de los demás, pero "Dios las ve" y tuyo será el regocijo. Ganarás sentido de propósito.

El diseño es una profesión que tiene más de cien años, que ocurre en la intersección de lo cultural, lo artístico, lo económico, lo tecnológico… y siempre con una vocación humanística. Se nutre de lo que pasa en su periferia y ahí es a donde debes buscar los estímulos.

Decía Ramón Trecet que la búsqueda de la belleza es la única protesta que tiene sentido en este asqueroso mundo. Búscala en la lectura. Y no lo hagas de cualquier manera o en cualquier lugar. Estás haciendo algo muy importante, ritualiza el momento, acompáñalo de un buen vino y una música acorde, planifícalo y ponle cariño. Esto no va de aprender, va de impregnarse, de sentir.

Escribe, cuenta.

Sin que te hayas dado cuenta, leer te dará ejemplos, analogías, metáforas y referencias que estaban muy lejanas a lo que haces pero que ahora sientes cerca, que ya son tuyas. Te descubrirás hablando de lo que haces pero de maneras distintas, explicándolo un poquito mejor. Eso se llama ganar retórica. Te servirá para muchas cosas, pero la más urgente es que compartas, que cuentes cosas a otros.

La retórica es el mejor instrumento que tiene un diseñador para hacer que sus ideas se entiendan por otros. No sólo aplica a que tus usuarios entiendan tu diseño, sino a que tus clientes, jefes o compañeros interioricen lo que has imaginado y les estás trasladando.

El lenguaje es un medio con muy poco ancho de banda para contar formulaciones de diseño. Somos tan capaces de trasladar una idea como la capacidad que tenemos de contarla. O sea, retórica. A más retórica, más podrás contar y más disfrutarás de ver cómo tu audiencia te sigue.

Empieza escribiendo. Da igual sobre lo que sea, mientras tenga que ver con lo que aprendes: sobre libros, proyectos, ideas... Al principio mejor textos breves, para que obtengas recompensas rápidas. En el proceso tendrás que documentarte sobre algunas cosas para rellenar los huequecitos que te quedaron entre una idea y otra. Y pasarán dos cosas muy buenas: te darás cuenta de que sabes más de lo que pensabas y obtendrás reconocimiento. Puede que poquito, pero algo. La gente es agradecida con el que comparte, aunque la forma no sea perfecta. Y ese agradecimiento es gasolina para seguir. Disfruta y continúa.

Escribir hará que consolides ideas, que las acotes y hagas inventario de ellas. No eres consciente de los conceptos que dominas hasta que los enumeras en un papel para hablar de ellos. Escribir te hará saber cuánto sabes. ¿Te haces una idea de lo importante y diferenciador que es eso?

Pero no es todo... Lo mejor viene ahora.

El mapa

Algo maravilloso del diseño es que es una profesión que hace frontera con muchas otras, que es diversa, rica, variada, que va de lo emocional a lo racional, de lo cultural a lo técnico, que se proyecta en todos los sentidos y que linda con todos los saberes.

Leer y escribir te darán algo muy poderoso, algo brutal, ajeno a la mayoría de diseñadores, un superpoder, una llave secreta... Te harán empezar a confeccionar tu propio mapa del territorio, tu propia cartografía de lo diseñable.

Delimitarás la manera en que el diseño existe para ti. Empezarás a ver con más claridad los valles, las montañas que lo forman, las zonas brumosas, las lindes con otras provincias y las regiones que para ti son más bellas, más apetecibles, las que conoces muy bien y las que no pisarías ni por todo el oro del sector. Ese mapa será único, sólo tuyo, producto de tus aprendizajes, mezclados con tus experiencias e impregnados por tus lecturas. Ese mapa te dará seguridad en ti misma, te dará poder.

Quien tiene el mapa domina el territorio.

Con la seguridad en ti misma viene tu propio discurso. Dejarás de contar el diseño como te lo han enseñado y empezarás a hablar de lo que es para ti, hablarás a tu manera, en tus propios términos y –esto es lo poderoso– creando tú los escenarios de acción, tus marcos en los que las cosas pasan de la manera en que crees que deben pasar.

El discurso es lo que diferencia a un buen diseñador de uno normal. El diseñador sin discurso es el que repite lo que ha escuchado de otros, el que recita la metodología y no se sale de ella, buscando la seguridad en hacer y decir lo que todos validarán como bueno. Esa carencia se nota desde fuera. Nadie confía nada importante a una persona que cuenta las cosas como se las han contado y no como le dictan sus certezas.

Cuando tú, diseñadora que está creciendo, expongas tu propia forma de entender tu oficio, y lo hagas con retórica, referencias y seguridad (porque tienes tu mapa), los demás escucharán. Los compañeros se dejarán guiar, los clientes –que compran seguridad y no otra cosa– querrán que les lleves de la mano.

En este punto quizás no hayas diseñado nada nuevo ni distinto a antes, pero sabrás que eres mejor diseñadora.

Enseña

Empecé a aprender inglés a los diez años, en una escuela de pueblo. Nuestro profesor, un señor que vivía a 200 metros de la escuela, empezó a aprenderlo un año antes. Nos llevaba sólo un año de ventaja. No era nativo, no tenía apenas materiales didácticos y su nivel era limitadísimo. Con todo eso en contra, fue el mejor profesor de inglés que jamás he tenido, el que más me ilusionó y al que le debo mucho de lo que he podido lograr.

A Don Gabriel no le hizo falta ser un experto en el idioma que enseñaba. Su actitud, siempre alegre y entusiasta, era la de compartir lo que iba aprendiendo él y eso era más que suficiente para enseñarnos, para ser un magnífico profesor.

Lo mismo ocurre con el diseño: podrás ser una magnífica divulgadora o profesora sabiendo lo que sabes y queriendo compartirlo. No te hace falta ser una catedrática para poder enseñar e ilusionar a otros. Como tendrás el mapa, tendrás un marco en el que encuadrar lo que cuentas.

En el ejercicio de preparar tus clases, ordenarás tus saberes, les darás secuencia y sin apenas ser consciente verás como unas cosas se conectan con otras, como los conceptos, que antes eran una lista, ahora son una red.

Enseñar a otros (en másters, en charlas, a tus compañeros) te expondrá a gente que empieza. Verás en ellos la pasión que un día perdiste y te parecerá lo más bonito del mundo.

Y así será como se te contagiará esa pasión de nuevo, vaya que sí. El hambre por saber más, el placer por compartirlo, la seguridad de poder aplicarlo y la alegría de ver que a pesar de que no hay proyecto ni equipo perfecto, esta es una profesión bellísima.