Alguna frase pedante
Esta mañana me ha pedido alguien que no debo mencionar, para un proyecto que no puedo contar, que le comparta algunas líneas sobre el concepto de la belleza y cómo lo veo yo. Literalmente, me ha pedido “alguna frase pedante”.
Ten amigos para esto.
El caso es que hoy quería haber hecho 348 tareítas pequeñas y cuatro o cinco gordas. Al final, ha quedado todo sin empezar, a medias o mal resuelto. Siendo sincero conmigo mismo, diría que mi mayor logro ha sido hacerme la comida y ver, mientras almorzaba, un documental de la televisión pública japonesa sobre Junichiro Tanizaki y su concepto de la sombra en la estética japonesa. No me quejo.
El ‘Elogio de la Sombra’ de Junichiro Tanizaki, es de esos libros que merece la pena releer veinte años después de la primera lectura, porque están llenos de matices y reflexiones que de joven uno no pilla o no sabe valorar. Es lo bonito de subrayar los libros: cuando relees no sólo hablas de nuevo con el autor, sino con tu yo de veinte años atrás.
En Tanizaki y su forma de entender la belleza me siento bastante cómodo. Sintetizando mucho, él dice que la belleza existe como ideal y en la naturaleza, pero que para disfrutarla tenemos que propiciarla y trabajarla, como quien cuida un jardín o perfecciona su caligrafía. En otras palabras, belleza como destino y como camino a la vez. También habla de la belleza de los espacios de transición, porque albergan misterio. Lo ejemplifica con las sombras dentro de una casa tradicional, ese espacio entre la luz exterior y la oscuridad completa, lleno de matices, cambiante y variable. Diría que Tadao Ando también trabaja ese concepto, no sólo desde lo espacial sino desde lo temporal: la belleza de ver cómo la luz modifica un espacio a lo largo de una tarde. El lugar a mediodía no es el mismo que al anochecer. Ambos, el pensador y el arquitecto, se quejan de la obsesión de occidente por sobreiluminarlo todo. Concuerdo.
En mi mente pelean la idea de belleza de Santo Tomás y los escolásticos con visiones más vitalistas al estilo de Malick o Sorrentino. Los primeros creen que lo bello existe y es, independientemente de quien lo mira. Los segundos dirían que la belleza está en lo que se hace y ocurre, como si fuese una manifestación de la vida. Tampoco están tan alejados, si uno lo piensa. Al de Aquino le interesa el mundo de las ideas platónico y a los otros dos, los reflejos de esos ideales en la cueva, o mejor aún, los pavos que intentan salir de ella persiguiendo la luz.
La primera belleza es más épica, la segunda más lírica. La primera está en lo monumental, la segunda en lo pequeño y mundano. La BSO de Interstellar contra estas fotos de Navia, la geometría extrema de la T1000 (Dieter Rams sonríe satisfecho), o una antigua canción de dimotiki griego, llegando sucia a través de una vieja radio de onda corta.
De Ulm a Cádiz. No hay que explicarlo mucho.
¿Si algo es bello y nadie lo mira, deja de ser bello? ¿Necesita la belleza, para existir, una mirada? En otras palabras ¿reside la belleza en el objeto o en el sujeto que la contempla? Se lo pregunto mucho a mis alumnos y la verdad es que ni sé por qué, pues cada vez tienden a decantarse más por lo segundo y me pillo unos disgustos…
Porque, a ver, si la belleza es subjetiva, entonces no podemos ponernos de acuerdo en qué es bello y qué no, y es cuestión de segundos hasta que aparezca quien te dice que a él un montón de estiércol le parece bello. Y digo yo… Si te parece bello ¿no será por lo que te evoca? ¿No será que lo bello para ti es la idea de que la vida se regenera? Entonces el montón de estiércol no es más que un mecanismo, un disparador, de algo que vive dentro de ti. O sea, llevamos la belleza dentro.
Y si es así, quizás algunos disparadores, algunos catalizadores, sean mejor que otros, ¿verdad? Nuestra aspiración será, pues, a crear vehículos para que esa belleza entre o salga.
Alguno se habrá preguntado entonces, si la belleza —la capacidad de buscarla y enunciarla— no será una cualidad eminentemente humana. Universal es, desde luego. Pero… ¿sólo humana? Podríamos pensar que algunos animales crean cosas bellas en su afan por cortejar y procrear, pero el hecho de que lo hagan todos igual da que pensar si, de nuevo, no será que lo hacen por mera programación genética y somos nosotros quienes vemos ahí belleza. Este argumento tiene miga: de ser cierto, nos sitúa a los humanos en un plano esencialmente diferente del resto de animales y de ahí, cuidado, que puedes acabar en lo religioso sin darte cuenta.
Porque, ojo, si existen esencias trascendentes entonces existe LO TRASCENDENTE, lo superior, lo que es más que espacio y tiempo. Ahí creyentes, agnósticos y deistas andamos tranquilos, pero los ateos se suelen poner nerviosos. Se siente.
Otra de las preguntas que le hago a mis alumnos, cuando hablamos de belleza, es si alguna vez han experimentado el síndrome de Stendhal. ¿Lo has sentido tú? Yo recuerdo una tarde de octubre paseando por Ortigia, ya de noche. El viento, las olas y las casas palaciegas en ruinas. La solitud. Sentirte cerca y lejos de todo, a la vez. Y la presión en el pecho, la dificultad para respirar porque pareciese que todo aquello no cupiese en los pulmones.
La ‘dimensión insondable’ de Battiato.
¿Te vale como frase pedante?